Manu Yáñez

Hasta el 14 de abril, la sala de cine de Tabakalera (San Sebastián) acoge el ciclo Una isla desierta, que ha sido programado por los estudiantes de la especialidad de Comisariado de la Elías Querejeta Zine Eskola. El ciclo propone pensar la sala cinematográfica como “una isla que acoge y reúne”, y que se mantiene abierta a las “nuevas posibilidades”. Para conocer los métodos empleados en la confección del ciclo, así como los desafíos conceptuales y logísticos que afrontaron sus programadores, conversamos con las responsables del programa.

El ciclo Una isla desierta ha sido programado por los y las estudiantes de la especialidad de Comisariado de la Elías Querejeta Zine Eskola. ¿Cómo ha sido el proceso de “programación colectiva”?

Desde luego ha sido un proceso intenso, pero muy estimulante. Una isla desierta se organizó en el marco de una de las asignaturas del Máster, cuya primera clase fue en septiembre. Llevamos más o menos siete meses en los que de la mano de la creación del programa también se ha ido formando una comunidad.  No tuvimos un método preestablecido, tampoco quisimos partir de las películas porque el ejercicio habría sido interminable, llegar a la idea fue la primera parte del proceso. Partimos de palabras y poco a poco el campo semántico se fue ampliando: espacio, habitar, territorio, ruido, energía, revolución, censura, lo contemporáneo, una sala de estar. Luego nos sugerimos lecturas para encontrar algún punto de anclaje, ahí llegamos al texto “Causas y razones de las islas desiertas” de Gilles Deleuze y supimos enseguida que allí estaban contenidas muchas de nuestras inquietudes. Entonces sí empezamos con las películas: sugeríamos, visionábamos, discutíamos; y ahí fuimos encontrando las conexiones. Hubo películas que nos interesaron mucho y que estuvieron sobre la mesa un buen tiempo, hasta que un día dijimos ya está, vamos a armar la programación. Con el mapa de sesiones y horarios armado, marcar el recorrido fue un ejercicio más orgánico. Por ejemplo, sabíamos que Blissfully Yours de Apichatpong Weerasethakul e Eventide de Sharon Lockhart serían inicio y cierre.

Creo que siempre estuvo la idea de que siendo catorce personas con distintas trayectorias y orígenes el reto sería lograr una propuesta en la que más o menos todas nos reflejáramos. Al fin y al cabo, cada una de nosotras es también una isla, pensar este ciclo fue pensar de otra manera el trabajo curatorial.

En el texto de presentación del ciclo, se apuntan interrogantes sobre “cómo habitar un lugar” y “cómo plantear una vida en común”. En el ámbito de la crítica de cine, se ha especulado con la existencia de un “cine habitable”, un cine que acoge al espectador y le invita a deambular por sus tiempos y espacios. Y, a la vez, la sala cinematográfica puede actuar como un espacio para la vivencia comunitaria. ¿Cómo habéis trabajado ese diálogo entre los diferentes “espacios” del cine?

Desde el principio la idea de habitar y pensar el espacio estuvo presente en la conceptualización del programa. Las nueve películas del ciclo se aproximan de distintas maneras a la idea de habitar y se preguntan o imaginan otra posible vida en común. Para nosotras también era importante pensar en el espacio donde tendría lugar el ciclo y ahí estaba la sala de cine, por supuesto, que acoge, reúne y da lugar a una experiencia colectiva, en eso coincidimos. Pero queríamos trascender un espacio cerrado y una experiencia finita, no era solo la sala de cine, nos interesaba también el espacio en el que ésta se ubica y el territorio geográfico al que pertenece. Para ello además de las películas debíamos incluir otros formatos y aquí tienen lugar las dos instalaciones.

En el programa de Una isla desierta se percibe un equilibrio entre obras canónicas –como podrían ser Blissfully Yours u Operai, contadini de Straub y Huillet– y piezas menos conocidas por la cinefilia. ¿Cómo se ha dado esta circunstancia?

Es curioso: el año pasado, nuestras compañeras de exÓrbita inauguraron su programa con GoodBye, Dragon Inn, de Tsai Ming-liang, y este año nosotras arrancamos con Blissfully Yours. Dos películas que son contemporáneas entre ellas y que, a la vez, son una parte sustancial de cierta búsqueda estética contemporánea que tanto ha marcado al cine desde entonces. ¿Por qué empezar por ahí? Pues nuestra programación, de alguna manera, partió de la convicción de programar Blissfully Yours, una vez sentada la base conceptual del ciclo, y después vinieron todas las demás películas. Esa renovación formal nos ha acompañado en las conversaciones, y el interés por explorar nuevos caminos nos ha llevado a incorporar obras más desconocidas, también más recientes. De hecho, es un ciclo muy contemporáneo, la mayoría de las películas lo son. Hemos querido crear esos encuentros, sugerir esas relaciones entre las películas para pensar sobre las formas actuales del cine. Y, por supuesto, es un equilibrio que responde también a la diversidad de nuestro grupo.

Al introducir el concepto de “isla” en el título del programa, y al seleccionar a cineastas que se mueven en los márgenes del Planeta Cine, creo que, inevitablemente, apuntáis a la reivindicación de un cierto cine marginal. ¿Os parece que la cinefilia se reconoce, cada vez más, como un espacio minoritario, y no por ello menos vibrante? ¿O tenéis la impresión de que todavía es posible construir puentes entre un cine de autor más o menos radical y el ámbito de lo popular?

Al pensar en el ciclo nunca nos propusimos hacer una reivindicación de cierto tipo de cine, cada una de nosotras tiene afinidades más o menos definidas y todas muy distintas. En este sentido, no nos preguntamos durante el proceso por el lugar de la cinefilia o de nuestras cinefilias en el programa; más bien quisimos salir de ello. En Una isla desierta dialogan obras muy distintas tanto en su producción como en su aproximación estética. Lo que quisimos con ellas fue trazar un itinerario de nuevas posibilidades desde lo contemporáneo. Estamos de acuerdo en que ninguna de las películas que conforman el programa responde a lo que sería un cine mayoritario, quizás inevitablemente esto tiene que ver con las preguntas que nos planteamos.

El programa de Una isla desierta ofrece una mirada expansiva en términos geográficos e históricos. ¿Cómo se fue acotando el alcance del ciclo?

Incluso el proceso de acotar el programa ha sido expansivo, diríamos. Cuando nos pusimos a compartir y a hablar de películas, una vez instaladas todas en la misma isla –o cada una en la suya, pero con ciertas ideas comunes–, ya teníamos una serie de temas que queríamos abordar en el ciclo, temas que nos interesaban o nos hacían conectar con el momento actual: las relaciones íntimas, la libertad de los cuerpos, las posibilidades de organizarnos en comunidad, qué vínculos nos unen con el territorio… Ya estábamos pensando sobre esas ideas cuando salimos a la búsqueda de películas, aunque muchas veces los caminos se invierten, y son las propias películas las que nos han revelado esos temas. Podría decirse que esas ideas y esos debates nos han llevado a hacernos más preguntas, a expandirnos más allá de lo conocido y de cualquier límite; y son las formas las que nos han dirigido al cauce.

Además de las proyecciones de cortometrajes y largometrajes, Una isla desierta incluye la presentación de dos instalaciones: Lika de Deva Pereda y ¡ODOYÁ NO ESTÁ! de Ana Júlia Silvino. ¿Cómo surgió la idea de dar cabida a proyectos situados en los márgenes de la experiencia fílmica tradicional?

Sacar la experiencia cinematográfica de la sala de cine era algo que planteamos desde el principio. Entre los temas que salieron cuando lanzamos ideas para el programa estaba el concepto de “habitar”. Y a partir de estos cuestionamientos surgieron otras preguntas como el hecho de cómo estamos habitando la sala de cine, en específico la sala de Tabakalera, el mismo edificio y el País Vasco. Además de llegar a un lugar desconocido por la mayoría de las estudiantes de Comisariado, estaba la tarea de sumergirnos totalmente en este nuevo espacio. Y eso fue lo que nos ofreció Lika de Deva Pereda al trabajar directamente con el territorio y con el concepto de frontera. También el plantearnos ir a grabar sonidos a la isla de Santa Clara, en San Sebastián –esa isla que está siempre ahí pero que en una gran parte del año es casi intransitable–, que luego fueron mezclados por Ana Júlia Silvino.

¿Qué desafíos logísticos conlleva la preparación de un ciclo de proyecciones como el de Una isla desierta?

Preparar Una isla desierta ha sido un proyecto lleno de ambiciones y obstáculos superados con éxito, pero podemos resaltar tres de ellos: el trabajo con diferentes formatos de proyección; el plan de trabajo para equilibrar la vida en la escuela, proyectos personales y los requisitos del programa; y, finalmente, adaptar la estructura de Tabakalera para probar con nuevas propuestas artísticas.

Como la primera meta que nos propusimos fue combinar formatos de proyección, la primera tarea fue ubicar la copia en 35 mm de Blissfully Yours de Apitchatpong Weerasethakul. Esta se encontraba en el Austrian Film Museum y ha llegado a Donostia gracias a la colaboración de la EQZE con la Filmoteca Vasca. Lo siguiente fue coordinar la proyección en 16 mm de A Casa, a verdadeira e a seguinte ainda está por fazer con la directora Sílvia das Fadas, quien traerá la copia y proyectará su película el día 11 de abril a las 20:00 h.

En paralelo, otro de los objetivos que nos propusimos fue elaborar un plan de trabajo que, a la vez de respetar los tiempos necesarios del programa propuestos por Tabakalera, tuviera mucha consideración con nuestros horarios de clases regulares y proyectos personales. Pensamos que, además de proponer un programa de cine que repiense la forma en la que nos relacionamos con otras personas, era importante buscar un balance que cuide nuestras energías.

Y, en tercer lugar, tuvimos la ambición de sacar el cine de la sala en dos exposiciones. Eso significó crear una pieza sonora desde cero que finalmente nombramos ¡ODOYÁ NO ESTÁ!, a partir del registro de audio en la isla Santa Clara, y adaptar uno de los espacios de Tabakalera para Lika, pieza audiovisual que plantea una reflexión sobre la Isla de los Faisanes.