Laura Carneros (Festival de Málaga)

Es de sobra conocido que el problema de la emigración se sigue cobrando a diario muchas vidas en el mar. Y aunque no queramos verlo, lejos de resolverse, cada vez va a peor. Paula Palacios lo muestra muy claro en Cartas Mojadas, un largometraje producido por Isabel Coixet que ha ganado la Biznaga de Plata Premio del Público en la sección de documentales en el Festival de Málaga, y que se estrenará en cines el 9 de octubre. La película registra una misión cualquiera a bordo de un barco de rescate marítimo: en este caso, el Open Arms. Pero también lo hace desde el lado enemigo, a quien Europa paga para que refuerce sus medidas de contención y vigilancia. Así, el film se embarca con los guardacostas libios, cuya misión es avistar botes de personas que huyen de la guerra, el hambre y la inmundicia, para devolverlos a tierra y mantenerlos lejos de la posibilidad de una vida digna. La dureza de ciertas escenas ―que la misma directora reconoce que le generaron dilemas morales a la hora de decidir incluirlas― resulta aún mayor, si cabe, si tenemos en cuenta que lo que vemos sucede a diario en el Mediterráneo, y no es una recreación o un caso excepcional. La particularidad de Cartas mojadas se encuentra en su voz en off: una niña relata desde un punto de vista muy personal el periplo desde que sale de su país. Y también escuchamos las experiencias, deseos y esperanzas a través de las cartas de tres mujeres migrantes dirigidas a sus hijos. Esta perspectiva añade un toque más profundo y humano a un drama que hemos normalizado y frente al cual nos mostramos cada vez más insensibles, debido, en parte, al enfoque frío y las cifras asépticas que estamos acostumbrados a ver y escuchar todos los días en los medios de comunicación.

Hablamos con Paula Palacios sobre sobre su experiencia al rodar este documental y otras cuestiones en torno a Cartas Mojadas.

¿Cómo tomas contacto con el género documental, y cómo es que decides trabajar a través de él?

Estudié Comunicación Audiovisual, pero me fui de Erasmus a París, y me especialicé en cine. Quería hacer ficción, pero surgió la posibilidad de hacer un documental sobre mujeres, que se emitió en la 2, que se llama Mujeres sin pausa. Y como fue muy bien, yo misma me sorprendí y descubrí un mundo que me apasionaba, porque siempre he sido muy viajera, me gustan mucho los idiomas y donde mejor me desenvuelvo es en el terreno. La parte que más me gusta del proceso de producción es rodar en lugares lo más difíciles posibles, con los idiomas más complicados, y es donde creo que más útil soy a la profesión porque me desenvuelvo bien y además disfruto. Me saca de quicio cuando me dicen: “Bueno, llevas ya treinta documentales, ¿cuándo vas a hacer una peli?” No soporto esa pregunta, porque para mí es un género que intento tratar cada vez más desde lo cinematográfico y la gente lo relaciona mucho con el reportaje, o con un género menor.

¿Qué relación tiene tu cortometraje La carta de Zahra con este documental?

En el corto, la idea es un poquito más radical que en la peli. En la película, la idea de la carta es más como una metáfora. En el corto, es literalmente la carta de una madre a un hijo. Pero el tema de las cartas viene porque a mí lo que más me impresiona del viaje es cuando las familias se separan, y cómo hay cosas que no se consiguen decir y no se podrán decir nunca porque muchos pierden el móvil y no pueden contactar con los suyos. Las cartas son metafóricas porque, por ejemplo, en La carta de Zahra, la carta está escrita a un hijo muerto. Se sabe desde el principio que no hay destinatario, y en Cartas mojadas es lo mismo: no hay destinatarios como tal, es más un relato en voz alta para contar lo que ha pasado. A nosotros nos llama mucho la atención el periplo, pero entre ellos no lo recuerdan ni lo nombran. Para ellos lo importante es haber huido y haber llegado, y una vez han llegado, sobrevivir a las circunstancias y resolver cómo se van a ubicar. Por eso es complicado que recuerden esa parte, así que también es una excusa para relatar todo lo ocurrido, para recordar y transmitírselo a sus hijos.

¿Estas cartas son reales?

El formato es idea mía. Empezó con el corto de La carta de Zahra, para el que tuvimos acceso en un campo de refugiados en Berlín. Yo intentaba encontrar a una madre que se hubiese separado de sus hijos y el centro nos dio varios perfiles, pero entre ellos no estaba Zahra. Y alguien le dijo a ella que estábamos haciendo esto, pero que no la habían llamado porque, en su caso, ella se separó de su hijo y él luego murió en Siria. Ella vino diciendo que quería escribir esa carta. La vi con tanta emoción y tantas ganas de querer participar que luego fue del tirón, nosotros editamos un poco. Pero le sirvió tanto decirlo en alto… Que luego pensé que era un ejercicio muy necesario. En el caso de las mujeres que participan en Cartas mojadas, yo les propuse el ejercicio y es enteramente su relato libre y editado por nosotros, solo partiendo de la pregunta: ¿qué le dirías tú a tus hijas del viaje?

Es muy interesante que lo hagas desde el punto de vista de la familia, de las madres hacia esa descendencia que además tiene el futuro en sus manos. Lo reflejas también de un modo muy bonito con la metáfora de las tortugas que regresan a la playa en que nacieron para poner los huevos y continuar el ciclo de la vida. ¿Qué te hace plantear el documental desde esta perspectiva?

Pasaron dos cosas: una, que ya estaba en La carta de Zahra en 2016, que cuando fui a Lesbos, los migrantes que llegaban, que empezaron a salir de Siria e Irak en 2015, eran hombres. Casi todos querían llegar a Alemania y la mayoría lo lograron. Entonces llamaron a sus mujeres para que fueran con sus hijos. Y si uno va a los archivos de las barcas que llegaban a Lesbos en 2016 son muchas más mujeres. Lo que yo tenía y me impactó fue que había muchas historias de mujeres con niños. Por ejemplo, de madres que decidían coger una barca y mandaban a sus hijos en otra diferente por si una se hundía; u otros que no se querían separar y se la jugaban a todo o nada. Todo lo que yo recibí, tenía que ver con las madres. Pero luego, además, algo secundario pero importante es que yo estaba embarazada cuando fui a Libia y viví todo el proceso del rodaje allí y la postproducción embarazada, y quizá había un vínculo más personal que quería plasmar. Pero la historia principal es la de 2016: la de oleadas de hombres que llegaron primero y luego las oleadas de mujeres con los niños.

¿Cómo decides ponerte en contacto con el Open Arms y embarcarte con ellos en esa odisea?

Llevaba tiempo trabajando con el tema de los migrantes y quería que esta película recopilase los diferentes estadios, que hemos ido de mal en peor: primero era Lesbos, que estaba más cerca para ellos; luego tuvieron que buscar otra ruta de muchos más kilómetros en el Mar Mediterráneo, después Libia… Era ver esas diferentes etapas. Me parecía que el Mediterráneo era un lugar imprescindible para explorar, y aunque había visto muchísimos archivos, muchas imágenes, no es lo mismo que si vas a bordo. Porque hubiera podido comprar imágenes de archivo, pero quería ver y estar cerca de los migrantes en esa experiencia. Mi hermano es bastante cercano a la ONG y a través de él subí a bordo del barco.

En los créditos das las gracias “a las personas que en situaciones delicadas nos han dejado grabar, en especial a las madres que viajaban con hijos”. ¿Cómo ha sido para ti la experiencia de grabar a personas en una situación tan vulnerable? Supongo que al final pesaba más la necesidad de transmitir lo que está ocurriendo…

Me llamó mucho la atención en Lesbos, cuando llegamos ―insisto, un año después de que empezara la crisis―, que había muchísimos voluntarios, casi más que migrantes. Y ese voluntariado muchas veces miraba mal a la prensa y a los medios cuando estábamos allí para grabar. En realidad, no hubieran llegado hasta allí si no lo hubieran visto en las noticias. Pero por otra parte, también hubo momentos en los que pensé que estaba grabando a gente en una situación en la que quizá a mí no me gustaría que me grabasen. Pero a los que trabajamos con temas de conflictos siempre nos va a acompañar el dilema. Hay un poco de pudor, y ahora que soy madre, cuando vuelvo a ver las imágenes de todas las mujeres con sus niños, no sé si querría que en ese momento en que mi hijo está llorando y yo trato de calmarle, o darle el pecho querría que me grabasen. Pero siempre puede la otra parte, sin caer en la idea naif de pensar que el documental va a salvar la vida a la gente, porque no es así y hace mucho que ya pienso que no es así. Pero sí creo que es más importante la sensibilización.

Además, si alguien no quería ser grabado se le preguntaba, en el barco había suficiente tiempo para eso. De hecho, la chica de Libia, de las quemaduras, que sale con la cara tapada, no quería que se le viera. Pero siempre ronda el debate… ¿Grabaríamos a estas personas si fueran blancas? Yo sé que en Niza, cuando fue el atentado terrorista, la policía dijo que no se podían grabar a los cadáveres ni con la manta térmica encima. Y a los migrantes se les graba con manta o sin ella. Pero yo creo que es importante que lo veamos, porque si no lo vemos no nos lo vamos a creer.

Son imágenes muy duras, el documental es muy duro, pero también necesario…

La película documental permite esto. En la televisión nunca hubieran permitido, quizá, tanto número de cadáveres. Y este formato sí permite que lo podamos mostrar así y con este lenguaje cinematográfico. Me podía permitir eso y decidí hacerlo. De hecho, me han preguntado que si siendo madre ahora, no me da pudor el cadáver del bebé que sale. Y aunque solo sea un segundo, me estuve planteando si mostrarlo o no. Fue de lo que más me planteé. Pero el valor de este documental es que veamos lo que está pasando habitualmente. No fui a cuatro misiones de Open Arms para grabar esto, fui a solo una y ocurrió.

¿Es tu documental es el primero que aborda este tema en un largometraje?

Ha habido reportajes a bordo del Open Arms, pero son reportajes desde el punto de vista de la ONG: cómo trabajan los voluntarios, qué se hace en las misiones de rescate, etc. Pero recopilando, sobre todo, los últimos cinco años de la migración del Mediterráneo pasando por Lesbos, Mediterráneo Central y Libia, no.

No sé si has visto El hijo de Saúl, de László Nemes, pero viendo tu documental me acordé de la película, porque con ella descubrí que en los campos de concentración los judíos se encargaban de introducir en las cámaras de gas a los propios judíos. Y con tu documental he sabido que en Libia son los propios refugiados quienes abusan y torturan a otros refugiados para sobrevivir. ¿Crees que en el futuro esto que está sucediendo se considerará un crimen contra la humanidad?

Yo creo que, desgraciadamente, no. Pero una de las cosas que quiero hacer con la película, para honrar a estas personas y que realmente sirva para algo, es ir al Parlamento Europeo a denunciar cómo puede ser que sepamos lo que está ocurriendo en Libia y no estamos haciendo nada. Lo que no puede ser es que yo sola ―porque no me dejaron ir con nadie más del equipo español, tuve que ir y coger un equipo en Libia―, sea capaz de llegar a ese pueblo donde nadie quiere ir, en el que ninguno de los miembros del equipo libio había estado y tampoco querían ir, porque eran todos de otro pueblo, y ese es un pueblo muy, muy peligroso. No puede ser que yo haya ido, y un convoy de la ONU no se meta ahí a rescatar a estas personas. Para mí eso sería la primera etapa, y yo, sin ver que esto se soluciona, no me puedo imaginar que en un futuro lo que está ocurriendo se declare como crímenes de guerra, ¡que debería! Pero lo primero sería reconocer lo que pasa. Si supiéramos que hay, ya no miles, solo una persona blanca en esa situación de tortura y encierro que a veces llega a durar años, no lo permitiría la ONU ni su país. Y ellos lo saben y saben dónde están, porque yo lo sé, y no soy nadie.

¿Cuáles son tus próximos proyectos?

Llevo siguiendo a un chico somalí ocho años, tenía 14 años cuando lo conocí en la frontera entre Ucrania y Eslovaquia, y desde entonces he estado grabándole. Estuvo en la cárcel en Ucrania, tuve acceso a la cárcel, y ahora está en Estados Unidos. Lleva viajando por el mundo muchos años, y ahora que es legal quiere ir a ver a su familia, a su madre, que está en Kenia. Su padre murió mientras estaba en Ucrania. Y es una historia más personal, quizá más cinematográfica, se llama Mi hermano Alí. Yo estoy dentro de la peli, es sobre la relación que tenemos los dos detrás de la cámara, hablando con él siempre, lo que nos ha pasado en estos ocho años. Es una peli muy Forrest Gump, con el personaje de él, que es bastante divertido, es muy cómica, aunque cuente toda la crisis de los refugiados desde otro punto de vista pero es una peli más personal.