Manu Yáñez

El pasado mes de noviembre se celebró la primera edición de Start Me Up, el programa internacional de desarrollo organizado por la ECAM (Escuela de Cinematografía y del Audiovisual de la Comunidad de Madrid). En el mismo, participaron los proyectos Si no ardemos cómo iluminar la noche de la costarricense Kim Torres, Adiós a Satán del mexicano José Pablo Escamilla y Anekumen de la vasca Irati Gorostidi. Para ahondar en el funcionamiento del programa, y conocer más de cerca el universo de los laboratorios de desarrollo, charlamos con Rafa Alberola, responsable de ECAM Industria, además de director del cortometraje Arenal y guionista de los largometrajes Una vez fuimos salvajes de Carmen Bellas y Los inocentes de Guillermo Benet, entre otros.

¿Qué lugar ocupa Start Me Up en el programa de industria de la ECAM?

Hace un año, vimos que había una oportunidad de expandir el radio de acción de La Incubadora, que es la principal actividad de ECAM Industria y que está pensada como una residencia larga, de cinco meses, para proyectos españoles. Cada año, el Short Film Corner del Festival de Cannes acoge un proyecto de La Incubadora en el marco del foro internacional de óperas primas Focus COPRO’, y pensamos que podíamos proponer un intercambio y traer a la ECAM un proyecto de allí. Así surgió Start Me Up, una iniciativa que nace más de la curiosidad que de la necesidad. Nadie nos había pedido que organizáramos un programa internacional de desarrollo, pero justamente por eso me parece que tiene sentido hacerlo. Para ello, también cerramos acuerdos con el MAFF, el Málaga Festival Fund & Co Production Event, y con Ikusmira Berriak, el programa de residencias y desarrollo del Festival de San Sebastián, Tabakalera y la Elias Querejeta Zine Eskola.

Siguiendo la estela de La Incubadora, en Start Me Up diseñamos un programa de actividades a la medida de los proyectos seleccionados, aunque aquí contamos solamente con una semana de actividades. Para responder al desafío, concebimos una residencia intensiva en la que los participantes convivieron y asistieron a sesiones grupales e individuales. Entre las actividades grupales, destacaría una sesión de seis horas en la que se debatió conjuntamente sobre los guiones de los tres proyectos. Luego, en la vertiente individual, cada proyecto tuvo su mentor de dirección, guion y producción. Ahí se trabajaron circunstancias específicas. Por ejemplo, los dos proyectos latinoamericanos necesitaban ponerse al día en cuanto a la revisión de contratos, y para cubrir esa necesidad les organizamos una sesión con Mabel Klimt, abogada especialista en audiovisual.

Me gusta pensar en Start Me Up como en un anti-LAB, y para ello las parejas de mentoría, en algunos casos, no responden a una lógica “natural”. Un buen ejemplo sería lo que hicimos con Si no ardemos cómo iluminar la noche de Kim Torres. Este proyecto reúne una perspectiva de género con un trabajo con los géneros cinematográficos. Decidimos que los mentores fueran Jonás Trueba e Itsaso Arana, que no parecen tener mucho que ver con el cine de género. Pero Si no ardemos… estará protagonizada por niños, jóvenes y adolescentes, y Jonás tuvo una experiencia muy intensa en este sentido en Quién lo impide, algo que Itsaso también ha abordado en su labor con el colectivo La Tristura, en obras de teatro como Materia prima o Future Lovers. Luego, para asesorar a Irati Gorostidi, directora de Anekumen, invitamos a Javier Fernández Vázquez, que podía dotar al proyecto de un fuerte sentido estructural. Y, por último, para Adiós a Satán de José Pablo Escamilla, trajimos a Helena Girón y Samuel M. Delgado, por su búsqueda de una lectura política del trabajo con el material analógico.

Samuel M. Delgado y Helena Girón en Start Me Up.

Me llama la atención tu referencia al anti-LAB. ¿Podrías ahondar en esta idea?

Los responsables de los dos proyectos latinoamericanos que participaron en Start Me Up nos contaban que habían pasado por un montón de foros internacionales y que habían recibido inputs similares en la mayoría de ellos. Les habían señalado aspectos mejorables de sus proyectos, pero no se les habían otorgado las herramientas para solventar esos problemas. En la actual fiebre de los laboratorios de desarrollo, a veces pecamos de superficialidad. En eso, desde La Incubadora, no hemos dejado de aprender a lo largo de las cinco ediciones que llevamos organizadas. Escuchar a los responsables de Adiós a Satán expresar su alegría por las sesiones de guion y dirección de Valentina Viso y Helena (Girón) y Samuel (Delgado) supuso una satisfacción enorme.

Entiendo que hallar el modo de asesorar sin formatear no es nada fácil. Charlando acerca del proceso de realización de Espíritu sagrado, un proyecto que pasó por La Incubadora, Chema García Ibarra me contaba que lo más difícil de su paso por laboratorios había sido tener que racionalizar, una y otra vez, una serie de ideas y procesos que pensaba abordar de un modo más intuitivo y orgánico.

Sí, pienso continuamente en cómo atajar esta cuestión. En La Incubadora, los participantes tienen la gran oportunidad de reunirse con programadores de festivales importantes y con responsables de cadenas de televisión y plataformas de streaming, pero ese mismo privilegio conlleva tener que contar muchísimas veces las claves de su proyecto. ¿Cómo esquivar esa situación? No tengo una respuesta definitiva para ello, pero en La Incubadora, por ejemplo, no hacemos un pitch público. Pensamos que es algo que se puede evitar. De hecho, como cineasta, a mí me parece algo muy incómodo.

La industria se ha organizado de tal modo que los tiempos de realización de un proyecto se han alargado mucho. De hecho, muchos cineastas se ven obligados a estar más tiempo contando y vendiendo su proyecto que dirigiéndolo. Esto responde también a una coyuntura económica difícil. En ocasiones, veo que pasan por laboratorios proyectos que, en realidad, ya no necesitan más asesoramiento. Sin embargo, no debemos olvidar que esta también es una manera de conseguir financiación; sin ir más lejos, en La Incubadora damos 10.000 euros a cada proyecto seleccionado. En una realidad industrial y social marcada por la precariedad, esa posibilidad de tener financiación o ingresos es algo más que anecdótica.

En cuanto a esta retroalimentación de los laboratorios, ¿has tenido la impresión de que la gente que pasa por vuestros programas puede trabajar de forma más autónoma en sus siguientes proyectos?

Depende mucho del caso y de las condiciones de producción de cada proyecto, pero esa posibilidad de trabajar de forma más autónoma en siguientes proyectos es algo importante para nosotros. Es una de las razones por las que no se puede repetir en La Incubadora. Nuestra idea siempre ha sido formar a la siguiente generación de productores, y se supone que, una vez pasas por el programa, ya cuentas con el conocimiento y sobre todo con los contactos necesarios para desempeñar esa labor. Cuando pasas por La Incubadora, ya has tenido la experiencia de sentarte a presentar tu proyecto a Televisión Española, Movistar, Filmin, el ICAA, Ibermedia o Eurimages.

Silvia Cruz (centro), de Vitrine Filmes, con Claudia Salcedo e Irati Gorotidi.

Me gustaría preguntarte por tendencias que hayas podido detectar como encargado de programas de desarrollo. La selección de proyectos de Start Me Up perfila un cine cargado políticamente, en el que tiene peso la cuestión de género.

La cuestión política no sé si podría considerarse una tendencia general. Es algo que, en Start Me Up, se ha buscado un poco. En La Incubadora, no estoy en el comité de selección de proyectos. Participo en la revisión previa de los proyectos candidatos, pero no selecciono. En Start Me Up, los proyectos los hemos seleccionado entre Cecilia Barrionuevo, que fue directora del Festival de Mar del Plata, y yo. Y nos hemos permitido comisariar un poco la selección. Al margen de eso, por La Incubadora pasan unos 200 proyectos cada año y se pueden encontrar tendencias. Creo que es posible diferenciar entre lo que es fruto de su época y lo que responde de manera más consciente a modelos de éxito. En este último sentido, llama la atención la cantidad de proyectos que juegan con los conceptos de verano, juventud o adolescencia, Costa Brava… También veo muchos proyectos que abordan la cuestión de lo rural, en el marco de una vuelta a casa. Ese me parece un tema más universal, que nunca pasa de moda. Yo mismo escribí sobre ello en Pueblo, el cortometraje que dirigió Elena López Riera. Y luego también percibo un interés por estudiar la relación con los padres, en términos de reencuentro. Se está hablando mucho de los cuidados de la gente mayor, más de lo que estamos viendo en pantalla.

Podría tratarse de la expresión de una cierta sensación de vulnerabilidad, tanto a nivel personal como social. En todo caso, lo que me cuentas ratifica mi impresión de que, en el cine contemporáneo, no abunda algo muy presente a lo largo de la historia del cine: el goce de filmar, algo que suele conectar con la alegría de vivir.

Hace poco, con Nacho Gutiérrez-Solana, el Director de estudios de la ECAM, comentábamos que a algunos alumnos les vendría bien ver más películas de Jean Renoir. Falta un poco de joie de vivre. De hecho, este año, en La Incubadora, estoy deseando que entre más comedia, algo diferente. A veces parece que ser profundo esté reñido con la idea del goce. Y no es así, como por ejemplo demuestra el proyecto Anoche conquisté Tebas de Gabriel Azorín, que ha pasado por La Incubadora y que se presenta como una celebración de la amistad masculina, en la juventud y adolescencia. Es una película muy romántica en su concepción, porque trata de juntar a chicos de hoy en día con jóvenes romanos de hace 2000 años. Es una película que busca la profundidad desde una cierta ligereza, algo que también veo en el cine de Teddy Williams. Luego, otro elemento que percibo en los proyectos es una cierta ausencia de propuestas de futuro. Hay una angustia y un pesimismo que parece imponerse a la búsqueda de futuros posibles.