“Estaba en casa, pero…”. La forma abrupta del título de la nueva película de Angela Schanelec viene determinada por ese “pero” final que anuncia un problema y que no llega a concretarse. Esa conjunción adversativa, que une dos conceptos para oponerlos, o matizarlos, y que aquí no llega a oponer, ni tan siquiera a unir, abre un vacío, una incógnita que es la que la película trabajará con mimo, pero. Ese vacío abre un enorme interrogante: ¿qué vendría después? Estaba en casa, pero… Casi una negación. Estaba en casa, refugiada, a salvo, en el hogar, pero. Hay otro elemento importante en el título, que encontrará su eco en la película: la idea de casa, siendo esta el hogar, el espacio de lo íntimo, de las relaciones familiares, del que uno se marcha para no volver jamás. Porque la película entera, filmada con un rigor extremo, se construye sobre esos dos elementos simples: un hogar, una familia, y unos vínculos rotos, o a punto de hacerlo. Conjunciones copulativas que devienen en adversativas, uniones que tropiezan. Procesos que ratifican el posible vínculo entre el film de Schalenec y el universo del maestro japonés Yasujirō Ozu, cuyo imaginario hogareño y familiar alberga como una de sus cumbres esa obra maestra muda titulada He nacido, pero…

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