El Everest es el pico más alto del planeta con 8.848 metros. Y es, por lo tanto, la principal tentación para montañistas deseosos de alcanzar la gloria. Claro que en esa zona del Himalaya que divide el Nepal de China han muerto decenas y decenas de escaladores. Lo que el director islandés Baltasar Kormákur (101 Reikiavik, Contraband, 2 guns) reconstruye en este caso es una de esas catástrofes; más precisamente la que ocurrió en mayo de 1996.

Todo arranca con un breve prólogo que nos permite conocer ciertos antecedentes familiares de algunos personajes, que servirán luego para la construcción de la tensión dramática en el terreno psicológico: el instructor y supervisor de la expedición que interpreta Jason Clarke, por ejemplo, tiene a su esposa (Keira Knightley) embarazada. Pero a los pocos minutos el grupo de alpinistas ya estará en pleno Nepal preparándose para la aventura y no tardará mucho en iniciar la subida en varias y cada vez más tortuosas etapas. Hasta que llegan a la cima y lo que en principio parecía la culminación de la expedición se convierte en el comienzo del desastre.

No conviene adelantar cómo se desarrollan ni mucho menos cómo terminan las cosas para cada uno de los personajes (el elenco, además de Jason Clarke, incluye a otros buenos actores como Josh Brolin, John Hawkes, Sam Worthington y Jake Gyllenhaal), pero todo queda servido para un festival de efectos visuales que en la comparación dejan a otros exponentes del subgénero de épicas de montaña, como por ejemplo Límite vertical, como juegos de niños.

Kormákur es un eficaz narrador y cumple con lo que le encargaron. La película tiene la espectacularidad necesaria para fascinar a los seguidores del cine-catástrofe –con un buen uso del 3D que se amplifica en salas IMAX–, pero para mi sensibilidad este tipo de exploraciones de tragedias humanas (gente agonizando o muriendo por hipotermia) con tono épico y música grandilocuente tienen un costado sádico y se transforman en auténticos suplicios que hay que tener muchas ganas de soportar. Bienvenidos sean, entonces, los que disfrutan de este tipo de experiencias extremas. No cuenten con mi entusiasmo.