Por Carlota Moseguí

1. Autoría y protagonismo femenino

Uno de los estandartes de la última edición de Visions du Réel fue la cuantitativa y cualitativa presencia femenina en la programación. El festival, celebrado en la población suiza de Nyon, exhibió 166 documentales de los cuales un 40% fueron realizados por mujeres. No obstante, la autoría no fue la única causa del fuerte acento femenino del certamen: un importante porcentaje de películas –dirigidas tanto por hombres como por mujeres– narraban historias de antiheroínas modernas, oprimidas por culpa del totalitarismo machista de sus comunidades.

Dos documentales excepcionales de la competición oficial de mediometrajes abordaron situaciones político-sociales a través del feminismo. El primero fue Madonna, de la debutante Nino Gogua, en el que se revela la discriminación sufrida por la única conductora de autobuses de toda Georgia. Madonna Naroushvili y su prima fallecida empezaron a ejercer dicha profesión durante la ocupación soviética por una necesidad económica. Pero, tras la caída de la URSS, la protagonista se ha convertido en motivo constante de las burlas machistas de sus compañeros de trabajo. Tomando una cierta distancia, sin glorificar al personaje, la autora del documental filma la intimidad de una superviviente que, pese a tener una sociedad patriarcal en su contra, no se siente acomplejada y lucha para adaptarse.

Si, en el caso de Madonna Naroushvili, descubríamos a una mujer que desatendía su aspecto a propósito, las presumidas israelíes de Women in sink no quieren renunciar a ir a la peluquería a pesar de vivir en Haifa, lugar donde se respira una fuerte tensión política a causa de la forzada convivencia entre árabes y judíos. Ganadora del Premio del Jurado en la competición de mediometrajes, la película presenta un conjunto de planos cenitales que capturan los rostros de las mujeres mientras les lavan sus melenas. La directora transforma ese salón de belleza, situado en el corazón de la comunidad árabe de la ciudad, en un ágora donde las chicas pueden señalar sus diferencias con la otra mitad de la población sin muestras de racismo, liberadas de la opresión que viven en sus hogares.

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2. El salto a Cannes

En el ecuador de Visions du Réel, el festival de Cannes anunció las películas que faltaban para cerrar la Competición Oficial y Un Certain Regard, y además se dio a conocer la programación completa de las secciones paralelas ACID, la Quincena de Realizadores y la Semana de la Crítica. Dos de los mejores documentales vistos en secciones no competitivas del certamen suizo fueron seleccionadas para formar parte de ACID, una sección aparentemente menor de Cannes que en realidad ofrece al público la posibilidad de encontrar pequeñas joyas. Volta à terra, presentado en la última edición del DocsLisboa, fue uno de los largometrajes escogidos. Dividida en capítulos que siguen el orden de las cuatro estaciones y centrada en la bucólica existencia de unos pastores de un pueblo aislado al norte de Portugal, João Pedro Plácido ha realizado la versión lusa de la sobrecogedora película de Michealangelo Frammartino Le Quatro Volte. No obstante, el autor se siente más cómodo al documentar la vida en el campo, prescindiendo de la visión simbólica del paisaje que manifestaba el film italiano.

La segunda de las elegidas por Cannes es Je suis le peuple. A diferencia de Volta à terra, el largometraje de Anna Roussillon propone una conexión entre las incomunicadas aldeas egipcias y la vida en las grandes ciudades a través de un deseo que une a ambos territorios: la anhelada espera del cambio político. En su ópera prima la cineasta muestra las reacciones de una pequeña familia del sur de Egipto que sigue por televisión las protestas de 2001 en la emblemática Plaza de Tahrir. La película sigue en tiempo real la caída de Mubarak y la elección de Mohamed Morsi, mostrando la transformación vivida por el país –tanto en poblados como en las metrópolis– de la noche a la mañana.

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3. Grozny/Irak año cero

El largometraje que se alzó con el premio mayor de Visions du Réel es uno de los documentales más escalofriantes y necesarios de los últimos tiempos. Durante seis horas, Homeland (Iraq Year Zero) plasma el día a día de la familia y vecinos del director Abbas Fahbel, afincados en Bagadad, desde febrero de 2002 hasta julio de 2003. El film pone en evidencia una realidad incómoda: el trauma de los civiles que fueron testigos de los bombardeos que destruyeron la capital de Irak. Esta impactante película, que en su título se hermana con Alemania, año cero, de Roberto Rossellini, señala la imposibilidad de construir sobre un suelo estéril, cubierto por los escombros que dejaron los misiles estadounidenses.

Homeland (Iraq Year Zero) se estructura a partir de dos extensos capítulos. El primero se sitúa antes de la invasión –cuando los ciudadanos de Bagdad seguían el advenimiento de la guerra por televisión sin moverse de sus casas–. Mientras que el segundo se inicia tres semanas después de la llegada de las tropas comandadas por George Bush. Fahbel muestra el paso de la intranquilidad al desasosiego existencial de un pueblo golpeado por la paranoia de los nuevos conquistadores, demencia que se incrementó a lo largo de los meses, y que el autor evidencia a través de un dramático in crescendo que culmina en uno de los desenlaces más espeluznantes que se recuerdan.

El chocante visionado de la segunda parte de Homeland (Iraq Year Zero) resuena en Grozny Blues, otro comprometido documental de la competición de largometrajes que, pese a situarse entre las mejores películas del festival según la crítica internacional, no consiguió llevarse ningún galardón. El film de Nicola Bellucci construye un diálogo entre el pasado bélico de Chechenia y el presente de las nuevas generaciones pro-Putin. Una disputa formal, basada en un montaje de plano-contraplano, que alterna footage casero de cadáveres de niños mutilados durante las bombardeos de Grozny en la Segunda Guerra Chechena –filmados a finales de los noventa y principios de este siglo por las ex-cineastas amateurs que protagonizan el documental– con escenas actuales tomadas en las mismas localizaciones donde se celebran meetings políticios de ultra-derecha. Grozny Blues desarrolla el mensaje contrario al propuesto por Michael Wahrmann en Avanti Popolo: la juventud no participa del recuerdo de la opresión vivida durante los regímenes totalitarios o la guerra, sino que toda la memoria histórica de un país cae en el olvido.