La carrera de François Ozon ha ido, poco a poco, virando hacia el clasicismo formal. Muy atrás quedan experimentos estimulantes como Sitcom, 8 mujeres o Amantes criminales. Sus películas siguen siendo artefactos repletos de giros, hallazgos narrativos, exploraciones en torno al origen de las historias. Sin embargo, su pulso, su capacidad de transgredir en el plano de las imágenes, más allá del texto, se han ido aplacando con el paso del tiempo. Puede ser fruto de lo que muchas veces, sin motivo, se denomina madurez cuanto se habla de un cineasta. El caso es que su cine no ha perdido interés. En primer lugar, por la velocidad con la que sigue entregando películas, y, en un plano más profundo, por la habilidad con la que va tejiendo un hilo (a veces casi imperceptible, pero siempre muy consistente) en las diferentes historias que elige. En este caso, se acerca a Remorimiento (1932), de Ernst Lubitsch, que estaba basada en la obra de teatro L’homme que j’ai tué, de Maurice Rostand, para proponer una análisis de las consecuencias de la guerra (la I Guerra Mundial, pero podía ser cualquier otra) en los combatientes y en sus familias. De un exquisito aroma clásico, y alternando de manera hábil los formatos, Ozon consigue ir extrayendo el jugo de las múltiples capas del relato con la ayuda de Paula Beer, excepcional actriz en el papel de viuda de un militar y protagonista del film. Fernando Bernal

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