Hay que intentarlo: hablar del cine del filipino sin hacer mención a la duración de sus películas. Porque poco importa si sus películas duran dos, tres, seis horas, o quince minutos, porque la épica de sus planos, la magnificencia de sus tramas, la ambición de su relación con la historia de su país, supera por mucho la anécdota del tiempo de la cinta. Tras Norte, probablemente su película más accesible, Lav Diaz presentó en el Festival de Locarno de 2014 esta película, con la que ganó el gran premio del festival, consagrándolo como uno de los nombres claves del cine contemporáno. Un cine interesado por la historia colonial de Filipinas, un país sacudido como pocos a los vaivenes de las sucesivas dominaciones, que busca sobreponerse a la mera reconstrucción histórica para construir una épica del discurso político, un retrato que va más allá de la fidelidad a los hechos para construir una narrativa en expansión a través de un trabajo continuado en el tiempo con un equipo constante. Como afirma Jaime Pena, esta quizás sea la película en la que el equilibrio entre la deriva contemplativa y la ambición narrativa alcance su cima, “sin renunciar por ello a las características identificativas de su cine anterior: el blanco y negro, los largos y majestuosos planos secuencia, la ambición de sus tramas”. GdPA

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