(Imagen de cabecera: We Will Not Fade Away de Alisa Kovalenko)

Jaime Lapaz (Docs Barcelona)

El festival DocsBarcelona presenta We Will Not Fade Away, estrenada en la reciente Berlinale en el marco de la sección Generation 14plus. Su directora, la ucraniana Alisa Kovalenko, interrumpió su trabajo en el largometraje durante los primeros cuatro meses de la invasión rusa, a principios de 2022, para alistarse voluntariamente en las Fuerzas Armadas. La película, rodada en el Dombás antes de que Putin escalara el conflicto, está ciertamente contagiada de un espíritu luchador y reivindicativo. Kovalenko reincide durante la primera mitad del film en la condición de abandono que sufre esa región, “un lugar en ruinas que nunca se reconstruirá”, relegada así a la inevitable marcha de unos jóvenes que solo hablan de emigrar. Andriy, Illia, Lera, Liza y Ruslan, protagonistas de We Will Not Fade Away, expresan una y otra vez su intención de huir en busca de un futuro mejor, puesto que sus pasiones (la pintura, la mecánica, la fotografía, el rap) parecen estancarse en una tierra a todas luces inerte. El taladro dentro de las minas de carbón suena igual que las ametralladoras que se escuchan no tan lejos, desde los balcones del pueblo, y pese a la sensibilidad con la que Kovalenko rueda el verano de la cuenca del Donets (un estío con risas de niños, baños al atardecer, helados y sandías), los jóvenes no pueden evitar verlo todo negro.

Aparece entonces el elemento detonante: Valentyn, un conocido narrador deportivo de la televisión nacional Ucraniana, va a organizar un viaje al Himalaya para algunos de los críos del pueblo. La ilusión se apodera de esos adolescentes que siguen anclados al 2014, el año en que estalló la guerra, y la cineasta sigue la preparación física y mental de sus protagonistas combinando con inusitada destreza la ternura con la crueldad, la esperanza con la desolación. La principal fuerza del documental recae en el acercamiento dual y consciente con el que la directora trata el contexto. El espíritu contestatario está ahí, la despiadada y sombría guerra también, pero Kovalenko amplía firmemente su horizonte hacia lo bello y lo luminoso. En We Will Not Fade Away las estaciones avanzan al ritmo de la tensión militar, pero, pese al ruido, Kovalenko logra componer un retrato generacional sin eludir ni las luces ni las sombras.

En la Sección Oficial Panorama del festival barcelonés también encontramos Polish Prayers, de Hanka Nobis. En ella seguimos a Antek, un chico polaco al que conocemos en un campamento de jóvenes cristianos. El film acompaña a Antek a este y otros eventos nacionalistas ultracatólicos y de extrema derecha con una sorprendente y rigurosa compasión. Si en We Will Not Fade Away había un firme posicionamiento político y social, en Polish Prayers hay un retrato naturalista, casi antropológico, de la realidad política polaca. Antek acude a manifestaciones anti-LGBT, es abiertamente misógino y desprecia a gran parte de sus compatriotas, y Nobis se limita a significar en muy contadas ocasiones sus imágenes con alguna sugerente nota musical.

Lo singular de Polish Prayers es cómo al acercarse tanto al tratamiento de su polémico personaje, focalizando en sus numerosas contradicciones, consigue hacer un dibujo aparentemente proporcionado de la juventud de Polonia. La apuesta es ambiciosa. Si bien cabe la duda de si la mirada de la cineasta no se beneficiaría de una cierta distancia sobre su objeto de estudio, lo cierto es que esta le permite a Nobis servirse del proceso de maduración de Antek para establecer (también) un retrato generacional, en este caso de la esfera política y cultural de los jóvenes polacos. Aunque el seguimiento del protagonista parece agotarse durante parte del metraje (en concreto al contar el radical arco dramático de Antek, podríamos decir que manca finezza), el conjunto de la película es lo suficientemente íntegro como para dar una imagen sólida y general de los grandes retos políticos de la república centroeuropea.

Por último, en la Sección Oficial Latitud se estrenó Els Orrit, documental hecho a dos manos entre Ferran Ureña y Marc Solanes. Se trata de un acercamiento más próximo al documental periodístico que al true-crime de la trágica desaparición que ocurrió hace treinta y tres años en el Hospital Sant Joan de Déu de Manresa. Isidre y Dolors Orrit fueron vistos por última vez en una habitación del recinto la noche del 4 al 5 de septiembre de 1998, y pese a haber pasado por muchas manos, el caso nunca se pudo resolver. Ureña y Solanes dan voz a la familia y a varios de los testigos con algunos de los mecanismos del ahora tan prolífico true-crime (se visitan escenarios, se entrevista a familiares, se repasan una y otra vez las mismas pruebas y fotografías en busca de nuevas pistas), pero añaden un singular repaso a cómo los programas de televisión de las últimas tres décadas han afectado a la continua investigación del escabroso suceso. En ese sentido, es imposible no vincular Els Orrit con el fenómeno nacional Crims, y de algún modo se hace evidente que el formato se hubiera beneficiado de un narrador que condujera modestamente la historia y que guiase así al espectador entre las infinitas posibles y opacas vías de investigación. Aun así, es encomiable la capacidad de Ureña y Solanes para contar este caso respetando a sus protagonistas y sin hacer de un asunto todavía doloroso un espectáculo sentimentalista y estremecedor.