El título original del tercer largometraje de Céline Sciamma, Bande de filles, señala dos experiencias que sintetizan los dos conceptos centrales de su escueta filmografía: el feminismo y el sentimiento de pertenecer a una comunidad. Si bien ambas nociones siempre han estado presentes en sus trabajos, en Girlhood adquieren un nuevo estatus gracias a la madurez creativa que la cineasta ha alcanzado a lo largo de siete años. Sus anteriores películas, que para muchos se quedaban en cándidas anécdotas lésbicas o transgenéricas, ya denotaban una poderosa denuncia de índole feminista: la reflexión que propone Lirios de agua (2007) trasciende la historia de amor lésbico no correspondido entre dos adolescentes; igual que Tomboy (2011), filme que va más allá del relato de una niña que simula ser un niño. Ambos largometrajes estaban protagonizados por chicas cuyo malestar –relacionado con sus problemas para aceptar su condición femenina– les llevaba a fingir otra personalidad y escoger compañías erróneas, caso opuesto al de Girlhood, donde la protagonista paradójicamente crecerá como mujer al entrar en una pandilla poco femenina.

La trama del nuevo film de Sciamma se sitúa en el extrarradio parisino, ocupado desde hace décadas por las primeras y segundas generaciones de inmigrantes, en este caso senegaleses. La protagonista es una tímida adolescente, habitante de ese microcosmos, sin amigos y con una turbia situación doméstica: Marianne (Karidja Touré) es maltratada a diario por su hermano mayor, y además está enamorada en secreto del mejor amigo de éste. Pese al dramatismo de la sinopsis, no es la principal intención de la directora denunciar los problemas sociales las banlieue. Las escenas de acoso escolar, racismo, violencia de género, prostitución, peleas callejeras o venta de drogas son presentadas con naturalidad, sin subrayados, destacando el componente cotidiano que tienen para Marianne. Se trata de la asimilación de su invisible rol como mujer en el peor de los patriarcados imaginables.

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Como enunciábamos, a diferencia de Lirios de agua y Tomboy, Girlhood propone la adecuada alianza entre mujeres para sobrellevar ese mundo regido por el totalitarismo masculino. Marianne se une a un alocado grupo de swaggers liderado por una abusona apodada Lady (Assa Sylla), un acontecimiento que a priori parece una decisión catastrófica, pero que en realidad ayuda a la protagonista a revelarse contra su conflictiva existencia femenina. La banda de chicas se dedica a desafiar a otras adolescentes del instituto mediante una violenta coreografía de gestos, palabras y miradas amenazadoras, copiadas de las pautas de comportamiento masculinas. Nos hallamos ante un grupo de cuatro chicas solitarias e incomprendidas que, como la pequeña niña de Tomboy, querrían ser hombres. Sin embargo, cuando dan rienda suelta a su feminidad –oculta por el instinto de supervivencia– surge una inesperada y fascinante explosión de sensualidad que Sciamma plasma en una fantástica escena de baile: cuatro cuerpos entregados momentáneamente a la joie de vivre al son del Diamonds de Rihanna.