La mejor ópera prima de la penúltima edición de la Berlinale propone un viaje por la esencia de una revolución cultural desde el corazón de su contrarevolución. Este brillante film del debutante Alonso Ruizpalacios está protagonizado por dos apáticos esquiroles que se declaran en ‘huelga de la huelga’ de la facultad de la UNAM en medio de un hipotético mayo del 68 a la mexicana. Güeros acontece en un descontextualizado México D. F., cuyos habitantes no viven bajo el yugo de la criminalidad anunciada en los noticiarios contemporáneos, sino en una urbe intelectual, idealista y revolucionaria, controlada por unos insurrectos y doctos estudiantes. Sin embargo, en la autoproclamada cuna de la cultura no sólo irradia sabiduría y esperanza. El aparentemente utópico epicentro metropolitano de la Ilustración también alberga caos, pereza, hastío y desorientación; un cóctel abúlico que incomoda a Fede (Tenoch Huerta) –’Sombra’ para los amigos– y Santos (Leonardo Ortiguis). La llegada del agitador hermano menor de Sombra (Sebastián Aguirre) a la capital, tras ser expulsado de la casa de su madre por causar problemas en el vecindario, transforma la inmovilidad de los jóvenes en el deseo de emprender una odisea física y espiritual en busca del ex-cantante legendario Epgimenio Cruz. De este modo, las canciones de la vieja gloria del rock se convierten en el vehículo artístico que permite vencer la abulia de los protagonista, y les ayuda a encontrar su lugar en un contexto revolucionario porque, como anuncian las pancartas de la anárquica universidad: ser joven y no ser revolucionario: ¡es una contradicción!”.

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