(Imagen de cabecera: The Matchmaker de Benedetta Argentieri)

Iker Zabala (Festival Zinebi, Bilbao)

Una mujer ataviada con un nicab se desplaza a duras penas, junto a su hijo, por un barrizal situado en un campamento de refugiados en la Siria de 2019, poco después de la derrota de Estado Islámico. Se trata de Tooba Gondal, conocida por haber reclutado, a través de las redes sociales, a numerosas mujeres extranjeras que se incorporaron a la lucha en favor del ISIS. La aparición de Gondal en The Matchmaker –documental de Benedetta Argentieri que adopta como título el siniestro apodo de la protagonista– se da a los 15 minutos de metraje, tras una crónica visual de la caída del DAESH y un primer acercamiento al calvario experimentado por las mujeres engatusadas por la “casamentera”. Este preámbulo y la virulenta incursión de Gondal dejan entrever la condición de work in progress de The Matchmaker, una película que va mutando a medida que va descubriendo los entresijos de una realidad funesta y compleja. Así, fuera la que fuera la intención original de Argentieri, el foco del film se sitúa rápidamente sobre esta enigmática mujer de ademanes amables y gestualidad risueña, madre cariñosa y paciente, que se expresa con claridad y coherencia, pero sobre la que pende una oscura sombra moral.

Estructurada por capítulos que diseccionan el ideario del ISIS a través de testimonios recabados en Siria, The Matchmaker se hace fuerte cuando centra su mirada en la figura de Gondal, cuya magnética presencia se despliega a lo largo de estampas cotidianas y de confesiones a cámara en las que la británica da cuenta de su pasado londinense, su vida universitaria, su feliz acercamiento al islam, su viaje a Siria y sus sucesivos matrimonios. Estos relatos abren una brecha en el film, dado que rezuman un cierto halo exculpatorio, como si Gondal estuviera aprovechando el documental para limpiar su imagen, poniendo la primera piedra para el regreso a su país. Los primeros planos permiten entrever la máscara tras la que se cobija la “casamentera”, mientras que Argentieri, preguntando desde el fuera de campo, dirige el diálogo hacia la cuestión de la captación de mujeres occidentales. En este punto, Gondal se presenta esquiva y defiende que no se identifica con las publicaciones en redes sociales en las que celebraba los atentados de París en 2015 (sus mensajes en Twitter funcionan como un leit motiv del film). Alegando una suerte de proceso esquizoide alimentado por la autonomía de su avatar virtual, Gondal se desmarca del proselitismo en favor del radicalismo islámico. Defiende que, en el mundo físico, ni tan siquiera sabe empuñar un arma.

En consonancia con su abrupto arranque, The Matchmaker se aboca a su clausura de forma súbita, cuando un incendio provoca una huida masiva del campamento de refugiados. La propia Argentieri reconoce la persistencia de interrogantes no resueltos en torno a Gondal, cuya figura permanece en una zona gris, entre la admisión de la culpa, la articulación de una extraña coartada, el arrepentimiento y la incierta posibilidad de una reconversión moral.

“Un fleur à la bouche” de Éric Baudelaire.

Por su parte, el cineasta parisino de origen estadounidense Éric Baudelaire (autor de las renombradas Letters to Max y Un film dramatique) presenta en Un fleur à la bouche otro abordaje a los espejismos de la identidad. A caballo entre el documental y la ficción, el film se abre con un pasaje hipnótico en el que unos planos de las manos de la empleada de un comercio de vinos se contraponen con la imagen de un hombre (el actor Oxmo Puccino) que, al otro lado del cristal, observa subyugado a la mujer. Desligándose de los planos cercanos para abrazar el plano general, la película acompaña a este misterioso hombre en su tránsito por las calles de París. Luego, en fuerte contraste con el delicado proceder de las manos de la sommelier, la película se traslada al retrato documental del funcionamiento de la industria floral. Así es como emergen en la pantalla los movimiento mecánicos y eficaces de los empleados de una fábrica de distribución, que trabajan de forma fulgurante, desplazándose en vehículos motorizados, llevando estructuras que transportan ingentes cantidades de flores.

Luego, la película regresa a la figura del hombre enigmático, que esta vez entra y se acomoda en un bar, donde inicia una larga y animada conversación con otro hombre más joven (la conversación está inspirada por la obra de teatro L’uomo dal Fiore in Bocca de Luigi Pirandello, aunque su filmación evoca las formas del cine de Hong Sang-soo). El recién llegado, quien está en París para comprar regalos para su familia, ha perdido el tren de vuelta a casa y quedan horas para la salida del siguiente. A todo esto, el hombre enigmático (Puccino), quien parecía lacónico y huraño, se desvela contra todo pronóstico como un conversador ágil y amable, sensible e intuitivo. Se expresa de forma literaria, casi artificiosa, haciendo gala de un sentido casi detectivesco en sus apreciaciones sobre la vida de su interlocutor. La cámara de Baudelaire orbitará en torno a los dos hombres sin dejarse notar, atenta a la seductora e intrigante verborrea, así como a la rica expresividad gestual, del hombre misterioso.

Tendrá que ser la vibración de un teléfono móvil la que interrumpa la plácida charla, dando pie a una serie de revelaciones trascendentales que sitúan Un fleur à la bouche en el radio de influencia del Breve encuentro de David Lean. A diferencia de lo que ocurría en The Matchmaker, los enigmas del film de Baudelaire se pliegan y desvelan de forma grácil y efectiva, generando una clausura armónica. Es la distancia que existe entre la ficción controlada (pese a sus hibridaciones con lo real) y el documental adscrito a una realidad huidiza.