Gonzalo de Pedro Amatria

Unas fotografías borrosas, mal impresas, con los colores disparados y de definición más que deficiente inauguran La impresión de una guerra, el cortometraje del colombiano (aunque afincado en Francia) Camilo Restrepo que se ha alzado con el Pardino de Plata al mejor cortometraje en la 68 edición del Festival del Film Locarno. La impresión de una guerra, un ensayo punk, filmado en 16mm, que rebusca en las marcas que la violencia ha dejado en la piel de un país después de muchos años, es una de las dos películas latinoamericanas del palmarés de la sección Pardo di domani: dos películas de un total de cinco premiadas que muestran la importancia que en esta edición alcanzó el cine latinoamericano, al menos en la sección dedicada tradicionalmente a descubrir nuevos talentos que podrían formar parte de las competencias de largometraje del festival en un futuro. La otra película, la boliviano-argentina Nueva vida, de Kiro Russo, mención especial del jurado, comparte con la película de Restrepo no solo la filmación en 16mm, sino también un trabajo con la distancia, el respeto y el cuidado con el que se filma lo que aparece frente al objetivo. Nueva vida, una suerte de “ventana indiscreta” aparentemente documental sobre una pareja que da la bienvenida a un hijo en un verano caluroso de una villa de Buenos Aires, es como La impresión de una guerra un acercamiento a los límites del propio cine: ambos films trabajan de formas distintas la sugerencia frente a lo evidente, lo fraccionario frente a lo integral, y evidencian que lo visible es siempre una capa más de lo existente. O dicho de otra manera: las imágenes nunca nacen inocentes, y es tarea del realizador, y también del espectador, despojarlas de lo accesorio en busca de lo esencial.

Una vista desde la "ventana indiscreta" de "Nueva vida" de Kiro Russo.

Una vista desde la “ventana indiscreta” de “Nueva vida” de Kiro Russo.

Si bien La impresión de una guerra es un ensayo decididamente político o militante, un deslumbrante trabajo de reescritura de la memoria de un país a través de las marcas en la piel, las paredes, las imágenes de los informativos, o las fotografías borrosas, todas ellas imágenes que ofrecen una visión distorsionada, y quizás por eso más precisa y honesta de la compleja realidad de un país, Nueva vida puede leerse como un acercamiento al misterio de la vida nueva y la posibilidad del cine de representar verazmente esa experiencia. La distancia, en este caso física, auto-impuesta, de una ventana a otra, de la película de Russo, opera como las imágenes distorsionadas de Restrepo: son imágenes, por encima de todo, cargadas de ideología, intención, y nunca pueden presentarse como sustitutos auténticos de lo real. Con la inclusión de estos dos trabajos en el palmarés, se confirma el interés de Locarno, o al menos la sensibilidad del jurado, para reivindicar las formas cinematográficas que buscan dilatar y ampliar los límites de la narración tradicional: si Mama, la película georgiana ganadora del Pardino de oro, es un ejemplar ejercicio (algo convencional) de contención dentro de los límites de la ficción, tanto La impresión de una guerra como Nueva vida toman formas heredadas de lo experimental, lo documental, o lo ensayístico para construir imágenes nuevas, o al menos justas.

Lo cotidiano como el corazón de lo siniestro en "Gulliver" de María Alché.

Lo cotidiano como el corazón de lo siniestro en “Gulliver” de María Alché.

Junto a esas dos películas premiadas, la selección presentó otras ocho películas de producción o coproducción latinoamericana, española o portuguesa: diez de un total de veinticinco películas en competición, casi un tercio, como muestra del interés con el que Locarno rebusca en nuevas cinematografías, nuevas geografías, nuevas políticas. Las otras dos argentinas, Gulliver, de María Alché, y La novia de Frankenstein, de Francisco Lezama y Agostina Gálvez, podrían parecer en apariencia ejercicios de ficción contenida, pero sin embargo las dos contienen en su interior una mirada perturbadora hacia lo cotidiano como el corazón de lo siniestro: el unheimlich freudiano, según el cual la familia, el trabajo, los rituales diarios portan en su interior el germen de la desestabilización y lo inquietante. Ambas películas, aunque de formas muy distintas (La novia de Frankenstein de forma aparentemente más cómica, Gulliver de forma más surrealista) ofrecen un retrato de lo real como un campo de máscaras, ficciones, mentiras y puestas en escena: amigos que se convierten en hijos o hermanos y son aceptados por madres que no son las suyas, personajes que mienten, fingen, roban en una eterna huida hacia adelante, sin remordimiento, sin culpa, como un motor más de la existencia. De forma nada obvia, las dos películas argentinas, junto con Nueva vida, componen un retrato sumamente desasosegante, si no de la realidad argentina contemporánea, sí al menos de cierta inestabilidad contemporánea ante el presente.

El encierro y la huida imposible en "História de uma pena" de Leonardo Mouramateus.

El encierro y la huida imposible en “História de uma pena” de Leonardo Mouramateus.

De Brasil llegaron dos producciones, História de uma pena, del jovencísimo Leonardo Mouramateus (ganador dos veces del festival Cinema du Réel), y O teto sobre Nós, de Bruno Carboni. Dos trabajos muy distintos, pero unidos por una búsqueda a través de distintos dispositivos de puesta en escena: el trabajo de Mouramateus nace de la improvisación en grupo y plantea un trabajo de actores en torno a la idea del encierro y la huida imposible; el de Carboni representa la noche de expulsión de un grupo de okupas en un edificio abandonado que ha de ser derruido. En ambos cortometrajes hay un espacio que vértebra la narración, y ambos exploran la dicotomía de estar o no estar, permanecer o salir, aunque el trabajo de Mouramateus es más melancólico y al mismo tiempo seco, y el de Carboni trabaja sobre lo metafórico y lo levemente político a través de las voces, las canciones y las paredes.