Manu Yáñez
Debutar con un cortometraje seleccionado para la competición oficial del Festival de Rotterdam es la fantasía de cualquier cineasta de espíritu independiente. La española Keina Espiñeira (1983) está haciendo realidad ese sueño gracias a Tout le monde aime le bord de la mer, cortometraje producido por El Viaje Films que invoca la memoria de Jean Rouch al invitar a un grupo de hombres africanos a recrear poética y lúdicamente su odisea migratoria hacia Europa. Una puesta en escena de lo real en la que convergen relatos mitológicos, retratos humanos y una meditación en torno al paisaje como contenedor de memoria colectiva y vivencias personales. Un trabajo fílmico en el que converge la sensibilidad artística de Espiñeira y su vertiente académica: el corto surge como un proyecto del Departamento de Geografía de la Universitat Autònoma de Barcelona y de la iniciativa EU Border Scapes de la Comisión Europea.
Licenciada en Comunicación Audiovisual y Ciencias Políticas, Máster en Dirección y Producción de Cine Documental, premiada por DOCMA (Asociación de Documentalistas de Madrid), Espiñeira da con Tout le monde aime le bord de la mer una forma cinematográfica a sus trabajos de investigación en el marco del estudio de fronteras y realidades postcoloniales, un trabajo académico que la ha llevado a Estados Unidos, Holanda y Marruecos. En esta entrevista, Espiñeira nos habla de la dimensión política y sensorial de su cine, mientras reflexiona sobre la metodología de su trabajo fílmico, que establece un vínculo singular entre lo real y su representación.
¿Qué sientes al ver que Tout le monde aime le bord de la mer ha sido elegida para participar en un festival tan prestigioso como Rotterdam?
Siento emoción y una extraña tranquilidad. La sorpresa ha sido enorme puesto que es mi primer trabajo y estamos seleccionados en competición. Y la tranquilidad imagino que responde a la confianza y al amor que todo el equipo sentimos por esta obra. Ha sido mucho trabajo y el resultado es maravilloso, el premio sin duda es estrenar allí. Mucha emoción.
La película se presenta como el fruto de un trabajo con el Departamento de Geografía de la Universitat Autònoma de Barcelona, en el marco del proyecto EU Border Scapes de la Comisión Europea. ¿Cómo se generó el nexo entre ese trabajo académico y la exploración artística del film?
Sí, buena parte de mi trabajo está dedicado a la investigación. Con esta película me interesaba explorar el nexo entre arte y política, ese era uno de los puntos de partida que compartía con mis compañeros de EU Border Scapes. En este proyecto, hay diferentes líneas de trabajo que apuestan por nuevas metodologías y nuevos lenguajes en los estudios de frontera y contábamos con financiación para realizar una película. En este diálogo, entre trabajo académico y exploración artística como señalas, ha sido difícil encontrar equilibrios, y entiendo que mi mirada puede no ser compartida si se observa esta película buscando información, buscando datos, pues no está concebida con tal fin. Personalmente, me parece atractivo el resultado, me gusta pensar en una universidad que es capaz de crear, de abrirse, de experimentar, de arriesgar. Creo que necesitamos reclamar este espacio.
Tout le monde… rompe con una cierta tradición de cine social de vocación didáctica y apuesta por una suerte de etnografía alucinada, poética, fantasmagórica. ¿Cómo diste con esta forma singular de acercamiento a la realidad de los protagonistas, hombres africanos que aspiran a cruzar el mar y continuar su viaje hacia Europa?
El tratamiento de Tout le monde… surge en parte de esa necesidad de fluir a través de otros lenguajes que no sean sólo la palabra. La realidad que se aborda es delicada, es conflictiva, siento que sobre ella hay un peso fuerte de los medios de comunicación que uniformizan, silencian, criminalizan o victimizan por medio de imágenes de impacto. Es un tema difícil, las vallas que separan Ceuta y Melilla de su territorio contiguo en África se han convertido en iconos de esa Europa llamada Fortaleza. Hasta tal punto que parece que si no sale la valla en pantalla es como que no estás en la frontera. En Tout le monde… quería huir de esa escenografía. Con esta película quería retratar una espera en la frontera desde lugares no explorados y bajo una mirada no informativa. Los protagonistas eran cómplices de este juego, sabían que no buscaba su relato biográfico, sino explorar ese presente de espera haciendo cine. La propuesta fue contar cuentos y aceptar una cámara activa, que estaría en movimiento continuo. Durante el rodaje creo que ninguno teníamos muy claro que nos movía en aquella búsqueda, más allá del hecho de realizar una película.
Toda la película está imbuida de un profundo halo de extrañamiento. Un hombre cuenta un relato fantástico sobre la llegada de un colonizador blanco a África. Los protagonistas vagan por un entorno selvático como aquellos “hermanos locos en el bosque” de los que se habla en el prólogo. Otro hombre parece no encontrar su lugar ante un imponente edificio que podría ser un muro de un centro de inmigrantes. ¿Hasta qué punto era importante para ti abrir espacios de incertidumbre en el relato?
Era clave, yo no tenía un mensaje que contar o tal vez tenía muchos, no lo sé. Pero tenía claro que no quería mostrarlos de una manera explícita, buscaba una experiencia más sensorial. Abrir espacios de incertidumbre era clave. El rodaje se planteó como una búsqueda y un descubrimiento de lugares. Tanto para el equipo como para los protagonistas Diakité, Aliou y Boubacar. Creo que es muy bello sentir esa sensación del descubrimiento, sentir la sorpresa ante el lugar y lo que la presencia en un lugar determinado desencadena.
La figura del mar ocupa el corazón de Tout le monde… Tanto en las imágenes como en los diálogos, el mar surge como un horizonte de posibilidades y, al mismo tiempo, como una barrera difícil de franquear. ¿Qué te llevó a situar la figura del mar en el centro del film?
Bueno, esta es una de las cuestiones en la película que está claramente marcada por la realidad. La presencia del mar en una ciudad como Ceuta es total, todo tipo de miradas y no sólo las de viajeros migrantes apuntan hacia el mar, probablemente debido a esa separación política con el territorio africano materializada en vallas, como señalaba anteriormente. El mar está en el centro, pero también el bosque, no los concibo por separado, el limbo está entre el bosque y el mar.
Tout le monde… presenta un bello e hipnótico mosaico de texturas: la corteza de un árbol, los rostros negros de los protagonistas, la superficie ondeante de un lago… ¿Tenías todas esas imágenes en mente antes de realizar la película o las fuiste descubriendo sobre la marcha?
Buscaba un tratamiento en la imagen desde la cercanía. Quería cámara en mano y contacto con las personas y con la naturaleza. El trabajo de Jose Alayón en la dirección de fotografía ha sido excepcional. Valoro su atrevimiento con la cámara, cómo se acerca a los cuerpos, a los rostros, lejos de pudores pero con mucho tacto. Y cómo percibe el paisaje, me atrevería a decir como un observador inquieto que busca la belleza en el detalle. Creo que las texturas son importantes cuando se trata de generar una experiencia sensorial.
Hay diferentes momentos del film que, para mí, conectan con obras enmarcadas en el conocido como “otro cine español”: un impulso autorreflexivo –el hombre que te pregunta si la película tiene guión o no– que brillaba en Todos vós sodes capitáns de Oliver Laxe; un trabajo con los relatos orales y el paisaje que me recuerda a Arraianos de Eloy Enciso; o una figuración del viaje como odisea sensorial que estaba en Dead Slow Ahead de Mauro Herce. ¿Sientes algún tipo de vínculo con estas películas, con este cine?
Sí, claro que siento vínculos con las películas que mencionas. Y aprecio la posición que estos realizadores asumen en sus trabajos. En una entrevista reciente Mauro Herce habla de la transformación que experimenta al hacer una película, comparto esa necesidad de transformación. Desde mi posición sucede que lo primero hay una necesidad de conocerse a una misma, de escucharse, confiar y sentir. Tendría que reflexionar más sobre esto, pero creo que, en mi caso, la transformación se produce a modo de liberación, cuando consigo olvidar a ese ser más racional. En el caso de esta película fue difícil este proceso, pues era mi primer trabajo en equipo y me generé mucha presión a mi misma. Pero el aprendizaje ha sido importante y encuentro mucha fuerza en esa posibilidad de transformación que ofrece el cine. ¿Por qué no? Todo puede suceder o al menos podemos hacer “como si estuviese sucediendo” pienso en Jean Rouch
¿Trabajaste con algún otro referente cinematográfico en mente? La puesta en escena de una aventura real me hizo pensar en Rouch o Abbas Kiarostami; los planos de los rostros de los protagonistas, iluminados expresivamente, me remitieron a Pedro Costa; y el enigmático acercamiento a la figura de “el otro” conecta con la obra de Claire Denis.
En este trabajo estoy muy influenciada por el cine de Jean Rouch. De partida está mi origen en la universidad y esa necesidad de explorar la realidad y sentirla a través del cine. El cine de Rouch es transgresor en esto. Me gustan sus provocaciones a la intelectualidad Europea y cómo África le atrapa. Entiendo que este referente no se percibe tanto en la estética de Tout le monde…, sino más bien en el modo de hacer. Los protagonistas interpretan sobre la base de elementos de la vida real, participan en el proceso de creación. Y la ficción, que tal vez se siente en el relato del cuento, funciona como un elemento para ampliar lo real.
¿Cómo conociste al grupo de hombres africanos que aparecen en la película? ¿Cómo reaccionaron cuando les propusiste participar en el film?
Cuando se planteó la posibilidad de filmar esta película estuve un tiempo pensando en posibles acciones que activasen el contexto en el que quería que todo sucediese. Por cómo estaba siendo concebida y pensando también en identificarme a mí misma con el proceso, y especialmente con el rodaje, necesitaba generar un espacio compartido desde el cual conocernos y trabajar. La acción clave fue montar un Cine Forum que derivó en taller o laboratorio de cine “Cinéforum d’Automne. Atelier cinématographique à la frontière”. Durante tres meses, dos días a la semana nos reuníamos, proyectábamos películas, hablábamos de ellas y nos filmábamos inventando situaciones. Aquél cineforum funcionó a modo de puesta en situación y en rodaje sentí como aquella experiencia resonaba en cada paso que los protagonistas daban. Hubo mucha complicidad entre nosotros sin necesidad de hablar.
¿Podrías hablarnos de tus proyectos fílmicos futuros?
Estoy trabajando en un proyecto íntimo, que filmaré yo misma. Es un retrato de un hombre, de lo que nos une y lo que nos separa. Hay mucho realismo mágico. Está ambientada en la ciudad de Tetuán. Es una historia de amor y decadencia. El ocaso de una familia noble marroquí, de nuevo estará Europa y sus influencias. Habrá música, él es músico. E intuyo que el proceso de creación se presentará desnudo.