Jaime Lapaz (Docs Barcelona)

En una de las obras maestras de John Ford, John Wayne regresaba a un encantador pueblo irlandés llamado Innisfree para huir de su pasado como boxeador en los Estados Unidos y disfrutar de su vejez. La película era El hombre tranquilo, y en ella Wayne escapaba de la lucha física del cuadrilátero para afrontar el combate moral contra las arraigadas tradiciones culturales del pueblo del que un día emigró, y poder así conquistar a su nuevo amor, la radiante Maureen O’Hara. En Crows Are White, presentada en la sección oficial Panorama del DocsBarcelona, Ahsen Nadeem cuenta una historia a todas luces similar. Tras una vida en Los Angeles en la que el director musulmán ha rehecho sus costumbres fuera de un seno familiar practicante (enamorándose incluso de una mujer no musulmana), ha llegado el momento de hacer las paces con su identidad y volver a Irlanda para contarle a su familia que ya no es el chico que un día se fue. Pero si el hombre fordiano disfrazaba sus conflictos internos con su inquebrantable masculinidad, Nadeem toma ahora el camino opuesto, descubriendo su fragilidad ante la cámara con honestidad y ligereza.

De hecho, la principal virtud de Crows Are White es su capacidad de hacer un documental alegre sobre un peregrinaje espiritual algo tortuoso. Nadeem combina una planificación visual sugerente con una banda sonora y una voz en off que están siempre dispuestas al juego. Si bien no se podría definir la película como experimental en lo formal, tampoco es un dispositivo metacinematográfico, por mucho que veamos parte del proceso de creación. Dónde sí se halla un ejercicio inusual es en los escenarios. El viaje a Japón en búsqueda de la sabiduría zen del monje Kamahori es el lugar perfecto para hacer que el choque cultural entre occidente y oriente eleve la sencilla historia a lugares insospechados. Nadeem está abierto a la aventura, y lo que iba a parecer un documental exclusivamente llevado por él mismo se convierte en una inesperada y deliciosa buddy movie junto a otro monje budista, Ryushin, que conquista las escenas más emocionantes del filme. En una de ellas, Ryushin le confiesa al director que su sueño es vivir en Nueva Zelanda como pastor de un rebaño de ovejas. El monje lo imagina como un trabajo tranquilo, pero cuando el cineasta cumple su fantasía se da cuenta de que las ovejas tienen mala leche, que pueden ser agresivas cuando tienen hambre, que nada es tan tranquilo como parece: ni siquiera lo eran Innisfree y John Wayne.

En Against The Tide también se desarrolla un choque cultural y espiritual a partir de una historia de profunda y verdadera amistad. Rakesh y Ganesh, dos pescadores de la ciudad de Bombay, tratan de ganarse la vida en el mar Arábigo. Si Rakesh tiene una pequeña barca con tres trabajadores, Ganesh posee una enorme embarcación con una veintena de empleados; si Rakesh trata de pescar lo justo y con lo justo, Ganesh apuesta por irse lo más lejos para aumentar su botín; si Rakesh perpetua el estilo de pesca ancestral de los Koli, Ganesh está dispuesto a utilizar luces LED para atraer a más peces. Y pese a remarcar esas grandes diferencias en lo profesional con todo un espectacular despliegue cinematográfico al rodar las escenas de pesca, Sarvnik Knaur, la directora del documental, no tiene otra opción que desvelar una y otra vez cómo ambos están al borde de la quiebra. No es una cuestión de escala, de quién tiene mayores ingresos o costes: Knaur lo retrata como un problema endémico y sistémico. El mar no da más de sí debido al cambio climático, y un estado que obliga a sus contribuyentes a endeudarse para poder curar a un niño no ayuda a que las familias salgan de la pobreza. Against The Tide desvela una realidad social durísima a través de la bonita historia de Rakesh y Ganesh (cabe la duda de cuánto hay de ficción en ella), perpetuada a través de grandes y pequeños gestos y, desgraciadamente, también de préstamos.

En la sección oficial Panorama del DocsBarcelona, también se encuentra Smoke Sauna Sisterhood, una pequeña película rodada en Estonia alrededor de una sauna cercana a un lago. La directora, Anna Hints, opta por una aproximación en la que el fuera de campo toma protagonismo. Se habla de los hombres, pero solo aparecen mujeres; se escuchan con atención experiencias muy personales, pero solo vemos un par de rostros. La elusión de todos estos elementos responde a un propósito muy claro: Smoke Sauna Sisterhood es un documental sobre la condición de ser mujer, y Hints evita con acierto todo lo que puede desviar la atención de ese relato. Presenciamos así un proceso de purificación no solo física (aunque Smoke Sauna Sisterhood sea una película de cuerpos: cuerpos que sudan, cuerpos que respiran, cuerpos que se exfolian), sino del alma. La cineasta captura en esa dualidad la belleza: el espectador puede sentir cómo responden los cuerpos de las protagonistas a los cautivadores relatos orales. Las risas resuenan en el costado, la angustia se siente en el temblor de un brazo, y así el espectador tiene el privilegio de sentir que forma parte de esas sensaciones. Mediante el plano detalle y la ausencia de encuadres generales, Hints concluye su película con uno de los finales más devastadores y dolorosos del cine feminista de los últimos años, a la altura de los rodados por Eliza Hittman, Kitty Green o Emerald Fennell.