María Adell (Berlín)

En la extraordinaria I Saw the TV Glow, presentada en la sección Panorama de la Berlinale, Jane Schoenbrun toma como punto de partida una constatación ya presente en We’re All Going to the World’s Fair, su sorprendente debut: que detrás de cada adolescencia o infancia solitaria, hay un aparato de televisión encendido o un ordenador con conexión a Internet. Los dos largometrajes de ficción que, hasta el momento, ha dirigido Schoenbrun toman como motivo visual preponderante un rostro juvenil bañado con la luz artificial, en tonos rojizos o azules, procedente de una pantalla, convertida en porosa barrera lumínica que, en ambos casos, y como sucedía en Poltergeist de Tobe Hooper, constituye un portal abierto a otra dimensión de la realidad.

En I Saw the TV Glow, la realidad gris y la existencia suburbial en la que sobreviven Owen (Justice Smith), un adolescente con una madre enferma y un padre enfadado, y Maddy (Brigette Lundy-Paine, excelente), una chica solitaria, es razón más que suficiente para dejarse atrapar por la luz fluorescente que emana del monitor televisivo. Ambos tejen una pasión secreta alrededor de The Pink Opaque, una serie televisiva inspirada en Buffy, cazavampirosde Joss Whedon que el padre de Owen desprecia por ser “de chicas” y en la que las protagonistas son dos adolescentes con poderes telequinéticos, y especialistas en artes marciales, que, en cada episodio, deben enfrentarse al supervillano Mr. Melancholy, cuyo rostro emula el aspecto de la luna que aparece en Viaje a la luna de Méliès. Tras uno de los hipnóticos visionados de la serie, que deja extasiados e inmóviles a Owen y Maddy en el sofá, la joven revela un sentimiento íntimo y profundo que, a la vez, constituye el discurso central del filme: “A veces, The Pink Opaque me parece más real que la propia realidad”.

Esa sensación de desconexión con el entorno, tan típica de la adolescencia, el convencimiento de estar más cerca de los personajes de ficción de tu serie favorita que de tus padres, o tus compañeros de instituto, es lo que captura de forma arrebatadora y original I Saw the TV Glow, un film que cabría definir como absolutamente queer, tanto en su forma como en su fondo. Schoenbraun, persona no-binaria que inició su proceso de transición de género mientras preparaba la película, canaliza la certeza de que hay algo ficticio, no auténtico, en el modo en el que te habías relacionado, hasta el momento, con tu familia o tus amistades. Un desconcierto y sensación de irrealidad que experimentan Owen y Mandy, quienes transitan por dos dimensiones paralelas: la vida real, que parece falsa, y la que existe más allá de la pantalla, en el colorido universo de The Pink Opaque. En este sentido, I Saw the TV Glow, pese a su filiación con las ficciones teen de la década de 1990 (el film transcurre en esa década), puede recordar al Matrix de las hermanas Wachowski. Ambas obras pueden leerse como relatos en clave de las experiencias trans, de lo difícil que es abandonar definitivamente el mundo conocido y pasar al otro lado, a una nueva dimensión en la que convertirse en aquello que se anhela ser: un superhéroe mesiánico capaz de manipular el tiempo y el espacio, o una heroína adolescente con poderes sobrenaturales.

I Saw the TV Glow se asienta sobre la hibridación, el mestizaje, desplazándose sin prejuicios entre múltiples géneros audiovisuales, no sólo cinematográficos, de la ficción adolescente al terror sobrenatural, pasando por la ciencia-ficción a lo Power Rangers o Super Sentai, series muy presentes en el aspecto analógico de los monstruos de la película, creados a base de maquillaje y efectos especiales. Como ya sucedía en We’re All Going to the World’s Fair, la nueva película de Schoenbrun presenta también una mezcolanza estética cercana al pastiche, con el look analógico y colorido de The Pink Opaque, la serie dentro de la película, imbricándose con imágenes de la vida cotidiana de Owen y Maddy, góticas y tenebrosas como las fotografías del norteamericano Gregory Crewdson, especialista en convertir las zonas residenciales estadounidenses en espacios abiertos a lo siniestro. Las luces y colores fluorescentes que bañan los rostros y cuerpos de los protagonistas (viendo la televisión, en un centro de ocio infantil), o la cámara flotante que sigue a Owen por el instituto al ritmo de una etérea canción pop (la excelente banda sonora, con temas de Phoebe Bridgers o Alex G., emula el sonido de algunas bandas indies de los noventa), son ejemplos de una propuesta visual hipnótica, espectral y voluntariamente artificiosa.

Además de sus luces de neón, su banda sonora ultracool, sus monstruos de látex y sus referencias a series que amamos, I Saw the TV Glow es también, y sobre todo, un film emocionante, escrito en primera persona, que describe con dolorosa exactitud qué significa no encontrarse a gusto en este mundo, y que aboga por la imaginación y la ficción como necesarias y liberadoras estrategias de fuga. Schoenbrun teje, además, una apasionada reivindicación de la cultura pop como espacio de libertad y autoafirmación para las personas que no encajan, que no encajamos. Toda persona que, de adolescente, hipnotizada frente a la pantalla de televisión viendo su serie favorita, haya fantaseado con una vida mejor, con una existencia más plena, sabe a qué me refiero.