El camboyano Rithy Panh, refugiado en Francia tras haber huido de su país y el terror de los Jemeres Rojos, lleva años ensayando fórmulas para enfrentarse al horror, y especialmente a su memoria, y a sus formas de representación. En La imagen perdida, Panh llega hasta uno de los extremos del documental contemporaneo, que no es sino su punto de partida (de alguna manera): la imposibilidad de representar, de ofrecerse como un testimonio veraz, para desembocar en la animación, técnica aparentemente opuesta a la veracidad del documental, como única vía posible para renovar el pacto de verdad, o confianza, de las imágenes con el espectador. O dicho en palabras de la historiadora Sonia García López: “Tras quedar demostrada la facilidad con que el documento audiovisual puede ser manipulado el documental tiene la necesidad de encontrar otras vías de legitimación de la verdad”. La imagen perdida es por tanto un ejercicio sobre la memoria y sus pérdidas, y sobre el cine como camino de reencuentro, entendimiento y dialogo entre el horror y sus huellas imborrables. GdPA

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