Manu Yáñez (Festival de Gijón)

Concebido como un crepuscular ejercicio de memoria, el documental El cine, 5 –presentado en la Sección Oficial Retueyos del Festival de Gijón– pone en diálogo un conjunto de testimonios orales con una vibrante muestra de archivo fotográfico. Un encuentro de palabras e imágenes que enciende el dispositivo cinematográfico diseñado por la cineasta asturiana Elisa Cepedal. Así, mientras la pantalla se ve ocupada completamente por viejas fotografías que ilustran la lucha obrera de los mineros de Barredos (una pequeña localidad del este de Asturias), las voces de varias mujeres ponen nombre y contexto a las imágenes. Y lo interesante es que este empeño memorístico no se presenta como un proceso apriorístico, sino que va tomando forma gracias a la propia interacción de las instantáneas con la mirada de las mujeres. De algún modo, son las propias imágenes las que alientan el recuerdo, y a su vez es el comentario el que las dota de una significación que las inmuniza contra una nostalgia inerte.

Las palabras que llenan la banda de sonido de El cine, 5 no solo contextualizan, sino que también avivan el carácter político de unas fotografías que recogen una historia de represión franquista, activismo sindical y militancia obrera. Son instantáneas de funerales convertidos en manifestaciones, convocatorias eclesiásticas transformadas encuentros políticos, o procesiones del Corpus Cristi embriagas de un espíritu de protesta. “Por aquel entonces había conciencia de clase”, apunta la voz de una de las comentaristas del film; una frase que sintetiza a la perfección una prolongada y tenaz historia de solidaridad y resistencia. Y es que El cine, 5 extiende su red memorística desde la posguerra hasta los últimos coletazos de la dictadura, un periodo de oscuridad democrática que, por otra parte, alimentó el espíritu comunitario de una ciudadanía comprometida con la lucha colectiva. Una enérgica conciencia política que contrasta con el desmembramiento o puro envejecimiento de las redes cívicas que retrata la recta final del film de Cepedal, que pone el foco en el presente de Barredos. Puede que la procesión de Santa Bárbara, patrona de los mineros, devuelva por un día la conciencia de clase a las calles de la localidad, pero el resto del tiempo, según la perspectiva de Cepedal, lo que prevalece es un cierto vacío, o en todo caso el eco lejano y resonante de una historia de compromiso social.

Por su parte, Pablo Lago Dantas propone en O auto das ánimas –presentada también en la Sección Oficial Retueyos– otro viaje memorístico de alto vuelo emocional y gravedad estética. Y es que, contra el dicho de que “el tiempo vuela”, el cineasta gallego construye en su ópera prima una constelación de imágenes tocadas por el peso y la densidad de un tiempo eternizado. Así ocurre, por ejemplo, cuando Lago Dantas filma frontalmente a su abuela, quien mira hacia la posteridad con aquella resistencia estoica que caracterizaba a los personajes de Yasujirō Ozu. Lo mismo acontece cuando la película abraza las formas del tableau vivant para mostrar a un pastor que bendice a una cabra, o cuando la familia del director posa frente a la cámara con una seriedad casi aguerrida. Por momentos, se diría que estamos ante una de las memorables composiciones de Raymond Depardon para su serie de película sobre Profils paysans. Contra la levedad de los tiempos que corren, Lago Dantas logra capturar el peso de los cuerpos desgastados por el trabajo agrícola y de las tradiciones inmemoriales (la película centra gran parte de su metraje en describir la labor de los aguardienteros).

Lo curioso de O auto das ánimas es que Lago Dantas consigue capturar la esencia primigenia de la Galicia rural no desde la complicidad, sino desde una perspectiva próxima a la confrontación. El film toma como premisa el regreso del cineasta a su tierra natal años después de una huida necesaria. Desde una distancia que se antoja abismal (y que se manifiesta con fuerza y nerviosismo cuando el cineasta desancla su cámara del trípode), Lago Dantas no solo observa a sus familiares, que parecen vivir en otro siglo o en una realidad paralela, sino que los interpela de forma punzante. Con una honestidad brutal, y desde la perspectiva de un habitante del individualista siglo XXI, les exige explicaciones por mantener viva una cierta llama tradicionalista. Sin embargo, los envites del director no encuentran alteración alguna en las réplicas de sus herméticos familiares. Así, lo que acaba prevaleciendo es la plena consciencia de una existencia vivida acorde a unos principios graníticos, inquebrantables. Cuando Lago Dantas le pregunta a su abuela por sus logros vitales, ella contesta de forma decidida y sin un ápice de compunción: “Crie a cinco hijos y cuidé de cuatro viejos”. Beau travail.