Víctor Esquirol (Festival La Inesperada)

Existe un edificio que niega su propia existencia. Lo hace cediendo de forma cíclica, permitiendo que los temblores que le acosan constantemente hagan mella en sus fundamentos, pero esa negación también incumbe a aquello que custodia en su interior. Resulta que dicho edificio es en realidad un archivo, una colección gigantesca de rocas almacenadas, clasificadas y hermanadas por sus orígenes similares, pues todas obedecieron, en su momento de esplendor, al mismo propósito. Cada ejemplar es debidamente presentado por una fotografía que nos habla de su procedencia: aquella estatua de la que algún día formaron parte. Cada uno de esos monumentos, por cierto, estaba dedicado a una figura histórica, a una notoria personalidad (casi siempre del mundo de la política) que, con el paso del tiempo, quedó reducida a la categoría de “ídolo caído”. Antaño se erigían orgullosas e imponentes sus efigies, y ahora, como se ve, solo quedan sus escombros… a punto de convertirse en otra montaña de escombros. Existen también dos pueblos que conviven permanentemente con el recuerdo su pasado más traumático, pues se levantan justo al lado de las ruinas de aquello que una vez fueron.

En Aragón, está Belchite; en Catalunya, Corbera d’Ebre, sendos recordatorios de la barbarie y la destrucción de la Guerra Civil. La primera población fue devastada por la artillería republicana, la segunda por la aviación del bando franquista. Donde antes había calles, edificios y plazas, ahora solo se alcanzan a distinguir los escalofriantes esqueletos de unas construcciones que se tienen en pie por obra y gracia de algún milagro que igualmente pone los pelos de punta. En la sección Cuadecuc de La Inesperada tenemos la ocasión de perdernos en las memorias de las piedras que antes fueron algo más grande. Y es que, tanto Eyes / Eyes / Eyes / Eyes de Albert García-Alzórriz como Y un gato de porcelana de Juana Robles, buscan cobijo en un blanco y negro pretérito para filmar lo que pervive del pasado.

En el segundo caso de Y un gato de porcelana, Robles –artista visual nacida en Tortosa– invoca una especie de ritual que durante casi 5 minutos se sirve de la música envolvente de Bo Anders Persson y la textura de imagen granulada del Super 8 para encerrarnos en la espectral atmósfera que emana de los dos pueblos antes mencionados. Como ya sucediera en Informe general sobre unas cuestiones de interés para una proyección pública, el mítico documental político que Pere Portabella firmó en 1977, las cicatrices arquitectónicas de estos enclaves nos ayudan a no olvidar las heridas que siguen definiendo nuestro presente. Tomas estáticas de Belchite y Corbera d’Ebre se combinan con la musicalidad hipnótica y endiablada de un montaje que nos recuerda que los fantasmas de los conflictos latentes no pueden descansar tranquilos. Acechan en un bando y en el otro; aquí y allá. El propio transcurrir de las imágenes hace que perdamos la noción del espacio, y así terminan ambos escenarios: siendo prácticamente el mismo. Se consuma su hermanamiento en la condición compartida de ruina, y queda patente que en la devastación, es decir, en estos campos de rocas, vencedores y vencidos son igualmente perdedores.

Por su parte, en Eyes / Eyes / Eyes / Eyes, García-Alzórriz llama a Franz Kafka para revivir, de paso, el mito de Prometeo. Según el escritor checo, existían cuatro versiones del mismo, y a medida que vamos saltando de una a otra (es decir, a medida que avanza el tiempo), la gravedad de las acciones y del posterior castigo sufrido por el titán, se van diluyendo en esa roca donde, cada mañana, las águilas se darían un nuevo festín a costa de su hígado. A cada picotazo de los rapaces, el ser y la piedra se fusionarían más y más, en un todo donde no se podría reconocer la esencia cada elemento originario. Y así volvemos al archivo, al “edificio que niega su propia existencia”, el no-lugar donde la gente trabaja en estático, como si tuvieran miedo a que cualquier movimiento brusco fuera a derrumbarlo todo; como si supieran que todos sus esfuerzos son en vano, porque en cualquier momento van a ser engullidos por la tierra… o porque, como le sucedió al rey Sísifo, sospechan que su empresa rocosa no va a poder terminar nunca. Los espectros son ahora las empleadas de este almacén, cuyas rutinas laborales quedan suspendidas en una especie de burbuja atemporal: el presente y el pasado, fácilmente confundibles a causa del material con el que trabajan, acaban de perder su autonomía y sentido por la intervención de un aparato cinematográfico que opera con la misma voluntad que los dioses clásicos.

El tiempo cíclico de la antigüedad mítica se manifiesta aquí a través de una narración en la que la división por capítulos (cuatro, como el número de visiones de Prometeo a las que aducía Kafka) es en realidad una repetición. El mismo enunciado encabeza cada episodio, y las imágenes y sonidos que los componen son ecos los unos de los otros. Un espejo convexo callejero, un ventilador, un foco de luz intermitente: son los ojos de la eternidad que contemplan el no-transcurrir de una Historia encallada en una especie de bucle infinito. Se levantan las estatuas, y después se derriban. Una y otra vez. Hasta que héroes y villanos forman parte de la misma ruina.