Una mujer (Verónica Llinás) vive en una más que precaria choza en los suburbios de Buenos Aires acompañada por una docena de fieles perros (también pululan por allí otras mascotas e insectos). No sabemos, ni sabremos, casi nada de ella, ya que vive lejos del “progreso”, perdida en una suerte de no-tiempo y no-lugar. Casi no hay diálogos en el La mujer de los perros y apenas un par de visitas a la ciudad, por ejemplo para que la protagonista pueda ser atendida en un centro de salud, donde le recomiendan una vida menos sedentaria. Si la soledad y la incomunicación son los ejes de la primera mitad del film, en la segunda –a partir de un encuentro con una amiga o de la aparición de otros personajes humanos– la película tiene algunas mínimas sorpresas y revelaciones.

Llinás, codirectora junto a Laura Citarella (que demuestra un notable avance respecto de su anterior película, Ostende), establece una íntima relación con esos perros del título, verdaderos coprotagonistas del film y fundamentales para la credibilidad de la historia. La cámara observa a prudente distancia, sin invadir ni manipular, pero siempre atenta a registrar todo aquello que pueda producirse en esa constante interacción con los animales. Los planos-secuencia y los planos generales panorámicos son las herramientas preferidas a las que las realizadoras apelan para narrar esta historia sobre una mujer desamparada (física y emocionalmente) que pone en práctica una singular forma de sobrevivencia. El largo plano final, con algo del cine de Abbas Kiarostami y el Carlos Reygadas de Luz silenciosa, es imponente.

Película construida con enorme paciencia, rigor y perseverancia –transcurre a lo largo de un año, con las cuatro estaciones como sendos capítulos–, La mujer de los perros se sostiene en la presencia (economía) física y gestual de Llinás, en la fotografía vistosa pero jamás ostentosa de Soledad Rodríguez, y en el inteligente uso de la banda sonora con beats electrónicos de Juana Molina. Se trata, claro, de una propuesta que irritará a los defensores del cine “narrativo” clásico, a los devotos del clasicismo y lo tradicional. Una obra bella y triste a la vez, austera y a su manera también lírica. Un film que, como su protagonista, funciona a contracorriente de la norma. Una mirada muy particular y, por todo eso, decididamente valiosa.

Proyecciones de La mujer de los perros en La Casa Encendida.