Carlos Reviriego (Festival de Berlín)

Mariphasa del portugués Sandro Aguilar (director de múltiples cortometrajes hasta la fecha, productor y montador de Tabú) es una película tan críptica como su extraño título. Los primeros instantes del film invitan a presagiar un oscuro ejercicio de género, pues aglutina en planos muy cerrados elementos y atmósferas del noir: una nave industrial, una navaja, un coche, una prostituta, una escopeta… La violencia se apropia de la propia narración, extraordinariamente morosa con la información que ofrece, y la fragmentación de las escenas –un hombre envenenando la comida de su perro, un niño que tiene pesadillas, una mujer angustiada por algún motivo que desconocemos–nunca termina por revelar una trama mayor, ni siquiera unos personajes con los que empatizar, lo que acaba convirtiendo la película en una propuesta totalmente hermética y, si queremos, antipática.

La abstracción narrativa y la estructura de fragmentos aparentemente inconexos dan como resultado un artefacto tan impenetrable que solo puede obedecer a una decisión consciente por expulsar al espectador de cualquier búsqueda narrativa. Toda la sensación de la película es la de antesala a un terror incógnito, que quizá está relacionado con algún proceso de locura que está sufriendo un guardia de seguridad que vive en duelo por su hija, dramáticamente fallecida. Apenas hay contexto, no existe un motor dramático fiable. Acaso solo Philippe Grandrieux (La vie nouvelle, Un lac) se ha atrevido a mantener tanta oscuridad, aspereza y angustia en cada plano de una película, si bien el cineasta francés suele inocular una posesión enfermiza a sus films, mientras que las estilizadas imágenes de Mariphasa no logran conciliar con un discurso penetrante o meramente comprensible. Entramos en el túnel y nunca, nunca vemos el destello.