Víctor Esquirol (Festival de Berlín)

Si nos tropezamos con un libro de texto, éste nos contará que hará aproximadamente cuatro décadas, Filipinas vivía bajo el influjo de la Guerra Fría. Allí imperaba una ley marcial que había degenerado en ley de la jungla. El dictador Ferdinand Marcos, “hombre más poderoso de la república”, se había afianzado en el poder. El país, a su entender, también andaba muy dividido. Requería pues de un liderazgo decidido e implacable ante los enemigos de la patria. Aquí entró a colación la amenaza comunista. El avance soviético que debía frenarse a toda costa. Era el año 1979, y el sur del archipiélago estaba tomado por los cómplices del gobierno, un puñado de grupos para-militares, supuestos garantes de una paz que, en realidad, era terror. El orden se conseguía haciendo desaparecer los problemas, enterrándolos, previo asesinato y violación de cualquier derecho humano que estorbara. El pan de cada día estaba literalmente teñido de rojo sangre.

Éste es el contexto en el que nos sitúa Season of the Devil, nuevo largometraje del cineasta filipino Lav Diaz, ganador del León de Oro de Venecia por The Woman Who Left. En el film, una voz en off femenina nos pone en situación, en una realidad tan insoportable que a la mujer no tarda en apagársele la voz. Cuando parece que el hilo de la narración se va a cortar definitivamente (por pena, por rabia… por desesperación), el director sale al rescate y toma el relevo, convirtiendo el llanto en canto.

Presentado al público como un “musical anti-musical”, el film hace del pentagrama su campo de batalla. La reivindicación será cantada, y también filmada. Lav Diaz sigue apostando, en el plano visual, por un blanco y negro saturado, en el que la luz es cegadora y la oscuridad abismal. Destaca también la renuncia casi total a los ángulos rectos, en una sinfonía de diagonales y perspectivas exageradas, insinuaciones ópticas de un mundo privado de equilibrio. Hallamos incluso una silente invocación shakespeariana en el retrato de una naturaleza pervertida por los crímenes de los hombres. Uno de ellos tiene media cabeza devorada por rasgos reptilianos. Otro pasea orgulloso su deformidad circense: su actitud fanática es tapada con el posado calmado de una segunda cara en el cogote, la de un intelectual adormilado (¿muerto?).

Todo lo demás queda comprimido en una partitura que convierte las balas en estribillos, y que también corre a cargo del director. Sin duda, Season of the Devil es un acto de creación y compromiso absoluto. De repente, los personajes dejan de hablar y se ponen a entonar consignas propagandísticas, réquiems, blues brutales y, claro está, himnos. Cantos de cuna macabros… pero también enérgicos llamamientos a despertar del letargo. Canciones de sufrimiento y de esperanza. Arengas para levantarse y hacer frente a un mal absoluto que se revela intocable en el cuerpo a cuerpo, pero vulnerable en aquello que no comprende: lo espiritual.

Lav Diaz impregna el relato de una lógica en las antípodas de la racionalidad. La reinterpretación histórica, junto al tiempo dilatado marca de la casa, invocan a criaturas que dejan de ser imposibles, y que nos invitan a aceptar un mundo mitológico, que casa a la perfección con la certeza trágica que nos da la lectura del libro de Historia. Esto es, mirar con impotencia las aberraciones del pasado. Aterradora fuerza del destino que, eso sí, puede acallarse con el instrumento más poderoso de todos: la voz humana. Los héroes de esta historia hacen uso de ella. Tanto los poetas como los rapsodas que les inspiran suplen la ausencia absoluta de música de foso, y se dejan las cuerdas vocales para recordarnos que a falta de poder cambiar lo sucedido, nos queda el consuelo (y no es poco) de estos artistas que ni olvidan, ni mucho menos perdonan.