Carlota Moseguí (Venecia)

En 2016 hemos descubierto al Lav Diaz más prolífico de las últimas décadas. A este motivo de celebración cinéfila debemos sumarle que la fertilidad creativa del autor de culto filipino ha sido recompensada en todos los certámenes donde fueron acogidas sus premières. Después de obsequiarnos con su obra magna A Lullaby to the Sorrowful Mystery –Premio Alfred Bauer en la pasada Berlinale– y con el cortometraje de ciencia ficción The Day Before the End –segundo premio en el Festival de Oberhausen–, el Festival de Venecia exhibió el estreno mundial de su tercer film realizado este año. The Woman Who Left supone un punto y final a la vertiente fantástica que ha definido sus últimas dos producciones. Diaz, amante de los maestros de la literatura rusa clásica –ya planteó una relectura contemporánea de Crimen y castigo en Norte: The End of History–, retorna a su faceta hiperrealista con una adaptación libérrima del relato breve de León Tolstói Dios ve la verdad pero no la dice cuando quiere. Y decimos ‘libérrima’ porque la película sólo abarca el equivalente al último tercio del texto escrito en 1872.

The Woman Who Left arranca en 1997, concretamente el día en que Hong Kong recupera la soberanía china. Sin embargo, ésta no es la única noticia que será revelada en el marco de la jornada. Mientras la locutora de la radio informa a sus oyentes del traspaso de poder de los ingleses al gobierno chino, una presidiaria es enviada al despacho de la directora de la cárcel para recibir un comunicado imprevisto: su inocencia ha sido probada finalmente después de treinta años de condena. La veterana Charo Santos, la nueva heroína de Diaz, es la encargada de dar vida a la desafortunada Horencia. Su actuación –digna de ser comparada con las épicas interpretaciones de Hazel Orencio en A Lullaby to the Sorrowful Mystery y From What Is Before– supone el esperado retorno de una diva del cine filipino tras dieciséis años alejada de la gran pantalla.

Tras ser liberada, Horecia viaja hacia Balanga. Su prioridad es reencontrarse con su familia en el hogar donde residían antes de que su expareja, Rodrigo (Miguel de Mesa), se vengara de ella urdiendo un plan que la incriminaba en un asesinato que no había cometido. Por desgracia, Horecia no encuentra a ninguno de sus seres queridos en su antigua casa: su esposo falleció, su hija Minerva (Marjorie Lorico) se mudó a otra ciudad y su hijo, desaparecido, fue visto por última vez en Manila. Llegados a este punto de la narración, las intenciones de Diaz son desveladas. Esta ficción –que algunos interpretarán como una suerte de secuela o final alternativo de Norte: The End of History, por su análoga trama de asesinatos, vendettas y falsas acusaciones– es otra fábula lavdiana sobre la tragedia que acompañan a los marginados de los bajos fondos.

De este modo, la protagonista correrá la misma suerte que los personajes de Melancholia o Evolution of a Filipino Family: su senda vital estará marcado por el azar, la crueldad humana, el absurdo y la desdicha de una nación. Horecia –heroína anónima, santa sin beatificar– debe tomar una última decisión: perdonar o castigar a su expareja. Diaz representa dicha dualidad mental desdoblando el personaje de Horecia. De día, obsesionada con la venganza, recopila información sobre su futura víctima, siguiéndole de incógnito allá donde vaya, camuflada con un velo blanco que oculta su rostro. En cambio, de noche, sus impulsos homicidas desaparecen, y se transforma en Renata: una criatura vampírica que viste con ropa masculina y se dedica a ayudar a los desamparados, sobre todo a un travesti epiléptico (John Lloyd Cruz) con quien entablará un vínculo crucial para el devenir del relato.