En la noche (casi) eterna de Liberté –nueva cima radical del cine de Albert Serra–, el deseo y la sexualidad devienen tanto pulsiones liberadoras como fuerzas democratizadoras. Poco importa la edad, el género, el peso, la jerarquía social o la orientación sexual de los participantes en este festín de erotismo y depravación ambientado a finales del siglo XVIII, en el crepúsculo del libertinaje. Todos son bienvenidos a esta orgía sin fin en la que el director de Honor de cavalleria propone un majestuoso tratado sobre las miradas cruzadas que estructuran el lenguaje del cine, del fisgoneo de los personajes-voyeurs al ansia de ver más que se enciende en el espectador cuando se le coarta la visión mediante el empleo del fuera de campo. En su prodigioso crescendo lascivo, Liberté convierte las amorales y blasfemas maquinaciones de los personajes del Marqués de Sade en festines sexuales consentidos. Y aun más, Serra consigue trastocar la percepción del espectador, que se descubre tan extraviado como fascinado en el fragmentario laberinto de miradas cruzadas y carambolas carnales. Qué mejor manera de derribar las fronteras expresivas y morales de un mundo, el nuestro, entumecido por la corrección. Manu Yáñez

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