Mejor película: Sieranevada, de Cristi Puiu. 2016 fue para mí un año de películas excelentes. Se juntaron grandes premières –la mayoría procedentes de la mejor edición del Festival de Cannes en años– con el estreno comercial español de las nuevas obras de Terence Davies, Pedro Costa, Apichatpong Weerasethakul o Quentin Tarantino. Del torrente de grandes novedades, la película que me ha causado una impresión más duradera ha sido Sieranevada, una obra inabarcable en su concisión (la acción se concentra en un solo día), expansiva en su claustrofobia (transcurre mayormente en el interior de un pequeño apartamento), infinita en sus posibilidades: crónica familiar, retrato social, estudio espiritual, objeto político, experiencia temporal…

Mejor trabajo de puesta en escena: Elle, de Paul Verhoeven. La nueva maravilla del director neerlandés ha sido elogiada, sobre todo, por el trabajo de Isabelle Huppert y por la audacia de Verhoeven a la hora de navegar por los límites de la moral y el deseo. Aquí me gustaría destacar la inteligencia de Verhoeven como “director”, no tanto como sociólogo o psicólogo. La evidencia se manifiesta, por ejemplo, en el modo en que están filmadas las tres versiones de la violación inicial de Michèle. Primero, en plano negro, con los gemidos de la protagonista como signos ambiguos de un violento encuentro sexual. Luego (no recuerdo exactamente si es la segunda o la tercera vez), desde una distancia intermedia, ni demasiado cerca, ni demasiado lejos, lo justo para detectar la agresividad injustificable y el horizonte de placer. Y, por último, una recreación imaginaria en la que Michèle ejecuta su venganza, renunciando ante el espectador a aceptar una sumisión plena. Pura complejidad, pura humanidad.

Mejor director: Jeff Nichols. Quizás fue mi reticencia previa a reconocer a Nichols como un gran cineasta: Take Shelter y Mud me habían parecido eficaces ejercicios narrativos ejecutados con profesionalidad. Sin embargo, Midnight Special (el antídoto perfecto para el sopor de Stranger Things) y Loving se me antojan grandes películas: la proyección en imágenes de la visión de un hombre noble, afín a las emociones, compromisos y sacrificios de sus personajes. Sin la afectación mesiánica de la sobrevalorada Arrival, Nichols nos regaló dos historias de seres honrados que, en las circunstancias más adversas, se aferran, aguerridos y humildes, a su amor por el prójimo. En 2016, Nichols me hizo llorar dos veces y me regaló la mejor entrevista que hice este año: 20 minutos de reflexión pausada en el hervidero de Cannes.

Mejor actriz: Emma Stone en La La Land. Es posible echar de menos la espontaneidad de sus inicios, pero el grado de autocontrol alcanzado por Stone resulta abrumador: su rango gestual va de la elegancia armónica a lo salvajemente espástico. Y, por si fuera poco, su voz temblorosa, siempre al borde del traspié afónico, la convierte en una figura terrenalmente imperfecta.

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Mejor actor: Jean-Pierre Léaud en La mort de Louis XIV. Más allá de la dimensión mítica y metafílmica de la figura de Léaud, impresiona la cantidad de matices psicológicos del Luís XIV que el actor francés encarnó para Albert Serra. Su Luís XIV es ingenuo y tierno cuando juega alegremente con sus perros; arrogante cuando mira a cámara, al son de la Gran Misa en Do Menor de Mozart; altivo y vanidoso al saberse protegido por la fuerza de la rituales; impotente ante la actitud complaciente de los que lo rodean y ante la inminencia del fin.

Mejor actor secundario: Tom Bennett en Amor y amistad de Whit Stillman. A partir de un personaje que queda casi totalmente fuera de campo en la novela de Jean Austen, Stillman construyó un vehículo idóneo para el talento de Tom Bennett: un atolondramiento apocado, con sutiles destellos de falsa vanidad y un hondo trasfondo de cálida bonhomía. En Amor y amistad, la gracia del actor trasciende la estupidez del personaje y lo convierte en la estrella secreta de un film magistral.

Mejor actriz secundaria: ex-aequo entre Lily Gladstone y Kristen Stewart en Certain Women de Kelly Reichardt. Las escenas entre la ranchera Gladstone y la abogada Stewart son de lo mejor del gran film de Reichardt. Gladstone es pura transparencia: el enamoramiento en la dulzura de una mirada instigadora, suplicante, y también en la discreta integridad de un paseo a caballo. El trabajo de Stewart no me parece especialmente notable, pero sí es extraordinario que, finalmente, alguien haya conseguido liberar a la joven diva de sus llamativos manierismos (los labios mordidos, las miradas esquivas, ese modo artificial y muy cool de negar la propia y evidente sofisticación). En Certain Women, gracias a Reichardt, supongo, Stewart consigue no brillar, alcanzando así un compromiso real con su personaje, una mujer cuya gran aspiración es no ser nadie para nadie, más que para ella misma.

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Mejor presencia: Shakib Ben Omar en Mimosas. Me contaba Santiago Fillol, coguionista de Mimosas, que Oliver Laxe se animó a aprender árabe para poder comunicarse con Shakib, un actor que se ha convertido en el motor esencial de su cine, una reencarnación del Ninetto Davoli de Pasolini. Una fuerza de la naturaleza tocada por la ingenuidad más desarmante.

Mejor comedia: Mascots, de Christopher Guest. Porque todavía es posible seguir haciendo comedias satíricas y no cínicas.

Mejor arranque: Los 15 o 20 primeros minutos de Aquarius, de Kleber Mendonça Filho, son un delirio proustiano del que todavía no me he recuperado. Un cúmulo concentrado e infinito de signos musicales, biográficos, familiares, sexuales, de enfermedad… Luego entra en escena Sonia Braga y se come la película de manera brutal y deliciosa. Pero son esos primeros minutos de libertad y experimentación sensorial los que garantizan la grandeza del film brasileño.

Mejor final: La clausura de El tesoro, de Corneliu Porumboiu, eleva la oscura fábula del film hacia los cielos de la iluminación humanista. El cierre de Everybody Wants Some!!, de Richard Linklater, con el protagonista cerrando los ojos para echarse una siesta sobre su pupitre universitario, es el más bello canto a la libertad y a las infinitas posibilidades de la juventud.

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Mejor secuencia: El encuentro entre Camila (Agustina Muñoz) y su padre (Dan Sallitt) en Hermia & Helena. Hasta ese momento, que llega bien avanzado el metraje, la nueva película de Matías Piñeiro me estaba pareciendo otro de sus geniales ejercicios en torno a la ligereza, quizás menos afortunado que en otras ocasiones. Pero la secuencia paterno-filial es de otro mundo, propia de un cruce entre las sensibilidades de John Cassavetes y Yasujirō Ozu. De hecho, la secuencia me pareció un guiño directo a Ozu: hay un plano-contraplano casi frontal, el intimismo es arrollador, el pasaje termina con un plano con trenes y la película entera está dedicada a Setsuko Hara. Cuando entrevisté a Piñeiro en Ourense, me apresuré a preguntarle por la influencia de Ozu en esa secuencia. Se sonrió amablemente y me dijo que nunca pensó en Ozu durante la escritura o dirección de esas escenas.

Mejor cortometraje: Las vísceras, de Elena López Riera.

Mejor línea de diálogo: “Nos perdimos, Sophie”, pronunciada por Ignacio Agüero en varios momentos de Como me da la gana 2. Entre las muchas ideas felices que recorren este ensayo documental “autobiofílmico”, está la noción del extravío como fuente inagotable de curiosidad y creatividad, dos ingredientes fundamentales del cine y la vida.

Mejor escena de sexo: Rester Vertical, de Alain Guiraudie. En este maldito 2016 de elecciones terroríficas y trágicas pérdidas, al menos alguien (en la ficción) murió feliz, follando.

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Mejor momento: Historia de una pasión de Terence Davies. En una de las escenas más memorables de la última obra maestra de Terence Davies, Cynthia Nixon se eleva al Olimpo de la interpretación al mostrarnos el vértigo supremo, de ojos vidriosos y pulso acelerado, con el que el personaje de Emily Dickinson espera impaciente y valerosa la reacción de un párroco (objeto de su admiración) que lee un poema que ella acaba de regalarle. El espectador que alguna vez haya regalado un texto preciado a un ser amado, un acto de pura entrega personal, experimentará en este momento, con toda seguridad, una emoción profunda.

Mejor beso: En Sunset Song, la penúltima obra maestra de Terence Davies, el director de El largo día acaba permite que los enamorados se besen sin prisas, sin morbosidad, sin rastro de ese atletismo sensual que ha colonizado la representación fílmica de la ternura. De hecho, más que los besos, a Davies parecen interesarle sobre todo los abismos de tiempo que parecen abrirse entre cada beso y el siguiente, punteados en una escena sublime por el tic-tac de un reloj.

Mejor canción: Arcadia en flor, de Rafael Berrio, escuchada en La reconquista, de Jonas Trueba + Good Times Roll, de The Cars, escuchada en Everybody Wants Some!!, de Richard Linklater.

Mejor momento musical: La interpretación desafinada y emotiva del Somewhere de West Side Story (música de Leonard Bernstein, letra de Stephen Sondheim) por parte de las dos protagonistas de A Woman Who Left, la película de Lav Diaz que se alzó con el León de Oro del Festival de Venecia.

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Mejor escena de acción: La persecución por calles, carreteras y bosques (con sol, lluvia y sangre suficiente para contentar a los fans de Tarantino o Sam Raimi) de El extraño (The Wailing), la magnífica película del coreano Na Hong-jin.

Mejor sonido: El limonero real, de Gustavo Fontán. La clave de esta película está en su extrañamiento: la capacidad de observar una serie de rituales (una celebración de año nuevo) como si se tratara de una coreografía fantasmagórica, tocada por la fatalidad y el luto del protagonista. El sonido, asíncrono y deslocalizado, genera un efecto alucinógeno sublime.

Mejor póster: El póster gigante de Toni Erdmann, colgado enfrente del Palacio del Festival de Cannes, se convirtió en uno de los más suculentos enigmas de la pasad edición del certamen francés. Descubrir el sentido de tamaña masa de pelo resultó de lo más gratificante.

Mejor plano general: Todos los de La tortuga roja de Michael Dudok de Wit.

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Mayor felicidad: Los despertares abrazados de Paterson, de Jim Jarmusch.

Mayor congoja: La aflicción por la madre muerta en la colosal Fai bei sogni, de Marco Bellocchio.

Mejor film itinerante: American Recycled, de los hermanos Hussim, un descubrimiento del último Festival Americana de Barcelona.

Mayor consagración: Después de la memorable Buzzard, el norteamericano Joel Potrykus nos regaló The Alchemist Cookbook, un nuevo episodio de su crónica de resistencia contra los modos y valores de la sociedad de consumo. La decisión de estrenar la película bajo el sistema de streaming, a cambio del pago simbólico de una cantidad cualquiera, se antoja un gesto de una coherencia radical.

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Mejor trabajo de investigación: Para filmar Safari, se intuye que Ulrich Seidl se sumergió en el mundo de la caza de animales salvajes en África sin prejuicios. Conoció a cazadores, desarrolló una fascinación genuina por sus rituales y creencias. Encontró una estructura, articuló unas cuantas verdades y terminó pariendo una película tan contundente como abierta. Una película que, según cuenta Alejandro Díaz, programador del Festival de Sevilla, ha interesado tanto a los amantes de la caza como a sus detractores (entre los que me encuentro). El cine como dispositivo para la reflexión.

Peor trabajo de investigación: Para filmar Austerlitz, se intuye que Sergei Loznitsa fue a filmar a los turistas de los campos de concentración nazis cargado de prejuicios. La película no dedica más de unos pocos segundos a cada una de las personas a las que Loznitsa filma en unos planos generales que expresan una rabiosa superioridad moral, la que el director aspira a inculcar a un público previamente convencido de la evidente inmoralidad de la realidad retratada. La duda, la ambigüedad, el diálogo abierto, no parecen formar parte del abecedario de Loznitsa. El cine como dispositivo para la confirmación.

Lo mejor del año: El nacimiento de Pau, la vida de Otros Cines Europa, el amor y paciencia de Laura y Gala.