Endika Rey

Mejor largometraje: Hay algo indescifrable en Pacifiction. Seguramente hubo películas más redondas en 2022, pero ninguna tan misteriosa. El film de Albert Serra es un thriller político, un drama de personajes y hasta una película de zombis, pero también es una cinta sobre un actor y sobre un escenario. Una isla vacía que rellena los huecos de su protagonista y un protagonista que da vida a esos atolones. Con la dosis justa tanto de armazón narrativo como de deriva, creo que la de Serra es la película que mejor define este año de cine.

Mejor cortometraje: Aunque Godland es seguramente el gran trabajo de Hlynur Pálmason de este año, conecto mucho más con Nest, un pequeño cortometraje rodado en pandemia donde un plano fijo a lo largo de un año muestra el paso del tiempo en la construcción y uso de una pequeña cabaña de madera en un árbol. El cortometraje es bellísimo, pero es su condición de proyecto familiar (la pieza está protagonizada por los hijos de Pálmason) lo que convierte la gélida Finlandia en algo tremendamente cálido. El corto está genial desde un punto de vista exclusivamente cinematográfico (tiene, por ejemplo, un espectacular uso del jump cut), pero me parece todavía más bonito como regalo a la propia consanguinidad: hagamos buen cine, sí, pero hagámoslo con aquellos a los que queremos.

Mejor mediometraje: Le Pupille de Alice Rohrwacher es un cuentito de navidad que nunca trata a los niños como potenciales adultos, pero que tampoco trata en ningún momento de infantilizar su relato. Aquí no se trata de aleccionar ni de mirar por encima (ni por debajo), sino de disfrutar, divertirse y, por qué no, de mostrar que a veces está bien ser un poquito malo. Rohrwacher demuestra que no hay historia demasiado pequeña ni tarta demasiado grande.

Mejor dirección: En Aftersun, Charlotte Wells siempre sabe donde colocar la cámara, cómo encuadrar la imagen y cuándo hay que montarla. También hay una inteligencia suprema a la hora de construir la narración, dirigir la mirada y definir a sus personajes en apenas una acción, una sombra o una línea de diálogo. Se trata de una de esas películas donde cada parte cumple su función, y dónde el resultado acaba siendo mucho más que la suma de las partes. El calado emocional que logra Aftersun, una obra donde nunca se subraya el drama, proviene de algo más que la nostalgia o la autobiografía; ni siquiera está únicamente en la coherencia entre forma y fondo. Hay una visión global donde el control y la libertad hacen florecer lo inesperado. Cada espectador ve una película distinta pero en todos germina la semilla emocional plantada por Wells. Es realmente impresionante que esta película sea una ópera prima. Tal vez tenga que ver con que la madurez de la película en realidad también proviene de aquellos que la miran.

Mejor guion: Licorice Pizza consigue un imposible: ser tan meticulosa como ligera. Notas como el Paul Thomas Anderson de siempre sigue ahí controlando cada plano y movimiento, pero todo tiene al mismo tiempo una levedad impropia de su cine. El director se permite jugar hasta en el guion, con esas viñetas aparentemente inconexas y esos niños perdidos convertidos en empresarios; personajes que avanzan sin pausa pero fuera del tiempo, autoimpulsándose en un vaivén infinito con forma de pinball. Licorice Pizza es una colección de anécdotas, encuentros, mundos y personajes a manos de un contador excepcional. Una hangout movie que mira y juega hacia delante, sin nostalgia, siempre en movimiento. Podría ser destacada en cualquier otra categoría de este repaso al cine de 2022, pero creo que tiene especial mérito haber escrito un guión donde todo fluye como si en realidad sólo estuviésemos recordando un verano.

Mejor línea de diálogo: El momento en que el abuelo Rabinowitz, interpretado por un pletórico Anthony Hopkins, asegura a su nieto en Armageddon Time que no debe quedarse de brazos cruzados ante la injusticia: “You don’t do anything? Well, that’s a whole lotta shit. Yeah, I said a bad word. But you need to say something–especially you, you’re on the ball, you were raised better than that. Y’know, I learned a long time ago, the people who say that garbage to your face will make a crack about you when you’re not around. You understand what I’m telling you? So next time, you’ll be a mensch”.

Mejor voz en off: Hay muchos elementos fascinantes en Flux Gourmet de Peter Strickland (la propia premisa artístico-culinaria, la interpretación de Fatma Mohamed, el vestuario de Gwendoline Christie, el extraordinario uso del sonido…) pero lo que sobresale es la voz en off en griego del actor Efthymis Papadimitriou. A través de un registro ensayístico, Papadimitriou nos cuenta, con gravedad, los avances artísticos de un espectáculo alimentario (repleto de amoríos, luchas de poder, venganzas y hasta terrorismo) al mismo tiempo que repasa sus trastornos gastrointestinales. Resulta tan hilarante como sensata y es una de las herramientas básicas para aceptar como cuerda toda la locura de la propuesta.

Mejor flashback: Toda la secuencia de Gordy en Nope me parece un prodigio narrativo, formal y conceptual. Creo también que es la escena más terrorífica de todo el cine de 2022.

Mejor midpoint: La decisión estructural de partir en dos Cinco Lobitos es la excusa perfecta para una primera parte acelerada y una segunda reflectante. En ese sentido, creo se trata de una decisión de guion radical pero que potencia la dirección y la alimenta, sin llegar nunca a enjaularla.

Mejores elipsis: Me gusta mucho cómo funciona la estructura temporal y espacial de Great Freedom. Marcar unas reglas que obligan a permanecer en prisión, en 1945, 1957 y 1969, hace que, curiosamente, se adquiera una cierta flexibilidad y afán de búsqueda dentro de esos márgenes. También es una película extremadamente sensible en su sordidez (y al revés), y creo que sus elipsis contribuyen a esa sensación paradójica de tener al mismo tiempo amor y desamparo. Eso y Franz Rogowski, claro.

Mejor clímax: Fui el primer sorprendido porque Santiago Mitre y Mariano Llinás decidiesen hacer una película política a lo Hollywood, pero lo cierto es que, una vez pasado el tiempo, considero que tiene todo el sentido del mundo. Toda la filmografía de Mitre es un intento de acercarse tanto a la política con mayúsculas como a la de lo cotidiano a través de diferentes géneros y perspectivas. ¿Por qué no intentarlo también apelando a las reglas clásicas? En ese sentido, cuando llega el clímax de Argentina 1985 y vemos al fiscal Julio Strassera lanzando su alegato final, uno sabe exactamente lo que le espera, pero las emociones que surgen son tan puras como si sonasen a sorpresa.

Mejor plano: En Aftersun, Sophie graba a su padre con la cámara de vídeo mientras le pregunta dónde se imaginaba a sí mismo de adulto cuando todavía era un niño. Su padre, nervioso, no quiere responder y le pide que apague la cámara. Sin embargo, en plano seguimos viendo una imagen borrosa de ese padre en la televisión vacía, como si el reflejo se hubiese convertido ya directamente en un fantasma.

Mejor plano contraplano: Hay un punto naif en la decisión que Joanna Hogg toma al comienzo de The Eternal Daughter: una mujer (Tilda Swinton) y su madre (Tilda Swinton) viajan juntas a una antigua mansión convertida en hotel fantasmagórico, pero ninguna de las dos compartirá nunca el mismo encuadre. En tiempos donde el montaje y los efectos especiales permiten jugar de manera sencilla con diferentes capas en un mismo plano, Hogg decide que la relación entre ambos personajes será exclusivamente por corte. El plano y el contraplano adquieren así un sentido completo: nunca estarán juntas porque lo que en realidad sucede es que ambas son el reflejo de la otra.

Mejor secuencia: Baz Luhrmann es un director de contrastes y puede pasar de la genialidad a la horterada en cuestión de frames. Nadie puede decir que sea una persona acomodada en un estilo ya que éste se define por el riesgo continuo. Algo de eso hay en Elvis, una montaña rusa repleta de cuestas donde se encuentran algunas de las secuencias cumbre del año. El instante en que Elvis Presley ofrece su primera actuación y lleva al público al orgasmo con su música (igual que Luhrmann con la cámara: travellings retro y avant, panorámicas, planos detalle de su pelvis y de rostros extasiados, ralentíes… todo vale) es sin duda una de las mejores.

Mejor plano general: En Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades uno ve todo el rato que hay alguien detrás que se cree más listo que el espectador, adelantándose a todas las posibles críticas exponiéndolas, pero hay también algo fascinante en esa pretensión de hacer una película reflejo de uno mismo donde lo que acaba siendo la esencia es el ornamento. En esta línea, justo al comienzo de la película, hay un plano general del que la cinta jamás se recupera: un plano aéreo en el desierto con una sombra que salta y que promete una obra que nunca llegará. Habrá más buenas ideas en la película, pero para entonces ya estaremos agotados. Ese primer plano general, sin embargo, queda ya para siempre.

Mejores planos detalle: Los planos detalle que muestran cómo se monta (y desmonta) un reloj en Unrest son tan hipnóticos como la propia concepción del tiempo de una película donde coexisten hasta cuatro franjas horarias distintas. A su vez, el trabajo de Cyril Schäublin mezclando anarquistas, empresarios, trabajadores y relojeros en la Suiza del siglo XIX es uno de los más sorprendentes y específicos del año.

Mejor travelling: Tengo algunas dudas con el (excepcional) trabajo técnico de Laura Mora en Los Reyes del Mundo y me pregunto si la apuesta estética se corresponde en todo momento con el fondo de este viaje. Creo también que la película no siempre maneja bien la fusión entre los códigos del drama social y el cine de aventuras. En cualquier caso, todas mis dudas se disipan en el travelling de seguimiento que la directora realiza a sus protagonistas por una carretera: subidos a un camión, agarrados al mismo, adelantándolo, persiguiéndolo… Se trata de una secuencia imposible por el riesgo y por la belleza, y es uno de esos instantes donde la cinta se convierte en una de las experiencias más imborrables del año.

Mejor set piece: Los diez minutos de la secuencia del oleaje y la moto acuática de Pacifiction.

Mejor fuera de campo: Hay un instante en Les années Super 8 en que Annie Ernaux asegura que “La cámara de ese verano ya no buscaba momentos felices. La escasez de rostros y cuerpos en las imágenes significaba una distancia creciente en nuestra pareja”. Los fragmentos de la vida familiar y vacacional de Ernaux quedan así imbuidos de todo aquello que no está. La película es una visita a la luz que brilla sobre el pasado, pero eso no quiere decir que no existan las sombras. Ese fuera de campo atraviesa la luz dorada de una manera elegante pero contundente y convierte el documental en algo que vive más allá de su voz o de sus imágenes.

Mejor retrato del más allá: El Pinocho de Guillermo del Toro presenta un más allá donde los esqueletos de unos conejos juegan a cartas, los relojes de arena extienden el tiempo y una especie de esfinge azul dicta sentencia. No se puede pedir más.

Mejor retrato del más acá: Le Lycéen es una de las películas más frescas de la filmografía de Christophe Honoré. Hay gente que ha criticado su fragmentación y línea narrativa poco clara pero creo que aquí esas son dos grandes virtudes. Da la sensación de que los impulsos que conforman la cinta son más intuitivos que prefabricados y, en tiempos donde el cine tiende a valorarse por sus armazones narrativos, resulta refrescante enfrentarse a una obra donde las decisiones provienen de las entrañas.

Mejor autoficción: No sé cuánto durará todo esto pero me maravilla que Netflix le haya dado dinero a Linklater para producir una película casi experimental donde la trama es lo de menos. En Apolo 10½: Una infancia espacial lo único que importa son los recuerdos, reales o imaginados, y su concatenación. Es autoficción, sí, pero también es casi un auto-videoensayo y, en ese sentido, resulta muy placentero enfrentarse a una película desanclada de los mecanismos clásicos de guion, una obra que, más que lanzarse a la nostalgia, parte de un pasado donde había muchas ganas de que llegase el futuro.

Mejor diseño de personaje: Nico (de Nicotina), la simpatiquísima monstruo miyazakiana de Secaderos cuyo cuerpo está formado por ramas de tabaco secas.

Mejor documental: A Night of Knowing Nothing es una película sobre las huelgas y manifestaciones que tuvieron lugar hace unos años en el Instituto de Cine y Televisión de la India, pero también un estudio del auge de la ultraderecha y los nacionalismos, así como la crónica de una historia de amor entre castas. A medio camino entre el ensayo político y el personal, Payal Kapadia realiza una obra garreliana donde se escuchan lemas maravillosos como “Einsenstein, Pudovkin / Lucharemos / Ganaremos”. El resultado consigue algo muy complicado: utilizar las formas fílmicas y la artificialidad de una bellísima fotografía en blanco y negro para profundizar en el dolor de una realidad muy concreta. Como si utilizara un plano general para acercarse mejor al detalle.

Mejor animación: En El pequeño Nicolás, la obra de Sempé y Goscinny cobra vida al mismo tiempo que ellos mismos se convierten en protagonistas de su propia historia. Se trata de una película deliciosa hecha al margen del tiempo y de modas, que funciona como tributo pero también como reivindicación de una mirada limpia y de una cierta inocencia.

Mejor actriz: Cuando comienza Saint Omer resulta imposible comprender a Laurence Coly, el personaje interpretado por Guslagie Malanga. Se trata de una mujer acusada de matar a su hija de quince meses y la película no intenta en ningún momento justificar sus acciones. Cuando la película termina seguimos sin entender qué ha hecho que Laurence cometa infanticidio, pero uno se da cuenta de que al menos hemos querido comprenderla a lo largo del proceso. La confección del retrato a manos de Alice Diop pero, sobre todo, a cargo de Guslagie Malanga supera barreras y se revela como un mecanismo extraño: no es identificación, no es empatía, no es defensa, pero sí es humanidad.

Mejor actor: Aunque tengo mis dudas con Close, hay algo inapelable: el trabajo de sus dos protagonistas, Eden Dambrine y Gustav De Waele, entra en la categoría de milagro. La sutilidad de sus gestos, cuerpos, voces y miradas se contrapone a lo tosco de algunas de las decisiones que Lukas Dhont toma en la, por otro lado, correcta película.

Mejor secundaria: Crímenes del futuro me parece una barbaridad a todos los niveles: como ensayo, compendio, apéndice, nuevo órgano, performance, film technoir, bola mágica, misa, recital, antorcha… hasta como concurso de Misses. Pero si hay algo que me gusta especialmente es el trabajo de los actores y, especialmente, la forma en que Kristen Stewart crea un personaje que, con toda probabilidad, era otro distinto sobre guion. A medio camino entre el terror y la lujuria, la riqueza de su interpretación confirma que estamos ante una de las actrices más interesantes de la última década.

Mejor secundario: Luis Zahera en As Bestas, uno de los mejores villanos que ha dado el cine español en años.

Mejor decisión de casting: Entiendo que haya gente con dudas respecto a Blonde porque es una película con varias contradicciones internas. A mí me resulta una propuesta interesantísima donde Ana de Armas y Andrew Dominik lo dan todo con mil ideas por plano. Aunque no todas funcionan, hasta en esa imperfección hay poso y garra. En cualquier caso, más allá de la película, creo que hay algo indudable: el gran riesgo de apostar por una actriz como de Armas, a priori tan alejada del mito. Victoria Thomas, que siempre ha demostrado su buen ojo como directora de casting (por ejemplo, en gran parte de la filmografía de Tarantino), puede dormir tranquila.

Mejor reparto: Uno intuye que, en La Maternal, Pilar Palomero tiene que haber creado un clima de rodaje increíble (por seguro, por empático, por el cariño) para conseguir que actrices no profesionales se muestren como se muestran. Por otro lado, su trabajo con las actrices profesionales es igual de alucinante (lo de Carla Quílez y Àngela Cervantes en la cinta es impresionante). En general, creo que la película presenta un abanico de personajes totalmente reconocibles que, sin embargo, han sido muy poco representados en el cine español. Y el trabajo de/con todo el reparto tiene mucho que decir al respecto.

Mejor interpretación de reparto: Harriet Sansom Harris como la agente de niños actores Mary Grady en Licorice Pizza. Al igual que ocurría con su intervención en El hilo invisible, una sola secuencia le basta para demostrar la importancia de los actores de reparto.

Mejor fotografía: La dirección de fotografía de Hoyte van Hoytema en Nope va más allá de la belleza del encuadre, de la composición o de la hora mágica: su trabajo, especialmente el nocturno, permite ver siempre con claridad, pero nunca yendo en contra de las fuentes lumínicas de la realidad representada. We Do Deserve The Impossible.

Mejor encuadre: Tiene sentido que la fotografía y el encuadre tengan especial importancia en una película como Godland. Hablamos de una cinta donde la fuente de inspiración fueron las primeras fotografías que se conservan de la costa de Islandia, y donde, a su vez, su protagonista interrumpe el relato en varias ocasiones para poder fotografiar el paisaje. La directora de fotografía Maria von Hausswolff toma buena nota de esto y encuadra toda la película en un glorioso 1:33 que remite a la frontalidad pictórica sin convertirse nunca en remedo.

Mejor fotogenia: Decía Jean Epstein que “solo los aspectos móviles y personales de las cosas, de los seres y de las almas pueden ser fotogénicos, es decir, adquirir un valor moral superior mediante la reproducción cinematográfica”. El trabajo en L’envol de Pietro Marcello en la dirección y Marco Graziaplena en la fotografía en relación a todos sus actores los revela como unos maestros del campo. Hay algo en su estupenda película que está por encima del gusto o la belleza: se trata del cine elevando a las alturas todo lo que en él se contiene.

Mejor vestuario: Los lacitos rosas marcando los cuellos de todas las llamas de Utama de Alejandro Loayza Grisi, una película que cala en pleno desierto. Iremos juntos al laguito…

Mejor escenario: Onoda, 10.000 noches en la jungla es un antibiopic porque, aunque Onoda sea el centro del relato, lo que realmente importa son los alrededores: los compañeros, los superiores, los códigos de conducta, los autoengaños, la espera y, sobre todo, la jungla. Es una película que sabe que para llevar a la audiencia a la selva no solo hay que rodar en la misma sino respetar su luz natural. A través de una puesta en escena repleta de mini-movimientos de cámara de seguimiento, y siempre muy consciente de las distancias con que se deben encuadrar los elementos, la película de Arthur Harari respeta siempre el paso de sus protagonistas por el escenario. Como dice el tópico: en esta ocasión, de verdad de la buena, estamos ante un personaje más.

Mejor montaje: Reconozco que tengo especial predilección por aquellos cineastas que planifican sus películas con un ojo puesto en el montaje. Directores como Terence Davies, David Fincher o, por supuesto, Park Chan-wook. En Decision to Leave, una de las mejores películas del año, uno intuye que todo el montaje, a cargo de Kim Sang-beom, estaba ya presente desde la misma preproducción. Se trata más de una puesta en corte que de una puesta en escena, un mecanismo que hace avanzar y retroceder la historia, pero también el propio plano, creando nuevos significados a través de la conjunción de elementos, manipulando el espacio y el tiempo y acercándonos al cine como truco (y trucaje) de magia.

Mejores efectos especiales: Podría destacar muchos elementos de la estupenda Todo a la vez en todas partes, pero he decidido quedarme con la confección de esos efectos especiales casi artesanales, donde el propio equipo fue aprendiendo a través de, entre otras herramientas, tutoriales de youtube. Me parece algo muy acorde con los procedimientos de Dan Kwan y Daniel Scheinert: “Every New Discovery Is Just A Reminder. We’re All Small And Stupid”.

Mejor banda sonora: Si hago trampas diría que, sin lugar a dudas, la mejor banda sonora del año es la incluida en Ennio. Si no las hago, me quedaría con el trabajo de Michael Giacchino en The Batman. El compositor tenía tremendamente complicado estar a la altura de los trabajos previos de Zimmer, Elfman o Goldenthal sin recordar a ninguno de ellos, y, sin duda, lo ha conseguido. Gran parte de lo que hace memorable la película y su atmósfera se lo debemos a Giacchino.

Mejor momento musical (en película no musical): Aunque dista mucho de ser una de las mejores películas de Hirokazu Koreeda, hay un instante en Broker que me parece absolutamente arrebatador. Una mujer policía se encuentra sola en su coche y de repente, en la radio, comienza a sonar el Wise up de Aimee Mann que Paul Thomas Anderson utilizó en una de las mejores secuencias de Magnolia. La secuencia se alarga en el tiempo y de repente entendemos mejor al personaje y a su soledad gracias al diálogo con esa otra cinta. Koreeda parte de que hemos visto Magnolia, pero no creo que esté haciendo un homenaje. Simplemente está adoptando un imaginario ajeno dentro de su película, con humildad, conversando. Parece decir que hay ocasiones en que las películas describen mejor nuestros sentimientos que nosotros mismos. Me resulta un gesto precioso.

Mejor momento musical (en película musical): Fogo Fátuo tampoco es la mejor película de João Pedro Rodrigues pero no deja de ser una fantasía musical sobre un príncipe que lo deja todo para hacerse bombero y que se enamora de uno de sus compañeros entre bailes y canciones. Es decir: que nada en contra. Especialmente de su versión libre de la canción infantil “Uma árvore, um amigo” de Carlos Paião.

Mejor baile: El baile con el que se inaugura Eo, donde el burro protagonista realiza un número circense con una bailarina, ya apunta algunas de las mejores cualidades de la película de Jerzy Skolimowski: el color, las luces, los movimientos, las formas geométricas… Todo es un juego doloroso y hermoso bajo los ojos de este Baltasar del siglo XXI.

Mejor título: Tengo sueños eléctricos. Cómo no querer ver una película que se titula de semejante manera.

Mejores títulos de crédito: Me da la sensación de que meditar debe ser algo parecido a lo que yo sentí viendo After Yang: dejarte llevar, con una curiosidad tranquila, fluyendo hacia otros tiempos y lugares, hacia el todo y hacia la nada. Además, este Ozu futurista, que también es una pequeña gran película de búsqueda y de aventuras, se abre con la mejor secuencia de créditos del año: un concurso de baile donde se presenta a todos los personajes de la película con la canción Welcome to Family of Four de Aska Matsumiya. Por no hablar del instante justo en que Kogonada decide cerrar la película con un cover de Glide a cargo de Mitski. Perfección.

Mejor paratexto: En pantalla vemos Blank Narcissus (Passion of the Swamp), una supuesta película pornográfica gay en 16mm realizada en los años 70 que se daba por perdida. Al mismo tiempo, escuchamos el audiocomentario de su director que, poco a poco, va contando la historia de amor que tuvo con su protagonista hace ya cincuenta años. Este cortometraje de Peter Strickland es una de las piezas más impúdicas, emocionales y parranderas de todo 2022.

Mejor prólogo: Guadagnino entiende perfectamente en Bones and All (Hasta los huesos) que una película de terror adolescente, por muy especial y diferente que se considere a sí misma, tiene que comenzar necesariamente con un prólogo sangriento.

Mejor inicio: Todo lo que más me interesa de Triangle of Sadness está ya presente desde su primer acto: Balenciaga y H&M, Carl y Yaya, amor y dinero, puertas que se abren y que se cierran, Harris Dickinson y Charlbi Dean.

Mejor final: Sin entrar en spoilers, el cierre de Decision to leave es de una perversidad y una preciosidad inenarrables. Es, además, el instante en que confirmas de qué iba realmente la película que Park Chan-wook tenía entre manos. 

Mejor chiste final: La nota que aparece al final de Compartimento Nº 6 para inmediatamente después pasar a Voyage, Voyage. Nada mejor que acabar una buena película con un gran chiste.

Mejor enamoramiento: Me encanta cómo El agua es una película 100% local pero nunca llega a ser costumbrista. También me maravilla el uso que hace del fantástico, (re)creando imaginarios y, sobre todo, potenciando misterios. Todo el reparto está estupendo en ambos departamentos (en el ancla de la tierra, y en el vuelo del cielo) pero, más allá de eso, encajan entre ellos. En este sentido, hacía tiempo que no veía una pareja como la de Luna Pamiés y Alberto Olmo en cine, donde los gestos y la atracción de los cuerpos fuesen tan creíbles. El enamoramiento es tanto una cuestión emocional como una de física y química y la película rebosa de ambas.

Mejor desenamoramiento: Un año, una noche cuenta con instantes increíbles que consiguen retratar lo imposible. Y la película lo hace consiguiendo que parezca fácil, sin llamar la atención sobre sí misma. Gran parte del mérito recae en la pareja formada por Nahuel Pérez Biscayart y Noémie Merlant, dos de las mejores interpretaciones del año, pero también en ese trío detrás de sus personajes: el de Isa Campo, Isaki Lacuesta y Fran Araújo. Aun me pregunto cómo todos han conseguido tocar tantas olas en medio de semejante maremoto.

Mejor reestreno: Poder ver La mamá y la puta en cine ha sido todo un acontecimiento de este 2022. Esto que dijo Serge Daney en su obituario sobre Eustache me parece precioso: “Like a painter knowing that he’d never quite finish, he never ceased returning to the same motif, using cinema not like a mirror (that’s for the good directors) but like the needle of a seismograph (that’s for the greats)”. Efectivamente, el terremoto del año.

Mejor película en la que quedarse a vivir: Alcarràs. Me gusta mucho todo lo que está y me gusta todavía más todo lo que se ha decidido que no esté. Sin duda, se trata de una de las mayores orfebrerías cinematográficas del año, pero también de una película que cree en la comunidad y en la filantropía. Por supuesto, no se trata de valorar una película por sus valores en general, sino por sus valores en relación al cine y al tratamiento de sus ingredientes, y es a eso a lo que me refiero: frente al cine de la crueldad, Alcarràs es un cine de la empatía.

Película que más alegrías personales me ha dado en 2022: Sé que no es una película, pero me permito saltarme mis propias reglas escogiendo El señor de los anillos. Los anillos del poder. Mi New Zeala la land.