El aura de artista romántico, loco, pero genial, que acompaña al pintor holandés Vincent Van Goh viene determinado en gran parte por el retrato que Vincent Minelli realizó de él en esta película, en la que Kirk Douglas interpreta a un Van Gogh obsesionado por su arte, que termina por devorarle y autodestruirle. La crítica aparecida en el New York Times en su estreno, en 1956, no solo explica esa lectura de Van Gogh como un artista torturado y complejo emocionalmente, que tiene una gran parte de verdad, y una no desdeñable parte de mito, sino también una de las particularidades de la cinta, que optó por un trabajo colorista y luminoso para retratar la tortura mental, anímica y moral del pintor: “La característica más dramática de la vida de Vincent van Gogh era la diferencia entre su pintura, que era contundente y soleada y cálida, y el carácter de su disposición, que estaba nublada por oscuros y enloquecedores estados de ánimo. Este contraste de coloración en el producto y la persona del hombre es más vívido y tentador que cualquier cosa que sucedió en su carrera, incluyendo el episodio celebrado de su rebanar de su propio oído.Por lo tanto, es gratificante ver que Metro-Goldwyn-Mayer, en las personas del productor John Houseman y un equipo de excelentes técnicos, conscientemente ha hecho que el flujo de color y la interacción de composiciones y tonos los dispositivos más fuertes para transmitir y entender el arte de Van Gogh”. GdPA

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