Endika Rey (Festival de San Sebastián)

Si bien, a priori, podría dar la sensación de que el Festival de Cine de San Sebastián no se define por la inclusión de cortometrajes en su programación –no está permitida su participación en secciones como la Oficial o en Nuevos Directores y suelen quedar relegados a otras paralelas como Zabaltegi-Tabakalera–, hace ya 19 ediciones que el certamen lleva a cabo un encuentro internacional de estudiantes de cine. Su visibilidad suele ser un daño colateral comprensible derivado de una cobertura mediática habitualmente centrada en estrenos de largometrajes de cineastas más o menos consagrados, pero los encuentros han servido de primer paso para directores como Isabel Lamberti o Grigory Kolomytsev (que este año han presentado sus películas La última primavera y Chupacabra en Nuevos Directores), Antonio Campos (The Devil All the Time), Eduardo Williams (El auge del humano), Léa Mysius (Ava) o Kiro Russo (Viejo calavera), entre otros.

Este año, el encuentro, renombrado Nest desde 2018 y organizado en colaboración con el Centro Internacional de Cultura Contemporánea Tabakalera, proponía un programa de 13 cortometrajes que, en palabras de Victor Iriarte, uno de sus responsables, representa un cine del futuro que sabe que su presente está tanto en repensar las formas como en reinventar un mundo propio. Y, efectivamente, Catdog, el corto ganador de la sección, hace suyas esas palabras de manera casi literal.  Aunque ya han pasado algunas semanas desde la clausura del festival, desde Otros Cines Europa proponemos un repaso a algunos de los cortometrajes más destacados de la selección 2020.

«Catdog» de Ashmita Guha.

Catdog, dirigido por Ashmita Guha y creado en el marco del Film & Television Institute of India, comienza con un misterioso plano donde un par de manos emergen sin cuerpo visible de detrás del tronco de un árbol: se trata de una niña que coloca en una de las ramas una mochila cuyo interior se mueve. Pronto descubrimos que la mochila está llena de gatos, y estos acabarán conquistando la casa donde viven ella y su hermano. Los animales serán expulsados del domicilio por su madre, pero los niños parecen no preocuparse demasiado al respecto, ya que el hermano menor pasará entonces a ocupar el lugar de una mascota mientras su hermana lo pasea atado con una correa. Más adelante, los papeles se invierten y será ella quien, con una bolsa de plástico en la cabeza, jugará a intentar encontrar a su hermano en mitad de la oscuridad. Catdog muestra los últimos coletazos de una infancia donde dos cabezas juntas traman mejor que una sola. Algunas líneas de diálogo nos cuentan que la madre está pensando en enviar a un internado a su hijo, pero en realidad no estamos ante un corto donde la trama importe demasiado. Efectivamente, nos encontramos ante una despedida y sus protagonistas deben enfrentarse a la confusión de tener que lidiar con el mundo adulto, pero lo esencial para Guha es la creación de ese universo imaginario donde el tiempo se detiene a través del gesto. Cuando la niña lleva a su hermano con correa, no hay un abuso de poder ni tortura en los actos, sino un oscuro pero delicado paseo donde cuanto más se acerca uno al otro, más crece la distancia entre ambos. Ambos están indudablemente unidos, pero saben que sus dos cabezas juntas son las de un Perro y un Gato, y que inevitablemente tendrán que separarse. Catdog cuenta con ideas cercanas al cine de la crueldad, pero las soluciona a través de la ternura, como si se tratara de una pieza de terror humanista. Ashmita Guha suena a nombre que deberemos seguir de cerca.

Dos hermanos también son los protagonistas de otra de las piezas más interesantes de la sección: Los niños lobo, cortometraje documental dirigido por Otávio Almeida y realizado en el marco de la EICTV Escuela Internacional de Cine y Tv de Cuba. En esta ocasión, el mundo de fantasía creado por los niños tiene una cruel base de realidad: aunque nunca lo vemos, sabemos que el padre estuvo en Angola y formó parte de la revolución cubana, y que todo lo que los protagonistas simulan surge de esos escenarios. De este modo, cuando los hermanos juegan a matar a un violador, a ajustar cuentas con traidores o a suicidarse, lo que parece un inocente juego de simulación de una ficción (uno puede imaginarse perfectamente a ambos niños imitando cintas como Rambo) pronto adquiere tintes más contundentes al descubrirse el sustrato de realidad de estas representaciones. Si en Catdog el mundo de fantasía era el refugio, en Los niños lobo se convierte en una trinchera. Aquí la búsqueda de lo adulto a partir del recreo, duele. La sinceridad absoluta en los rostros de sus dos protagonistas, emocionados a su vez por participar en el juego del cine, también es en gran parte responsable del sentimiento.

«Filipiñana» de Rafael Manuel.

Una de las mejores piezas seleccionadas en Nest fue Filipiñana de Rafael Manuel. El cortometraje, que venía de ganar el Oso de Plata en el último festival de Berlín, representó a la London Film School en San Sebastián pese a que está íntegramente rodado en un campo de golf de Filipinas. Es verano, y seguimos en su rutina a la protagonista, una adolescente que trabaja colocando pelotas a los golfistas. Hay ventiladores por doquier, compañeras echándose la siesta, canciones que sirven de vía de escape y clientes a los que prácticamente nunca se les ve el rostro. El punto de vista de la puesta en escena está abajo, en esas chicas arrodilladas que no pueden perder de vista las pelotas, pero eso no impide que la cámara se sitúe siempre a la altura de los ojos de sus personajes. Como si esas familias burguesas de turistas que han ido a jugar al golf no importaran y prácticamente ni existieran, Filipiñana muestra un mundo alternativo, escondido, uno donde un karaoke o un cigarrillo dicen más sobre el futuro que el hecho de tener un trabajo. Gran parte de la fascinación que provoca el cortometraje proviene también del rostro de Jorybell Agoto, su actriz protagonista. Su expresión siempre está a medio camino entre la inocencia y la picardía, entre al hastío y la curiosidad. Por el modo en que deambula por el complejo en planos generales podríamos estar ante una zombi, pero sus primeros planos remarcan lo que en todo caso es más importante: que tiene hambre.

Cortometrajes españoles

Siguiendo la estela de películas como Entre dos aguas de Isaki Lacuesta o la ya citada La última primavera, La hoguera de Carlos Saiz Espin propone un recorrido por los límites de representación entre la realidad y la ficción. El cortometraje, producido en el marco de la EFTI Escuela de Fotografía y Cine de Madrid, acompaña a Lionel –un amigo en la vida real del director– hacia un reencuentro con su padre –también real– en su pueblo de origen. La discusión entre ambos es el centro del corto y lo que en un comienzo parece un intento por suturar heridas familiares, acaba derivando en una obra que ahonda todavía más en el corte. En este sentido, el gran mérito del director pasa por desaparecer y sembrar la duda sobre si aquello que estamos viendo es la realidad o una representación de la misma. Tanto si estamos ante una obra de no-ficción como si nos encontramos ante un juego de roles,  hay secuencias en La Hoguera que consiguen traer a la superficie el recuerdo de un pasado desconocido que se intuye atronador. Por suerte, finalmente Saiz decide no recrearse en el dolor y abrir una cierta puerta a la esperanza. Los personajes se convierten en personas y aunque el futuro es incierto, al menos sabemos que es de verdad.

«Ella i jo» de Jaume Claret Muxart.

La Elías Querejeta Zine Eskola, con gran vinculación al propio Festival de Cine de San Sebastián, presentó uno de los trabajos más recientes de uno de sus alumnos. La pieza Ella i jo, de Jaume Claret Muxart, también se centra en las relaciones paternofiliales, si bien en esta ocasión el centro se refiere a la distancia entre una madre en Barcelona y su hija en Atenas, ambas artistas, que nunca llegan a entrar en contacto directo (la hija nunca le coge el teléfono a la madre) pero sí establecen una relación a través de la pintura. El propio director insistía en declaraciones al festival en que una de las razones por las que quería realizar el corto era por la posibilidad de filmar en el piso de su abuela (a la que le habían subido el alquiler y se veía obligada a abandonar el hogar), y es seguramente en el tratamiento de los espacios donde el cortometraje más destaca: de ese taller blanco y azul en un piso de Barcelona, desde el cual vemos las ventanas de los vecinos como si fuesen cuadros vivientes, pasamos a una casa en Grecia con un gran jardín que casi parece un invernadero aislado de la sociedad. Ambas mujeres (interpretadas por la propia madre del director y su profesora de literatura de bachillerato) trabajan solas y concentradas, pero el instante más precioso es aquel en que la joven pide a su hijo pequeño que guarde silencio mientras trabaja. “Yo en mi silencio haré ruido” le dice el niño. Y, efectivamente, es una sentencia improvisada que resume todo el cortometraje: las dos mujeres nunca llegan a establecer una conversación, pero las rimas en la forma en que llevan a cabo su proceso artístico se convierte en ese ruido; o, dicho de otro modo, la ausencia de diálogo no indica necesariamente la no conversación. Ella i jo recrea el plano/contraplano a partir de la imagen y el montaje. Finalmente una canción dedicada en la radio unirá por primera vez ambos escenarios pero sólo podremos ver a aquel personaje que la escucha en Barcelona y no a la que la lanza. Desconocemos si al otro lado del continente hay alguien, pero sabemos que la conversación ha tenido por fin lugar.

Pese a que no formó parte del programa de Nest, Marina Palacio, una antigua estudiante de la Elías Querejeta Zine Eskola que, además, es también una de las directoras de fotografía de Ella i Jo, presentó en la sección Zabaltegi-Tabakalera uno de los mejores cortometrajes vistos en el festival. Ya no duermo se centra en un niño y su tío, que charlan acerca de la película de vampiros que están pensando en rodar. En principio, el tío, que será el encargado de dar vida al monstruo, es el que instruye al niño en su visión de la misma. Tras una primera parte donde la composición del encuadre está organizada de manera predominantemente horizontal (los campos de Palencia son otro protagonista del relato), una secuencia con los dos protagonistas apoyados en una pared vertical se convierte en revulsivo: el niño considera que su tío no da la talla como vampiro y no es el indicado para el papel. “No te pega. No me gusta pensar que tú seas un vampiro. No darías miedo” le dice. Es entonces cuando los papeles se invierten: el niño pasa de ser aprendiz a maestro. La forma en que la directora rueda las conversaciones entre ambos y la reacción del pequeño, a medio camino entre lo pautado y la improvisación, recuerdan en cierto modo a esa obra maestra de Abbas Kiarostami llamada No. Si en aquella ocasión el director iraní se centraba en los rostros de varias niñas que asistían a un casting y que se negaban a cortarse el pelo para protagonizar una película, aquí Palacio rueda la negativa del niño con la misma contundencia, sin subrayados, pero con la certeza de que jamás cambiará de opinión. Al finalizar la pieza, el cortometraje pasará de ser diurno a nocturno y será ese niño el que se ponga una capa y juegue con su sombra en un plano que él mismo ha orquestado. Pasamos de nuevo de la realidad (los protagonistas del corto son el padre y el sobrino de la directora) a la ficción. Las formas se repiensan y su mundo se reinventa.