Manu Yáñez (Festival La Inesperada, Barcelona)

El arranque de Vaychiletik, documental que explora el día a día de varios habitantes de Zinacantán, en Los Altos de Chiapas, puede generar una cierta sensación de déjà vu entre el público cinéfilo español. Los prolongados planos generales de paisajes y de trabajadores del ámbito de la agricultura florícola traen a la memoria una estética observacional que, en el ámbito catalán, y en la primera década del siglo XXI, ganó adeptos en los aledaños del Máster de Documental de Creación de la Universitat Pompeu Fabra. Entre la observación de fenómenos climatológicos y el estudio de los empeños laborales, Vaychiletik amenaza con asentarse en el lugar común de una cierta etnografía documental. Sin embargo, cuando cae la noche, la realidad de este territorio maya tsotsil, y la forma del documental dirigido por el mexicano Juan Javier Pérez, se transforman por completo.

Como si se tratara de una compuerta hacia lo desconocido, una serie de estampas nocturnas centellean súbitamente gracias a la presencia de unas luciérnagas. Entonces, surge la voz en off de José Pérez López, el padre del director, quién formula una confesión esencial: “Todo se ve a través de los sueños. Si aceptas el mandato, o lo que te piden, está bien. Pero si no aceptas, puede traer consecuencias”. En su infancia, José fue elegido por los Dioses para tocar en las fiestas sagradas de Zinacantán, un rol que requiere de una fuerte vocación musical y de una entrega absoluta a una causa mística. Acompañado de cerca por la cámara de su hijo, que rompe con toda distancia para sumergir al espectador de Vaychiletik en el corazón de un mundo ritualizado, José transita por diferentes poblados realizando unas ceremonias musicales que conllevan largos desvelos.

“Como músicos, como flauteros, somos soñadores”, afirma la voz de un hombre que, ya en su vejez, asume su deber con la comunidad con una mezcla de aturdimiento y resignación. Juan Javier Pérez se aproxima a este universo de tintes chamánicos desde la curiosidad y el respeto, dispuesto a alimentar el misterio que rodea a unos ritos de apariencia pagana. Sin embargo, el cineasta no renuncia a desvelar la cara más siniestra de un fenómeno cultural tocado por la sombra del alcoholismo y el sexismo (las interminables ceremonias de purificación se prolongan bajo el efecto del aguardiente, que “anima” el espíritu de los “elegidos”, todos hombres). A la postre, Vaychiletik asume con responsabilidad la tarea de retratar un modo de vida desconocido y fascinante –la película está hablada enteramente en idioma tsotsil–, al tiempo que construye una punzante reflexión sobre el apego a la tradición como una valiosa muestra de compromiso cívico, pero también como un pesado lastre vital.