Ángela Rodríguez (Festival de Gijón)

“Uno siempre está buscando cómo hacer películas”, reconoció Mariano Llinás después del estreno mundial de su nuevo trabajo, Clorindo Testa, en la Sección Albar del Festival de Gijón. Con una duración mucho más asequible que la de los hitos de su filmografía –apenas 100 minutos frente a los más de 800 de La flor–, aquí el director de Historias extraordinarias acomete un proyecto de encargo, aunque la encomienda da unos resultados poco ordinarios. El arquitecto y pintor Clorindo Testa (quien figura como el objeto de estudio del film) era amigo del escritor, crítico de arte y poeta Julio Llinás, quien a su vez fue el padre de Mariano, lo que terminó convirtiendo al autor de Balnearios, a ojos de la Fundación Andreiani, en el candidato perfecto para hacer este documental.

Llegados a la película, cabe describir su arranque como la promesa de un delicioso enredo. Llinás dedica uno de sus habituales prólogos a dilucidar qué será su film, o más bien, qué no será. No será un retrato documental de Clorindo Testa, ni tampoco de su padre, sino una película sobre el libro que escribió Llinás Sr. a propósito de Testa. ¿Y quién era Testa, más allá de su labor pictórica y arquitectónica? El film plantea la posibilidad de definirlo como “un humanista”, un calificativo que, lejos de invitar a la solemnidad, en manos de Llinás Jr. da pie a una secuencia hilarante. En ella, el director le hace indicaciones a una actriz sobre cómo debe interpretar un monólogo que lleva hasta el absurdo la banalización del concepto de “humanismo”. Director y actriz trabajan conjuntamente para dar forma al texto y, en un momento clarividente, se ponen a recitar al unísono. La compenetración entre el autor y la intérprete propone una disolución de las fronteras de lo fílmico. Y es que, en Clorindo Testa, como en todo el cine de Llinás, resulta casi imposible establecer, por ejemplo, una frontera precisa entre lo real y lo ficcional. Además, cabe señalar que la escena descrita es filmada, en su mayor parte, mediante un plano en el que divisamos el rostro de la actriz y el cogote del cineasta. Sin embargo, esta estampa se ve interrumpida por unos insertos en los que vemos la propia escena reproduciéndose, en directo, sobre una pantalla de televisión. Así, sobre estos espejismos y solapamientos se va jugando la suerte de esta obra profundamente autorreflexiva.

Clorindo Testa imbrica la levedad del humor de Llinás con la complejidad laberíntica de una escritura por capas, pieles que la película va mudando para ir abriendo posibilidades para el lenguaje cinematográfico. Llinás disfruta enredando la madeja del film, manipulando el estatuto de verdad de las situaciones representadas. El director decide entrevistar a su primo, pero no le deja prácticamente abrir boca. Luego, en una sala de montaje, aparece mostrando material filmado a sus productores; un material que juega con la doble posibilidad de que el cineasta desee hacer una película tremendamente solemne o flagrantemente ridícula. La respuesta de los productores, en todo caso, apunta a la segunda de las opciones.

Por último, en un pasaje particularmente revelador, el argentino, con su voz en off que conduce buena parte de la narración, nos avisa: “ahora la película abandonará el último de sus reparos estéticos”. Ese parece ser el modus operandi de Llinás: ir desprendiéndose de losas, de prejuicios, incluso de máscaras. En una escena tocada por la lucidez estética, la voz en off de Llinás desaparece y la película queda en manos de unas instantáneas recogidas del libro de Llinás Sr. En paralelo, el cineasta emprende un viaje con su hijo hacia el Centro Cívico Santa Rosa, diseñado por Testa y declarado recientemente monumento histórico nacional. Así, partiendo de la mofa autoparódica, y caminando por la frontera entre la ficción y la realidad, Llinás termina conquistando una cierta verdad emocional que tiene que ver con el encuentro consigo mismo, en su breve trayectoria como padre.