(Imagen de cabecera: Like a Fish in the Moon de Dornaz Hajiha)

Iker Zabala (Festival Zinebi, Bilbao)

En su arranque in medias res, Like a Fish in the Moon muestra a una pareja, Amir y Haleh, que de manera separada, en primeros planos, departe con un psicólogo acerca del problema de su hijo Ilya, de cuatro años de edad. Así es como se presenta la idea de la fractura de una familia que debe sobrellevar el mutismo del hijo, hecho que genera en los progenitores una oleada de culpa, confrontación, psicosis paranoica y devastación anímica. Para dar forma a esta odisea familiar, la cineasta iraní Dornaz Hajiha emplea como principal materia prima la labor de sus actores, de los padres (Sepidar Tari y Ali Ahmadi), en cuyas facciones es posible ir entreviendo el doloroso paso de los días (el film se rodó cronológicamente), al niño (Shahdiyar Shakiba), que esconde en el secreto de sus ojos el vértice del relato.

Estos tres interpretes componen la totalidad del reparto, dado que todos los otros personajes son relegados al fuera de campo, lo que genera interesantes hallazgos formales. La conversación de la madre con el terapeuta de Helah se convierte en un estudio, en plano secuencia, de la aflicción de la mujer, mientras que el paso del niño por el hospital, para hacerle una tomografía, se convierte en una fuente de desasosiego gracias a los primeros planos de las caras angustiadas de los padres. A la postre, el mejor plano de la película llega durante una escena en una playa (que remite al clímax dramático de Roma de Alfonso Cuarón), cuando una preciosa imagen de arena y agua evoca el modo en que William Wyler o Jean Renoir jugaban con la profundidad de campo. Más allá de marcar la cúspide de la tensión dramática, este plano esboza las coordenadas de este particular triángulo familiar.

“Polaris”.

Por otra parte, eesulta sorprendente que una película como Polaris, de la pamplonesa Ainara Vera, tenga tantos puntos en común con Like a Fish in the Moon, y es que ambas son aproximaciones a pequeños núcleos familiares que tienden a desdibujar, a través del empleo del fuera de campo, aquello que queda más allá del radio de acción del clan. En el caso de Polaris, estamos ante un documental que aborda la historia de una capitana de barco francesa, Hayat, que pasa largos periodos en el océano Ártico. Hablará, cuando la cobertura se lo permite, con su hermana menor, Leila, embarazada de una niña. Y es precisamente el nacimiento de la pequeña Inaya lo que reconfigurará la vida de las dos mujeres.

Polaris se desarrolla en base a dos ejes notorios: los viajes de Hayat y el crecimiento de la pequeña Inaya. De un modo marcadamente elíptico, se alternan largos pasajes en alta mar con otros periodos en los que Hayat convive plácidamente con su hermana y sobrina. El contraste visual entre el océano y la vida urbana del sur de Francia es muy marcado, con un tratamiento escénico tan medido y diferenciado que tendremos en algunos casos la sensación de que el film transita entre la ficción y el documental.

“Polaris”.

Del lado oceánico, la película se adentra en la cara más inhóspita del universo marino: el barco abriéndose camino entre temibles icebergs, enormes montañas de hielo, ventiscas que convierten el encuadre en una cambiante superficie blanca… Estampas que la directora, Vera, emplea como puertas abiertas a la atormentada psique de Hayat, que por otra parte exhibe una enorme valentía en su lucha contra viento y marea en un mundo poblado mayormente por hombres. La capitana relata algunos intentos de abuso sexual, hechos ante los que únicamente ha hallado indiferencia en sus denuncias (Vera acompaña estas confesiones con un gran plano cenital que muestra el salvaje movimiento de las olas en alta mar). El componente dramático del film se completa con un estudio del trauma familiar de Hayat, que arrastra el lastre de la drogadicción de su madre. Así, los grandes viajes oceánicos se presentan como parte de una perpetua huida de los fantasmas del pasado, un itinerario personal marcado por el desapego y el terror a reproducir ciertas conductas tóxicas.

Si Polaris se abre con la lírica estampa de Hayat desvaneciéndose en la intensidad de una gran tormenta, la película busca su clausura a través de una nueva desaparición, esta vez en el interior de una humareda. Podría pensarse que no hay redención para la protagonista, pero el documental abre un espacio para la esperanza a través de la figura de la pequeña Inaya, que sí logra integrarse en una realidad social que la recibe con alegría. Es un cierre de gran belleza, en el que las heridas del pasado se confrontan con un futuro prometedor.