Laura Carneros (Festival de Málaga)

En su denuncia de la violencia ejercida contra la mujer, el cine reciente ha ido profundizando en las agresiones propinadas sin golpes, sin sangre ni abuso físico. Una mirada más aguda e incisiva al ámbito de la violencia de género que cabe relacionar, incuestionablemente, con la creciente presencia de directoras que hablan sobre la desigualdad en primera persona, con conocimiento de causa. Se crece en representatividad, pero al mismo tiempo se sigue poniendo de manifiesto un desequilibrio sistémico en el acceso de la mujer a la autoría fílmica. Si las películas analizadas en esta crónica tienen algo en común es la denuncia de la represión estructural que sufren sus protagonistas, todas mujeres. 

“Quiero perder las maneras y derrochar toda mi alma”, reza un verso de la canción principal del documental Francesca y el amor, un verso que no solo define de manera precisa las intenciones de la directora Alba Sotorra, sino que además opera como un desprejuiciado llamamiento a la creación. Una celebración del arte, en todas sus formas, pero siempre desde el amor: ya sea a la pintura, a la familia, a Barcelona, a las amigas o a una misma. Francesca Llopis, artista plástica y protagonista de Francesca y el amor, traza un mapa sentimental de senderos sinuosos y bellos, por inciertos, que abarca todas las áreas de la existencia. Llopis abre su estudio y –por manida que resulte la metáfora– su corazón mediante situaciones cotidianas que nos harán conocer poco a poco su postura ante las relaciones y la vida en sí. A través de la búsqueda continua y la experimentación, Sotorra plantea una puesta en escena fresca y a la vez reflexiva que se asienta plácidamente sobre la banda sonora compuesta e interpretada por Djuna Lund, hija de Llopis. Temas como Hipnóticos o Canta-li a la mare hacen de Francesca y el amor una obra sensorial, capaz de transmitir emociones que van de la euforia a la más profunda melancolía. Esa pureza que destila el film se traduce en un torrente de energía de alto voltaje, que alcanza su culmen cuando Francesca y Djuna bailan hasta caer exhaustas, extasiadas, de tanto amar la vida.

“La visita y un jardín secreto”.

Con un tono totalmente opuesto, pero no por ello menos inspirador, el documental La visita y un jardín secreto, de Irene M. Borrego, recoge la sabiduría de la pintora Isabel Santaló, cuya lucidez artística se mantiene intacta pese a su avanzada edad. Es curioso que estos dos largometrajes lleguen a encontrarse en las figuras de sus protagonistas, Santaló y Llopis, dos mujeres que, en lo personal, parecen no tener nada en común, pero que comparten una madurez artística y una personalidad apabullantes, desde las cuales son capaces de romper cualquier convencionalismo. Al igual que Llopis, Santaló pertenece a una clase social acomodada. Una situación, sobre el papel, ventajosa de cara a desarrollar una carrera artística. Sin embargo, ambas mujeres tuvieron que enfrentarse a sus familias para defender su vocación por encima de un mandato social que les imponía casarse y formar una familia. Esta idea enlaza con lo que plantea Cinco lobitos, de Alauda Ruíz de Azúa –ganadora de la Biznaga de Oro del Festival de Málaga–, cuya protagonista ve truncadas sus aspiraciones profesionales al ser madre. Este conjunto de películas demuestra que la presión social ejercida sobre las mujeres circula de arriba abajo, pero también de abajo arriba. En el ámbito burgués, a los obstáculos inherentes a la falta de oportunidades para las mujeres, cabe añadir la necesidad de demostrar que los logros no solo se deben a las facilidades materiales y a una buena educación (aunque esto, innegablemente, determina en gran medida las posibilidades para un pleno desarrollo de las capacidades artísticas).

Volviendo a La visita y un jardín secreto, el documental se caracteriza por una presentación progresiva de Santaló, ya que Borrego –ganadora de la Biznaga de Plata a la Mejor Dirección de Documental– comienza la película con el registro silencioso del entorno doméstico de la pintora, quien vive en una casa humilde con su faraónico gato Ramsés y una asistenta doméstica. La tranquilidad se verá perturbada por los hallazgos que su sobrina, la propia cineasta, aporta a través de las declaraciones del pintor Antonio López –coetáneo de Santaló– y de otros allegados. Los momentos más luminosos de la cinta llegarán con las intervenciones de Santaló, cuya descripción del proceso creativo, basado en la búsqueda del accidente, genera una agitación emocional ineludible. Cabe destacar la inteligencia que demuestra Borrego al no mostrar la obra de Santaló, poniendo así en valor su legado inmaterial: la pasión por la vida de una artista repudiada y difamada por su propia familia, cuya carrera se ve sesgada, como la de tantas otras mujeres, por la dureza de los tiempos que le tocó vivir.

“Canción a una dama en la sombra”

Canción a una dama en la sombra, de Carolina Astudillo, es también un documental sobre el papel invisibilizado de la mujer. En concreto, de las mujeres que esperan a los hombres que se han marchado a la guerra. Para ello, la realizadora chilena basa su propuesta en el mito de Penélope: un ideal de esposa ensalzado a lo largo de los siglos, que espera a su compañero ausente manteniéndose fiel en cuerpo y alma. A través de la historia de la familia Pueyo, separada durante la Guerra Civil española, el documental escenifica, mediante la lectura de las cartas que Armand Pueyo envía desde el exilio, los principales dilemas a los que debió enfrentarse la pareja. Lejos del ideal de Penélope, el matrimonio formado por Soledad y Armand (hermano de Clara Pueyo, figura central del primer largometraje de la directora, El gran vuelo) afronta cuestiones como la educación de los hijos o la posibilidad de abrir la pareja, en vista de una relación que no permite consumar sus deseos más íntimos. Esta historia central se irá alternando con un coro de voces griego que narra la situación política mundial correspondiente a las fechas de las cartas que va enviando Armand. Además, la historia del matrimonio también se enlaza con textos de Marguerite Duras, escritos durante el cautiverio de su marido en un campo de concentración.

La actriz Padi Padilla pone voz a las palabras de Duras, que arrojan luz sobre la ausencia de Soledad en el film. La sombra de su figura será también compensada con la voz y presencia Alicia González, actriz encargada de leer las cartas de Armand en voz de su esposa. A la postre, si de algo peca la propuesta de Astudillo es de una cierta sobreabundancia de texto, en la que es fácil perder el hilo, dado que Armand tiende a encadenar reflexiones de una profundidad que, ciertamente, merecen una pausa. Que la mayoría de las lecturas de cartas se acompañen únicamente con la figura estática de González resta dinamismo a la cinta, que encuentra sus mayores hallazgos en el empleo hábil y sustancial, en términos narrativos, de imágenes de archivo o grabaciones realizadas con Super 8 que funcionan como metáforas complementarias a la voz en off, como las estampas de esculturas con rostros femeninos que lloran en los cementerios.

“La voluntaria”.

La voluntaria, el segundo largometraje de Nely Reguera tras su debut con María y los demás, relata la odisea de Marisa (Carmen Machi), que decide embarcarse en la aventura de trabajar como voluntaria en un campo de refugiados situado en Grecia. La película propone, a través de la experiencia de su protagonista, una doble reflexión. Por un lado, Marisa se enfrenta a un sistema organizado de manera demasiado estricta, donde no parece haber espacio para la bondad y la sensatez. Esto queda patente a través de su conflicto con el entorno: cuando llega al campamento, tendrá que atenerse a unas reglas establecidas que distan mucho de la idea que ella tiene de la ayuda humanitaria. Además, la tirante relación con sus compañeros de trabajo –la protagonista les dobla en edad–, en especial con la responsable de la unidad de voluntarios (Itsaso Arana), hace que Marisa se sienta aún más desubicada. Es quizá por estas circunstancias hostiles que la protagonista se rebela (a pequeña escala) y actúa atendiendo a sus deseos personales. Será entonces cuando, poco a poco, se vaya desvelando el verdadero motivo que impulsa a Marisa a dejar Barcelona. Se plantea, de este modo, la otra cuestión que articula el film: ¿hasta qué punto el altruismo responde a motivos puramente desinteresados y no obedece a la necesidad de suplir alguna carencia personal?