Júlia Gaitano (SACO, Oviedo)

Quizás, a primera vista, acompañar un film silente de los años veinte con un piano jazzístico y un ecléctico ejercicio de claqué de inspiración africana no sea la apuesta más obvia. Sin embargo, en manos del pianista catalán Jordi Sabatés y de los energizantes ritmos de Camut Band, el conjunto toma sentido, acrecentando aún más si cabe el asombroso e intemporal potencial humorístico de la película Sherlock Jr., del genio del slapstick Buster Keaton. Una combinación de elementos que depura la noción de tempo cinematográfico, y a la vez la completa gracias al acompañamiento de las demás artes del movimiento y el sonido.

Hablamos de Keatoniana, uno de los indiscutibles platos fuertes de la Semana del Audiovisual Contemporáneo de Oviedo, que celebra este año su V edición. No es la única vez que Sabatés se ha enfrentado al reto de musicar cine. Con Nosferatu, hacia el vampiro, aportaba música original para la película de F. W. Murnau de 1922, y en Música para una ilusión: Universo Chomón, acompañaba junto a un espectáculo de magia algunas de las películas más fascinantes de Segundo de Chomón, el “Méliès español”. Con Keatoniana, ensamblado en 1997 juntamente con el grupo catalán de danza y percusión africana Camut Band, llegaba el turno de Buster Keaton y el retrato musical de su rico y virtuoso universo. Anoche, en un imponente Teatro Campoamor prácticamente lleno, Sabatés recuperaba este repertorio, dirigiéndose al público con una breve pero clara declaración de intenciones: habiendo cine, música y baile, las palabras suelen sobrar. Sin embargo, el pianista dedicaba algunas a contextualizar, en unas pocas pinceladas, el trabajo de Keaton para aquellos y aquellas a quienes no les fuera familiar. Sherlock Jr., una de las cintas más conocidas del director y actor cómico estadounidense, juntamente con El maquinista de La General o El cameraman, conforman uno de los núcleos más sólidos y puros del conocido como humor slapstick. Lo tiene todo: de los personajes arquetípicos –empezando por la sempiterna expresión naif del propio Keaton– a las orquestadas y rebuscadas persecuciones, de los constantes y efectivos skits a las puntuales y maravillosas salidas de tono.

Sin embargo, y este es probablemente su aspecto más notable, Sherlock Jr. también contiene una de las primeras reflexiones que se hicieron en cine sobre el propio medio, un estudio pionero de las posibilidades expresivas de aquello que llamamos metacine. A partir de un hecho mágico –el desdoblamiento del personaje “real”, que se sumerge en la película que se proyecta dentro del film, encarnando una versión aspiracional de sí mismo–, Keaton se permite una digresión narrativa para ejecutar un gag basado en la idea del montaje fílmico: escenarios distintos, situados a días de distancia, se unen en cuestión de milésimas de segundo, lo que tarda en efectuarse un corte, apenas un parpadeo. El metajuego de desdoblamientos y contrastes prosigue hasta el renombrado y tierno desenlace del film. Sabatés, en su preámbulo, comparaba esta dinámica metaficcional con otras más populares como la del film de Woody Allen La rosa púrpura de El Cairo, o la de El jeque blanco de Federico Fellini, pero también con un cierto sinsentido estructural propio de los relatos de Kafka, quien reconocía haber asistido a alguna proyección de películas de Keaton. Citando a André Breton, que consideraba al genio cómico el más silencioso de todos los humoristas de la era silente, Sabatés y los cuerpos chasqueantes de los integrantes de Camut Band procedieron a romper ese silencio con un complejo ejercicio musical repleto de intencionados incidentes sonoros, ritmos atropellados y pausas tensadas.