Gran parte del cine latinoamericano se sitúa, de forma consciente o inconsciente, en la peligrosa línea que separa el compromiso de lo sórdido, la denuncia de lo espectacular, el retrato social de la pornomiseria, y generalmente termina cayendo del lado malo… muchas veces impulsado por los círculos de poder europeos, que siguen (seguimos) demandando un cine latinoamericano que refuerce nuestros estereotipos y que nos consuele como espectadores, que nos haga pensar que viendo problemas contribuimos a solucionarlos, cuando no hacemos sino enquistarlos para nuestro disfrute momentáneo. Navajazo es uno de los raros ejemplos de que otro cine latinoamericano es posible, incluso cuando se mueve en el terreno de la violencia, la sordidez, la pobreza, la marginalidad. Rodada por un sociólogo en una de las peores zonas de Tijuana, es, en palabras de Roger Koza, “una rareza hecha con corazón”. Una película que no esquiva lo más oscuro de la realidad mexicana, pero que lo hace con unas formas inéditas, a través de un acercamiento insólito a un escenario de cuerpos expulsados de cualquier lugar. GdPA

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