En una entrevista incluida en el cortometraje Lectura Brossa (2003), el poeta catalán Joan Brossa –antiguo colaborador de Pere Portabella– se reivindicaba ante la cámara como un “inventor de estrategias” y un “insumiso de la cultura oficial”, dos escuetas definiciones que sirven para ilustrar el rol asumido por Portabella en el seno del cine español. Un rol expresado con rotundidad desde el primer largometraje del director de Vampir-Cuadecuc. En la oscura y experimental Nocturno 29, orquestada como un collage fílmico, Portabella entrecruzó la historia de una mujer solitaria (Lucía Bosé) que paseaba por insólitos paisajes urbanos con una serie de postales inconexas protagonizadas por sus colaboradores: una partida de póker entre Tapies, Antonio Saura y Mario Cabré; unas apariciones de Carles Santos como pianista. El número 29 del título hacía referencia a los años transcurridos desde el final de guerra civil, un claro ejemplo de la expresa, aunque también críptica, voluntad política del cine de Portabella.

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