(Imagen de cabecera: Jozef van Wissem en Las Palmas @Quique Curbelo)

Júlia Gaitano (Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria)

Con más de cien años a sus espaldas, no puede decirse que la película inaugural del Festival Internacional de Cine de Las Palmas sea precisamente actual. Sin embargo, la presentación de Nosferatu: A Symphony of Horrors, en la que el laudista y guitarrista neerlandés Jozef van Wissem puso música en directo al clásico de F.W. Murnau, despertó unas pulsiones vitalistas y muy contemporáneas en una de las grandes obras del expresionismo alemán. Parte de esta vitalidad surge del ejercicio de contextualizar y adaptar una propuesta de 1922 a ciertos patrones estéticos del siglo XXI, aunque no se debe menospreciar el halo de inmediatez, de escritura en presente, que fulgura en todo espectáculo de música en directo. Cuando el cine se mezcla con elementos del “aquí y ahora”, como puede ser la representación musical, lo antiguo queda insuflado de un nuevo aliento. En este caso, además, el responsable de añadir el componente melódico y armónico al espectáculo, van Wissem, llegaba acompañado de un currículum flamante, en el que destaca la composición de la banda sonora de la maravillosa Solo los amantes sobreviven de Jim Jarmusch, cineasta con el que el neerlandés también ha colaborado en otros trabajos musicales.

En cuanto al encuentro de imágenes y sonidos, cabe apuntar que, en manos de van Wissem, el espíritu fantasmagórico de Nosferatu, inmortalizado por la cinefilia, se renueva, resurge, vuelve a trascender los límites de la pantalla. Impulsada por una partitura minimalista y penetrante, compuesta específicamente para el film, la obra de Murnau encuentra nuevos lugares expresivos. Entre pasajes melódicos de un laúd persistente y espiral, momentos de ambiente sonoro más abstracto, cercano al diseño sonoro fílmico, y un final roto y distorsionado de guitarra eléctrica, la música se empapa del hipnotismo de Nosferatu. Lo sonoro y lo visual se retroalimentan en una propuesta vibrante y, sí, viva. Perfecta experiencia para dar el pistoletazo de salida de un festival que celebra la vuelta de los aforos al completo y que estrena, como novedad, unos interiores de sala sin mascarillas. Además, para rematar el homenaje a Nosferatu, el film de Murnau, filtrado por tonos pastel e iconografía pop, es el protagonista de la imagen distintiva del festival canario, junto a los Tres Monos impedidos de sentidos reimaginados por el ilustrador Keith Haring.

“Requiem por la fiesta”

Estos primeros días de certamen en Las Palmas de Gran Canaria están dedicados, en gran parte, a presentar la programación local de la mano de la sección CANARIAS CINEMA. En ella, además de tres largometrajes destacados –entre los que se encuentra Rendir los machos de David Pantaleón, premiada en el Festival de Sevilla y en L’Alternativa–, se muestra una amplia selección de cortometrajes de producción canaria. El propio Pantaleón firma uno de los cortos más sugerentes (y breves) del programa. Bajo el nombre de Réquiem por la fiesta, la pieza es un retrato colectivo a golpe de luz estroboscópica de la juventud encerrada durante el confinamiento, cuya energía vital se vio inesperadamente contenidas entre cuatro paredes. Por su parte, el tinerfeño Víctor Moreno (director de La ciudad oculta) presenta otro acercamiento a las sensaciones de aislamiento vividas durante la pandemia con Lovebirds, una propuesta tocada por un cierto distanciamiento formal en la que un puñado de huéspedes intentan disfrutar como pueden de las instalaciones gigantescas de un resort para turistas en las Islas (un territorio que Moreno ya había investigado en su documental Holidays). La experiencia es de un extrañamiento extremo que llega a traducirse en una incomodidad prácticamente física en el espectador.

A destacar, dos títulos más. En primer lugar, Bancal, en la que Rafael Montezuma se aproxima a la figura del Maestro Santiago, un hombre que susurra a las piedras. La película se centra en un conjunto de pequeños gestos que contienen una dimensión casi cósmica: una mano moldea el paisaje, escogiendo y manipulando las piedras, creando montículos, muros y estructuras que encuentran un equilibrio mimético con sus alrededores. La pieza resulta magnética y misteriosa, y cuenta con un protagonista murmurante que forma parte de su entorno, de su obra. También misteriosa, aunque desde un enfoque muy distinto, es Una flor en el vacío, de Jesús F. Cruz, que entremezcla ficción, ciencia ficción y realidad. La propuesta deambula por terrenos ambiguos, con un pie en el video analógico y el otro en el imaginario digital, incluido un breve inciso procedente de Tik Tok (la obra remite en ciertos momentos a We’re All Going to the World’s Fair de Jane Schoenbrun). Aprovechando el carácter doméstico de las texturas analógicas, y empleando el found footage, la película penetra en fragmentos de vida ajena, que se sienten extrañamente familiares, aunque intrigantes a la vez. La protagonista (Hana, una actriz no profesional) se relaciona con todas esas imágenes a partir de una serie de rituales indefinidos. El resultado se perfila como el testimonio de un embrujo a gran escala, con invocaciones capaces de desgajar los significados ocultos de las imágenes.