Víctor Paz (Festival de Berlín)

Jennifer Reeder tiene ya a sus espaldas una carrera muy consolidada con un conjunto de cortos y tres largos que –a excepción del primero, Signature Move (2017), menos personal– transitan entre el cine de adolescentes y el fantástico más desacomplejado. Sus atmósferas remiten a menudo a David Lynch, situándose en algún lugar intermedio entre Twin Peaks (1990) y Mulholland Drive (2001). Lo genial de Reeder es cómo ha logrado crear, desde el instituto, un universo muy personal que se muestra decididamente feminista y que introduce pulsiones muy queer en géneros donde la mujer suele estar cosificada. No hay mayor falocentrismo en el terror que en el slasher, al menos en la tradición de Hollywood. Deconstruir estos films y expandir su alcance es lo que se propone en Perpretator (2023), estrenado en la sección Panorama de la última Berlinale, y en el que muestra una depuración de estilo muy juguetona.

La escena inicial ya da una idea muy clara de en dónde nos estamos metiendo. Plano subjetivo de un enmascarado que respira profundamente mientras observa a una chica en la calle. Es de noche y estamos en un no lugar en los suburbios de alguna población norteamericana. Se acerca a ella por detrás, la joven se da la vuelta y lo reconoce cuando activa una especie de flash contra ella. Elipsis y presentación de la protagonista en la segunda escena. Estamos en el universo de Halloween (John Carpenter, 1978) y de El fotógrafo del pánico (Michael Powell, 1960). La cinta de Reeder es un continuo mash-up posmoderno de referencias que van desde Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960) a El silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1991), pasando por Carrie (Brian De Palma, 1976), por citar solo las más conocidas de una lista que es ingente.

Tiene este artefacto un poco de cine de vampiros también y una pizca de conjura de brujas, con una suerte de secta con poderes sobrenaturales que dirige una recuperada Alicia Silverstone. Ella ejerce de madre adoptiva de Jonny, la protagonista –vaya descubrimiento Kiah McKirnan–, una chica que está a punto de cumplir los 18 años y a la que le va a ocurrir algo especial. Todo ello en un contexto en el que varias estudiantes están desapareciendo en el vecindario. La gracia de Perpretator es descubrir qué es eso que Jonny alberga en su interior.

Sin entrar en detalles de la trama, puede intuir el lector que sus habilidades no depararán nada bueno al Ghostface de turno. La sangre es moneda de cambio, literalmente, en esta película que liga las vísceras a la maternidad, la transmisión y el ciclo menstrual, concebidos como metafóricos superpoderes. Una patada al patriarcado divertidísima y de endiablado ritmo que por momentos puede acabar siendo irregular por lo que arriesga, pero que en ningún momento pierde su frescura y originalidad.

Por su parte, en Allensworth, el veterano James Benning también ofrece otra perspectiva del imaginario yanqui. Habitual de la sección Forum, donde repite casi cada año, en esta ocasión se adentra en las ruinas de la primera comunidad negra de California, con un gobierno local propio y poder sobre sus propios asuntos. Fundada en 1908, esta localidad hace tiempo que se convirtió en una ciudad fantasma, lugar de memoria, en el que algunos edificios han sido reconstruidos. A través de 12 planos, uno por cada mes del año, Benning captura lo que queda de este sueño con registros en los que se advierte la huella del pasado.

Conviene citar el mes de agosto, el único rodado en interiores y más largo que todos los demás. Una chica negra lee lo que parece ser un diario, ataviada con un vestido propio de inicios del siglo XX, ante la pizarra de la escuela local. Vemos en créditos que se trata de las palabras de la activista Elizabeth Eckford, también educadora, sobre su percepción de la negritud. La poeta Lucille Clifton también es utilizada por Benning, así como el tema de Nina Simone Blackbird. Son referencias suficientes para saber por dónde se sitúa la pieza, aunque para comprender todo su alcance conceptual habría que conocer bien los detalles de esta comunidad. Despojada de un necesario acompañamiento teórico, Allensworth peca de una cierta falta de especificidad. Aun así, es un gran registro memorístico que muestra la resistencia de Benning al olvido de las narrativas no hegemónicas de la identidad norteamericana.