(Imagen de cabecera: Todo va a fallar de Helena Estrela)

Mariona Borrull (S8, A Coruña)

El (S8), o la Mostra de Cinema Periférico de A Coruña, celebra con gozo la independencia de un amplio espectro de prácticas del cine experimental, ese “cine periférico” que congrega desde hace catorce años y que se aleja de lo intelectual y lo cargante. Alternativa para la sobrejustificación del cine de autor, los resortes del mundillo analógico buscan un disfrute más elemental, cutáneo, a la vez que despiertan sus propias galaxias de pensamiento, esas “utopías” que aúpan desde la dirección del certamen. Universos híper locales, como las performances de Hangjun Lee, o bien juguetes diseñados para fascinar sin compromiso, como los rieles de proyectores de Film Walk, cuyo traqueteo se amplía y crea paisajes sonoros estirando con las manos las cintas en sus bobinas. También de Lee, Phantom Schoolgirl Army reanima a velocidad de parpadeo las caras de algunas víctimas de la Rebelión Yeosu-Suncheon, pero los fogonazos de luz que dispara la pantalla no gastan saliva en posicionarse… Lo que está ahí no se negocia.

Los remolinos nos mueven, claro. En paralelo a las series que inauguró Line Describing A Cone (1973), y en el contexto de los foros de cine político de Nueva York, Anthony McCall y su colaborador Andrew Tyndall sacarían a la luz los puentes entre arte y poder institucional a partir de imágenes venidas de la publicidad, revueltas y remontadas en la línea del Godard más duro. Argument (1978) y Sigmund Freud’s Dora (1979) hablan desde un estructuralismo muy arraigado a su tiempo, ese proyecto posmoderno que ahora miramos con cierta ternura, pero cuya intransigencia radical con respecto a las imágenes mediáticas sigue siendo válida y necesaria. Al mismo tiempo, McCall deconstruiría las bases mismas de la sintaxis cinematográfica con sus instalaciones de “luz sólida” (haces de luz proyectadas sobre una o varias superficies, moviéndose con el tiempo), “películas” comprendidas de una forma relajada que le permitían separar y jugar directamente con las realidades tangibles en escena (capas de humo, pantallas, espejos) y con sus cambios de estado: las transiciones, los tiempos en bucle, el rol activo de les espectadores…

Concentración y depuración dan lugar, en todo caso, a mejores películas. En Todo va a fallar (una de las piezas resultantes de las becas eSe8_LAB, en la sección Desbordamientos), Helena Estrela trabaja sobre la superstición y la naturaleza (la memoria de la pieza habla de 41 días de malos augurios en Letonia, donde en invierno el sol es imposible de ver), yuxtaponiendo instantáneas coloreadas de un eclipse solar en un tríptico inquietante. A la izquierda está Estrela, tumbada sobre una alfombra con el puño apretado mientras se le entrecierran los ojos. A la derecha, vislumbramos a criaturas lanzando ceniceros metálicos al suelo, como en un juego, luego sosteniéndolos delante de sus caras como segundos ojos, brillantes contra el sol. Cualquiera diría que tienen un influjo escondido sobre el malestar de la chica. De la influencia al contraste, cuando Estrela proyecta sobre dos de sus tres pantallas paisajes teñidos de verde y de rojo, seguidos de vistas del eclipse teñidas de azul con el contraplano de una joven (¿Estrela?), que lo mira vestida de naranja. Hay algo desenfadado y lúdico en la secuencia que toma el relevo: la misma chica, urdiendo posturas como de yoga de manera mecánica y sin emoción alguna, al son de un alegre tema pop (acerca del sol, vaya) que va encendiéndose de forma repentina. Del influjo, al contraste, a la conexión azarosa: son tres sets de relaciones diáfanas, audiovisuales y con las que cualquiera puede jugar. Chispas de puro (S8).

Alerta ante aquello que las imágenes necesitan y con un respeto relativo a la cronología, la Mostra concilia filmografías que orbitan alrededor de un mismo patrón, ya sea iconográfico, político o formal. Con Barbara Sternberg, pudimos asistir al programa enfocado hacia su trabajo con el color. Midst (1996), última pieza de la sesión, es un largometraje compuesto por material de archivo familiar sobre unas pocas imágenes a las que Sternberg vuelve de forma repetitiva. Les transeúntes de una ciudad nevada, unas manos arrugadas frotándose, después varias instantáneas de mujeres tumbadas al sol, una playa con criaturas, vista con dos pies simpáticos saludando en primer término… La cineasta repite aquello que ve a diario muchísimas veces a lo largo de la película, convertida en un mantra sobre sus experiencias más inmediatas. Sternberg distorsiona sus estrofas: primero volviendo a grabar las imágenes en vídeo, distorsionando la nitidez de sus contornos y saturando la paleta de colores y, luego, incorporando recortes de dichas postales unas sobre otras, y superponiéndolas hasta conseguir auténticos patchworks de realidad.

Si en Midst, Sternberg nos abarrotaba con colmenas de paletas antinaturales hasta extenuarnos (la propia cineasta comentaba en el coloquio que le quitaría algo de metraje), dieciocho años más tarde, en el cortometraje Colour Theory, define con claridad por qué la verosimilitud es sólo uno de los caminos posibles en el tratamiento del cromatismo (y por qué ella no lo elige). En Colour Theory Sternberg plasma los nombres de los colores rojo, amarillo, blanco y negro, con tipografía que no necesariamente coincide con el tono escrito y sobre un fondo de color muy vivo, pero aleatorio. Así, los fondos nunca corresponden al color que los designa, una etiqueta estéril delante de un entramado visual mucho más poderoso. Cuando el corto se cierra con las fotografías de unas cuantas tribus nativas americanas, el color toma sentido como forma de reivindicación política, una toma de poder simbólica por parte de la marginalidad.

La presente edición del (S8) ha seguido a un festival de Cannes demasiado cargado de películas “importantes”, sobre las que había que tener una opinión rápida e inequívoca. Por ello, de la XIV Mostra me quedo con el goce relajado ante un cine que pide una respuesta sensible antes que intelectual, sin renunciar al brillo o al compromiso. Como en las proyecciones de los orígenes (con el traqueteo de una máquina de fondo y los ojos bien abiertos), el montaje sci-fi de John Price y música de TORSO nos transporta a un remoto faro de Canadá que bien podía ser parte de otra galaxia. Narrada echando mano de los códigos clásicos de la odisea espacial (yuxtaponiendo tremendas tormentas de hielo con el dulce recuerdo familiar), There is Light at the Top of the Tower!! nos embarca en un auténtico viaje a la Luna… Una aventura para cuando las películas se nos quedan pequeñas.