(Imagen de cabecera: Al oriente)

Laura Carneros (Festival de Málaga)

Uno de los aspectos más complicados a la hora de bautizar una obra es hallar un título que, más allá de resumir, transmita su esencia sin revelar demasiado. La película Al oriente, del ecuatoriano José María Avilés –presentada en la sección Zonazine del Festival de Málaga–, indica, con su escueto título, la dirección hacia la que se dirige tanto su protagonista como toda la película. Un movimiento hacia una reconfiguración de las formas míticas de representación del Oeste, empezando por el género del Western. Influenciado por las incursiones de la realizadora estadounidense Kelly Reichardt en el género –en Meek’s Cutoff y First Cow–, Avilés construye su film con pulso firme, sin grandes sobresaltos, siendo capaz de mantener cierta tensión dentro de una calma aparente. Este juego de opuestos, entre lo afilado y lo lánguido, entre el mito y su deconstrucción, se manifiesta en la propia estructura de la película, que aparece escindida en dos partes que encuentran su nexo en Atahualpa, un personaje que conserva sus anhelos y su condición social en su tránsito entre diferentes épocas.

Este mecanismo narrativo y conceptual, que sitúa al mismo personaje, interpretado por el mismo actor (Alejandro Espinosa), en dos momentos históricos separados por un siglo, dota al film de un aura fantástica, alegórica. El Atahualpa de la actualidad, que trabaja en la construcción de una carretera, bien podría ser descendiente del Atahualpa que acompaña a un buscador de tesoros cien años antes. Mediante un amplio abanico de recursos –desde el vestuario a los diálogos, del atrezo al juego con fotografías datadas en otros tiempos– Avilés logra crear una ambigüedad temporal y un extrañamiento de tintes oníricos que propicia el reflejo de una situación en la otra, poniendo en evidencia la perpetuación de un sistema social afianzado en la desigualdad y el sometimiento.

“Alter”.

Por su parte, el largometraje documental Alter, de Joaquín González Vaillant, registra la andadura de Sebastián Herrera, amigo del cineasta, quien comienza a trabajar como imitador de su ídolo Luis Miguel después de quedarse sin trabajo. La trama, que se desarrolla en un tono humorístico, pero sin perseguir la carcajada, se impregna del carisma de Herrera (aka Luismi Evans), un treintañero que por momentos parece sufrir el síndrome de Peter Pan y de vez en cuando sorprende con alguna sentencia digna de epitafio. A la postre, obligado por los tiempos que corren, el protagonista de Alter deberá elegir entre forjar su propia voz como cantautor o continuar con un proyecto que anula su identidad como creador. Este dilema permite observar los desafíos a los que se enfrenta un artista de cualquier índole, desde forjarse una marca personal en la era de las redes sociales hasta el sacrificio de las propias aspiraciones en pos de satisfacer una demanda popular y, por ende, apostar por la opción rentable. Pese a las vicisitudes e incertidumbres que dicen haber atravesado González Vaillant y Herrera, lo cierto es que Alter exuda un vitalismo y autenticidad casi milagrosos, aunque en algunas escenas sea posible incluso dudar de si lo que se nos muestra ha sucedido en realidad o es una escenificación.

“Fe”.

En esa corriente entre la credulidad y el escepticismo navega Fe, de Maider Fernandez Iriarte. El cortometraje, que recibió una Mención Especial del Jurado en Málaga, presenta a un conjunto de profesionales de la medicina que discuten sobre un caso de curación que ha sido propuesto para su calificación de milagro. La pieza sigue la senda del anterior trabajo de la realizadora, el largometraje Las letras de Jordi, en el que se acercaba a las vivencias de un hombre en situación de dependencia envuelto en una crisis de fe, cuyo único anhelo era volver a visitar Lourdes. En esta ocasión, regresamos al santuario francés a través del relato de Sofía, protagonista de Fe, que no aparece en pantalla pero que cuenta, a través un archivo de audio, su experiencia tras encontrarse con la Virgen. De manera indirecta, conocemos más detalles de su caso a través del debate de los profesionales. El film afianza su interés en la originalidad y el carácter sorpresivo de su temática: parece casi inverosímil que, hoy en día, persistan los debates científicos acerca de la intervención divina en casos extraordinarios de sanación. Además, Fernández Iriarte saca partido del amplio abanico de perspectivas que confluyen en una discusión que transita entre los ámbitos de la medicina y la filosofía.

“Caballo de espuma”.

Con su cortometraje Caballo de Espuma, que también pudo verse en la Sección Oficial de Cortometrajes Documentales, Juanjo Rueda regresa, después de Litoral, a la narración en primera persona. En este caso, amplía el encuadre y aborda una serie de episodios familiares acontecidos mayormente durante su infancia. La excusa, o la oportunidad de este regreso al pasado, viene propiciada por la supuesta despedida, casi forzosa, de la casa donde el cineasta vivió hasta los diez años. El cortometraje se estructura en tres capítulos, oscilando entre el diario personal, el retrato de la generación de los padres del director y la meditación acerca de la pérdida. En su dimensión memorística, Caballo de espuma se topa con las limitaciones que puede imponer la cercanía extrema al objeto de estudio –una cierta falta de definición, cuando la mezcla de recuerdos nubla el objetivo del film–; sin embargo, Rueda halla el rumbo cuando propone conectar el discurso sobre el pasado con unos deseos futuros. Para ello, flirtea con ciertos toques de surrealismo y humor que apuntan hacia nuevas áreas expresivas que quizá marquen el camino hacia próximos proyectos.

“El sembrador de estrellas”.

Por último, desde una perspectiva mística y más cercana a lo sensorial, el cortometraje El sembrador de estrellas, de Lois Patiño (director de Costa da morte, Lúa vermella y Sycorax, entre otros trabajos), reúne de nuevo los elementos característicos del trabajo de puesta en escena del cineasta gallego: planos fijos que invitan a la contemplación, apoyados en un guion que resuena por sus líneas breves y sugerentes. Y aquí es la palabra, precisamente, la que ofrece un contrapunto a la negrura de la noche y ejerce como antorcha en mitad del miedo a la oscuridad. En paralelo al acercamiento sensible a las luces de la ciudad de Tokio, que fluyen por la pantalla generando una coreografía de efecto hipnótico, la lectura en off de textos de diversos autores (Borges, Beckett, Victor Hugo, Sontag, Machado…) alimentan una atmósfera onírica que invitan a cruzar la puerta hacia otras dimensiones.