Manu Yáñez

Transitando por el circuito internacional de festivales de cine, uno se acostumbra a encontrar películas que, más allá de la aridez de sus propuestas formales, resultan relativamente sencilla de leer. Los códigos se repiten, las propuestas ganadoras devienen fórmulas a seguir, las plataformas para la producción erigidas por los festivales (que responden a intereses artísticos pero también industriales) favorecen el establecimiento de patrones estilísticos. En este contexto, las películas capaces de romper con las tendencias predominantes son raras avis, placeres excepcionales. En el pasado Festival REC de Tarragona, tuve la suerte de gozar con dos de estos descubrimientos singulares: Don’t Look at Me That Way, de la directora germano-mongola Uisenma Borchu, y Los héroes del mal de Zoe Berriatúa.

El primero de los retos que propone al espectador Don’t Look at Me That Way consiste en buscar la forma de relacionarse con una película protagonizada por unos personajes marcadamente antipáticos: una mujer que vive con dificultad la maternidad (cuando de noche su hija reclama su atención, le pone un CD con cuentos mientras ella retoza con su novio) y su vecina, una diva cool y caprichosa que hace gala de un narcisismo de altura. El dúo iniciará un romance lésbico e intercultural que irá poniendo al descubierto las flaquezas de la madre y la esporádica generosidad de la vecina (interpretada por la propia directora del film), aunque un giro inesperado llevará este vínculo entre mujeres hacia un misterioso pozo de rencor y maldad.

Como ya se apunta desde el título, Don’t Look at Me That Way interpela directamente a los prejuicios del espectador: la figura de la mujer liberada y agresiva transgrede de forma evidente los roles de género tradicionales. En este sentido, gran parte de la película juguetea con un tipo de provocación y exhibicionismo algo forzados –que remiten al naturalismo crudo de los films verité de Lars von Trier (de Rompiendo las olas a Dogvile, pasando por Los idiotas)–, sin embargo, la audacia del tercer acto otorga a la obra una nueva dimensión. Primero, a través del emocionante recitado de un poema de Bertolt Brecht que alumbra una serena reflexión sobre los enigmas de la memoria, el amor y el deseo. Y luego, mediante un arrebato de violencia que desfigura el realismo de la propuesta, revelando un interés por la representación del deseo que conecta con ciertas estrategias del noir clásico, en la línea de títulos de Fritz Lang como La mujer del cuadro o Perversidad.

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Don’t Look at Me That Way no fue la única película del REC que supo trascender los códigos del realismo para conquistar una emotividad exaltada. Los héroes del mal de Zoe Berriatúa vampiriza ciertos códigos del cine costumbrista español (ecos de la escritura de Fernando León de Aranoa) y de la teen movie para luego desbocarse en un convincente tour de force melodramático. Protagonizada por tres adolescentes (dos chicos y una chica) que ponen en escena lo que podría ser una versión marginal y maldita de Jules y Jim, la ópera prima de Berriatúa se sitúa en las antípodas del “realismo tímido” sobre el que teorizó Àngel Quintana: contra el confort del espectador, la película apuesta por la desazón y la incomodidad, aunque nunca de forma gratuita.

En su exploración de la violencia y la angustia existencial, Los héroes del mal no se escuda en las simplistas explicaciones de orden psicológico: los traumas funcionan más como espejismos que como motores de la narración. Los personajes no viven ajenos a las dinámicas sociales –el arranque dibuja una primorosa danza macabra sobre el funcionamiento de una clase de instituto–, pero sus acciones no son sólo una respuesta al bullying o a la adicción a las drogas. Estas lacras están muy presentes en Los héroes del mal, pero las razones últimas de los saltos mortales de la trama residen en la lógica inquebrantable de los personajes y el relato. Con una interpretación libre de los géneros cinematográficos que hace pensar en el cine de Almodóvar o en las últimas películas de Xavier Dolan, esta película emotiva y demoledora, tierna y salvaje, nunca esconde sus cartas y se atreve a llevar hasta las últimas consecuencias sus arriesgada aproximación a la cara más oscura y trágica de la naturaleza humana.