Es una pena que Alfred Hitchcock haya pasado a la historia del cine reducido a su capacidad de manejar los tiempos y la información para construir eso llamado “suspense”, que no es sino el control de las emociones del espectador a través de la dosificación de los datos y la dilatación del tiempo (en esencia). Y es una pena, porque si por algo debería ser recordado Hitchcock es más bien por su capacidad de construir películas que son ante todo artefactos audiovisuales, antes que narrativos. Bien es conocida la afición del británico por basar sus películas en malas novelas, para que la historia no se impusiera a la parte visual, y tuviera la libertad suficiente para generar obras puramente cinematográficas, despegadas lo más posible de lo literario. El propio realizador lo reconocía así: “En Psicosis, el argumento me importa poco, los personajes me importan poco; lo que me importa es que la unión de los trozos de la película, la fotografía, la banda sonora y todo lo que es puramente técnico consigan hacer gritar al público”. Así y todo, en esa declaración el propio realizador parece menospreciar

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