Alberto Richart (Bruselas)
Elegir lo mejor del cine europeo estrenado cada año dista mucho de ser una tarea fácil. La multitud de voces que congregan las secciones oficiales de festivales como Cannes, Berlín o Venecia habla por sí misma de una diversidad cultural inasible, imposible de reducir a unos cuantos adjetivos que determinen la experiencia de vivir, estar y corresponder a Europa. Para intentar acotar el radio de acción, podríamos atender a la labor del Parlamento Europeo, cuyas políticas abogan por un cine capaz de incentivar el debate público y medir el pulso a los desafíos sociales contemporáneos. Según Evelyn Regner, vicepresidenta de la institución, el cine europeo establece “un puente entre la política y la cultura”, e incluso “consigue llegar donde la política a veces no llega”. Con este patrón en mente, el Lux Audience Award (Premio LUX del Público), que el Parlamento Europeo otorga a los creadores desde 2007, convoca un muestrario fílmico que pretende reflejar un imaginario propio. En la edición de 2023, las cinco películas nominadas celebraban precisamente esa variedad de miradas y tonos, coincidiendo también en una propuesta de debate sobre la amenaza que supone para diferentes grupos en peligro de exclusión el surgimiento de movimientos ultraconservadores.
El pasado 27 de junio, tras una deliberación que acogió el Parlamento Europeo en Bruselas, se decidió que el Premio LUX –y su trofeo plateado con forma de Torre de Babel– debía quedarse en casa. La cinta Close, del belga Lukas Dhont, fue finalmente la premiada, para escasa sorpresa del público y los periodistas allí presentes. Además de partir como una de las grandes favoritas, tras el Gran Premio del Jurado logrado en Cannes, el boicot que sufrió el film en el Sofia Pride Film Festival –donde grupos de odio fotografiaron a espectadores a la salida de las proyecciones– pudieron inclinar la balanza a su favor. De hecho, en la rueda de prensa de aceptación del premio, Dhont no pudo evitar emocionarse al ser preguntado por los incidentes en Bulgaria. “Me sentí responsable por la seguridad de los espectadores”, lamentó el director de Girl. Acompañado por su coguionista, Angelo Tijssens, Dhont declaró que, “cuando pensamos la película, había una ira por algo que sentíamos que no estaba bien. Pero cuando creamos, no lo hacemos desde esa furia”. Así, pese a reivindicar la ternura desde la que se realizó Close, Dhont hizo alusión a los intentos de la extrema derecha por boicotear las iniciativas queer en países como Italia y Hungría, y quiso dedicar el premio a las generaciones jóvenes que, pese a los obstáculos, intentan ser fieles a sí mismas.
En todo caso, Close trasciende el debate sobre una sexualidad y una identidad de género libre, y extiende su discurso al déficit de una educación emocional y a la escasa atención que se presta a la salud mental. Mediante el retrato de la complicidad lúdica y sensorial entre los preadolescentes Léo (Eden Dambrine) y Rémy (Gustav de Waele), Closemanifiesta una postura cuyo supuesto radicalismo no hace más que evidenciar la vigencia de un conservadurismo enquistado en las imposiciones que prevalecen sobre la idea de masculinidad.
Linchamiento inherente. Otras de las películas nominadas al Premio LUX, la turca Burning days de Emin Alper, también sitúa su foco sobre el juicio a la otredad. En este caso, el film adopta los códigos del género policíaco y aborda la corrupción política en una localidad remota de Turquía, que pasa por grandes estragos debido a la falta de agua potable. El trabajo de Alper, seleccionado en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes, sitúa a Emre (Selahattin Pasali), un joven fiscal, en una ciudad que se le antoja violenta, donde todas las miradas están puestas en él. Pronto, el protagonista descubre que ciertas esferas políticas tienen acceso libre al agua, y que podrían haberle tendido una trampa. Emre es señalado como culpable de un caso de violación, así como de mantener una relación homosexual con un periodista de la región (Ekin Koç, presente junto a Alper en la ceremonia de entrega del premio).
El significativo plano final del film obliga al protagonista y su supuesto amante a transitar la oscuridad, separados del resto de los ciudadanos que les persiguen en la noche. “Se trata de una llamada a la acción ante la corrupción y el desprecio a los derechos humanos”, comentó Alper, quien en la presentación de la película también señaló la dimensión global del problema de la puesta en marcha de políticas anti-LGTBIQ+. Dicho esto, llama la atención que, en Burning days, escaseen las referencias a la orientación sexual del personaje de Koç. A diferencia de lo que ocurre en la industria televisiva turca (que exporta su castidad a miles de cadenas de todo el mundo), Alper sostuvo que, pese a que no existe una censura abierta en su país, las circunstancias llevan a la autocensura. En su discurso, el cineasta recordó que el Ministerio de Cultura turco había exigido, por primera vez en la historia, la devolución de la financiación del proyecto ante un cambio del guion, que incorporaba el tema queer a la obra.
Realidad e imaginación. A modo de revulsivo, la película Fuego fatuo, del portugués João Pedro Rodrigues, imagina una figura monárquica disidente, enajenada por los privilegios propios de su clase social, y con una consciencia medioambiental poco convencional. Seleccionada en la Quincena de los Cineastas del Festival de Cannes, el film podría catalogarse como una utopía que tiene lugar en los parámetros de una “fantasía musical”, como define el propio Rodrigues. En ella, el heredero a la corona, Alfredo (Mauro da Costa), reafirma su identidad a través de danzas y momentos de contacto homoerótico en el seno de un cuerpo de bomberos. Rodrigues admitió ser el primer sorprendido al ver su película entre las candidatas al Premio LUX. El carácter realista de la mayoría de sus competidoras choca de bruces con una historia artificiosa y extravagante, un constructo del director sobre una combinación de momentos musicales que abarcan desde el fado hasta las coreografías inspiradas en el estilo clásico de Busby Berkeley.
“Me interesa utilizar la idea de los géneros para hacer algo mío”, confiaba Rodrigues en una entrevista privada, antes de señalar que su inspiración suele proceder de alguna particularidad del plano realista, como los gestos de socorrismo que practican los personajes y que dan pie a la secuencia de baile en el garaje de la sede de bomberos. “Me gusta este camino desde la realidad codificada para crear la fantasía. Es la manera en la que transitas de lo real a lo imaginario. Yo siempre coreografío mucho los gestos de los actores. Mis películas son muy dirigidas y la imagen está fabricada por mí mismo”. En el juego con los códigos de la comedia absurda y el compromiso medioambiental, Rodrigues elabora una práctica de entendimiento de la identidad, en la que “sus personajes siempre están incómodos con su propia verdad”, y establece el tono musical “como una celebración de la diversidad”.
La futilidad del privilegio. Llama la atención que los personajes más privilegiados de la obra de Rodrigues estén enmarcados en un entorno idealizado. Así parecen estarlo también los influencers y pasajeros de alto caché del crucero que zarpa los mares de la satírica El triángulo de la tristeza. En representación del sueco Ruben Östlund, la actriz Sunnyi Melles señaló el interés del director de Fuerza mayor por no juzgar a sus criaturas, sino permitir que la crítica se conforme en la mente del espectador. “Estamos en su mismo universo”, explicaba la actriz en un tono conciliador, defendiendo la película como un espejo en el que observar lo mucho que se parecen “los núcleos” de cada persona. El triángulo de las Bermudas planteado por Östlund convierte la travesía de ensueño de unos cuantos ricachones en un festín de decoros perdidos, máscaras levantadas y lucha de clases.
Aunque Östlund doblegue el “todos somos iguales” para revelar que los de más abajo también desean subir a lo alto, la reflexión sobre la futilidad del privilegio de El triángulo de la tristeza cala fuerte, especialmente en tiempos de turismo submarino de lujo para ver los restos de un barco naufragado. Los medios de comunicación han copado el espacio con noticias que bien podrían figurar entre la filmografía sarcástica del director sueco.
El cine de lo pequeño. En la senda de la crítica social y política transita la más naturalista Alcarràs, de Carla Simón, la última de las nominadas al Premio LUX. La película genera toda una denuncia, desde el plano más íntimo de un clan de agricultores de Lleida a la implantación de recursos de energías renovables sin tener en cuenta la protección de las tierras de cultivo ni a los pequeños empresarios y familias que viven de ello. La directora catalana aprovechó sus momentos frente al publico para comparar su cine con el lento proceso de una cosecha: algo delicado y trabajado de forma respetuosa. “Lo pequeño está en peligro”, mencionaba Simón, en referencia a los terribles cambios climáticos y políticos que obstaculizan las cosechas, pero también a un cine independiente como Alcarràs, que necesitó financiación italiana, además de la española, para poder recolectar sabrosos frutos como lo fue aquel Oso de Oro a la mejor película en Berlín. En las palabras de Simón podía reflejarse todo un cine europeo más desprotegido, de cocción calmada, pero de enormes resultados.
La mirada establecida sobre lo minoritario en la selección fílmica del Parlamento Europeo busca incentivar una calidad de vida basada en el respeto y los cuidados ajenos. Esa producción “en pequeño” que defendía Simón no solo integra un proceso creativo que parte de una idea, una sensación o una incomodidad. Lo mínimo también habla de lo local, de las cercanías entre los cuerpos, entre los grupos o entre las naciones. Que la selección de cinco películas sirva para comprender mejor las grietas de nuestro sistema ilustra lo fértil que puede ser el diálogo entre el cine y la política, también la institucional.