Jaime Lapaz (Festival Americana, Barcelona)

En su libro Fueras de serie. Por qué unas personas tienen éxito y otras no (2008), Malcolm Gladwell se preguntaba acerca de las claves del triunfo. Tras estudiar varios ejemplos (Mozart y sus composiciones más tempranas, los Beatles y sus dos años actuando en Hamburgo antes de arrasar en The Cavern), el escritor y sociólogo canadiense llegaba a la conclusión de que eran necesarias 10.000 horas para alcanzar la maestría en cualquier materia. Lo de siempre: la suerte es de todos, pero el éxito es para quienes trabajan. En La aspirante –ópera prima de Lauren Hadaway, película de inauguración del Americana Film Festival y gran estreno de la semana en la plataforma Filmin–, no es un gurú de la autoayuda quien repite el mantra de las 10.000 horas, sino el entrenador de un equipo de remo universitario que intenta inculcar la ley del esfuerzo entre sus nuevas pupilas, junto al valor de la paciencia, la tranquilidad de que todo llegará. Pero, ¿y si la cultura del work hard fuese puro veneno? ¿Y si, en lugar de una fuente de motivación, la figuración de grandes metas fuese, a la práctica, un polvorín de angustia? ¿Y si las formas de la autoayuda, con sus competiciones contra el tiempo y la búsqueda de los límites de la propia capacidad, escondieran en realidad una serie de mecanismos para el autosabotaje?

Mediante su acercamiento a las vivencias de una joven que entra en el mundo del remo como novata, La aspirante aborda el fenómeno de la cultura del éxito desde una perspectiva crítica. El trabajo de Hadaway –que cuenta con una larga trayectoria como editora de sonido, en films como Pacific Rim, Los odiosos ocho o Liga de la justicia– dota a la película de un verismo que emana de un conocimiento profundo del material narrativo: la directora formó parte de un equipo de remo en sus años universitarios. Desde sus primeros compases, la película construye su fustigante discurso con coherencia. Así, conocemos a la protagonista, Alex Dall (Isabelle Fuhrman), en plena carrera: ha exprimido las dos horas que duraba un examen, con la intención de lograr un resultado excelso, y ahora corre para no llegar tarde al primer entrenamiento del equipo de remo. Las de La aspirante no tienen nada que ver con las extáticas carreras de Alana Haim en Licorize Pizza, ni tampoco con el trote enamoradizo de Renate Reinsve en La peor persona del mundo. A Alex la propulsa un furor angustioso: corre contra el tiempo, corre hacia el éxito. Este ímpetu violento, endiablado, se traslada al trabajo de puesta en escena de Hadaway. Las idas y venidas de Alex sobre la máquina de remo están rodadas con la misma agresividad cinética que empleó Damien Chazelle para energizar los baquetazos de Miles Teller en Whiplash. De hecho, habiendo trabajado como sound editor del film de Chazelle, no sorprende que Hadaway despliegue sobre La aspirante un perturbador montaje de sonido, apoyado en la repetición y la estridencia.

Seguimos con la banda de sonido: Hadaway decide aliñar su selección musical con golden oldies románticos de Brenda Lee o Donnie Myles & The Dukes, y así se perfila una lectura alegórica de la pasión de la protagonista por el deporte del remo, como si se tratara de una tormentosa relación de amor. En cuanto al ritmo de navegación, La aspirante tiene sus problemas: en su perpetua carrera a contrarreloj, el film desdibuja algunas tramas secundarias y dificulta la asimilación de ciertos giros. Aunque, esta aparente tendencia a la precipitación, al gesto irracional, puede leerse también como la forma más idónea de dar forma al retrato interiorizado de una conflictiva transición de la adolescencia a la edad adulta, con las responsabilidades que conllevan este gran paso. Los actos tienen consecuencias: la entrega del personaje a un objetivo ambicioso trae consigo el sacrificio de las pequeñas cosas. Además, llevada al extremo, la persecución de una meta elevada puede conllevar una alarmante renuncia a la salud, tanto mental como física. La analogía “a la Eiseintein” que Hadaway construye a través del montaje, equiparando a Alex con un cangrejo, debe leerse en clave contemporánea como una llamada de alerta sobre los pasos atrás en el campo de la salud mental que conlleva un modelo social asentado sobre el exitismo de raíz capitalista. En todo caso, La aspirante no renuncia a un discurso cuya ambivalencia vuelve a traer a la mente el cine de Chazelle: ¿Hay verdaderamente algún lugar para la paz en la experiencia de Alex y en el discurso fílmico de Hadaway?