Cuando el brasileño Júlio Bressane pisó el Festival de Locarno para presentar Beduino en el año 2016, el veterano cineasta tenía un mensaje en mente y mucha energía para difundirlo. A su parecer, el cine había muerto, y lo había hecho a causa de la mediocridad generalizada de nuestros tiempos. Preguntado por posibles soluciones a tan lamentable panorama, el director de A Erva do Rato se limitó a encogerse de hombros y a reafirmarse en el Apocalipsis. “Nada”, dijo, “no podemos hacer nada”. Su reaparición en la edición de 2018 del certamen suizo, para presentar Seduçao da carne, fue mucho más comedida y conciliadora. Ahora, Bressane afirmaba traer una película simplemente para “experimentar; para sentir”. Dos años después, ¿habría mejorado el mundo? ¿Habría resucitado el séptimo arte? Tras la primera proyección en Locarno de Seduçao da carne, Bressane volvió a arremeter contra los pocos estímulos que, según él, ofrece nuestra época. Clamó contra el cielo de forma más calmada, pero clamó. Sobre todo a través de su película.

En Sedução da carne, la muerte vuelve a reclamar su cuota de protagonismo. Un hombre agarra una cámara (digital) y empieza a recorrer el mundo. Una serie de tomas de bosques alpinos nos llevan, al poco rato, a una playa remota. Ambos lugares están conectados por la mirada de quien los mira… alguien preocupado, esencialmente, de filmarse a sí mismo. Cuando el cine parece que le está cogiendo el gusto al (discutible) arte del selfie, una bandada de pájaros ataca a la cámara y entonces cesa la filmación. Corte y vuelta a un lugar familiar dentro del universo bressaniano: espacio negro, mínimo, teatral, llenado por una mesa, una silla y una jaula. Del estudio del egocentrismo al cine de la representación: una mujer, un plato de carne cruda (evidente metáfora visual de la propuesta artística de este autor) y un papagayo. A la postre, una aproximación a la perversión de la naturaleza, o la rescisión del contrato de respeto que debía unir a las personas con el mundo que las envuelve.

En éstas que Bressane resucita un puñado de grabaciones del mismísimo Georges Franju. Pequeños clips en blanco y negro que nos llevan al horror de los mataderos. Ahí donde los animales van a morir de forma indigna, descuartizados y trinchados ad eternum. Violencia en blanco y negro que es correspondida con el truco más simple, y quizás por ello, efectivo: volvemos a esa sala, con esa mujer, con ese pájaro y con ese filete… y todo ha cambiado. Nuestra percepción (y juicio) de cada elemento, así como de las relaciones que les unen, pasan ahora por la imagen emborronada de un velo negro que lo recubre todo. Se tapa el objetivo de la cámara y despierta con ello la conciencia. Muerte, sexo, Thanatos llama a Eros, y éste, a la región salvaje que late en nuestro interior. La mujer y el papagayo advierten que no son más que carne, de modo que se seducen y se dedican a darse mutuas alegrías al cuerpo. Si la civilización nos llevó a lo que apuntaba el prólogo y a lo que ya descubría Franju, entonces lo mejor es volver atrás, a ese estado primitivo que tan bien casa con el cine de Bressane. Al final, la película decide enloquecer porque locos están los tiempos que la han visto crecer. No es mediocridad, es carroña, parece decir ahora el artista brasileño.

Ver Seduçao da carne en MUBI