El estreno en salas españolas de una película del cineasta experimental austriaco Gustav Deutsch, uno de los popes del cine de vanguardia europeo, pasó, cómo no, sin pena ni gloria por nuestro panorama crítico y periodístico. Reconocido por su serie Film ist., en la que Deutsch disecciona desde hace años las convenciones del lenguaje cinematográfico (montaje, movimiento, luz, encuadre) para reducirlas a meros tropos sin significado, susceptibles de ser manipulado, se aventuró con esta película en una apuesta cuando menos arriesgada: convertir en tableaux vivants los cuadros de Edward Hopper, a los que la crítica perezosa siempre califica de “cinematográficos”. La apuesta de convertir en cine lo que muchos creen que ya era cine sirve para explorar los intersticios de ambos artes, el tiempo, la puesta en escena, la luz cambiante, y sobre todo, el trabajo con el cuerpo, el estatismo y la contención de una actriz, Stephanie Cumming, convertida en nada más y nada menos que una modelo, en la mejor de las acepciones del término. GdPA

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