Víctor Esquirol (Festival Punto de Vista)

¿Cuánto tiempo cabe en 43 minutos de película? Bicentenario de Pablo Álvarez-Mesa nos lleva desde la disolución del Virreinato de la Nueva Granada hasta el presente. Así, el film rememora y reflexiona, en clave fantasmagórica, invocando el espíritu de Simón Bolívar, figura clave en la emancipación colonial sudamericana. Doscientos años después de que Colombia conquistara su independencia, Álvarez-Mesa documenta los actos conmemorativos de dicha efeméride, pero también recorre algunos de los puntos geográficos clave para entender este proceso de liberación. Solo que donde unos ven una serie de episodios históricos de interés general, otros prefieren sentir el fervor de un peregrinaje de halo religioso. De repente la pantalla se cubre con un velo anaranjado, poco translúcido. Un sonido que parece ser de campanas tibetanas se combina con la voz en off de una médium que susurra una súplica dirigida a un líder que debe volver para guiar a su rebaño descarriado. Algo se mueve detrás del naranja opaco, podría ser el propio Bolívar. Bicentenario suspende al espectador en un misterio que estalla en desconcierto y que dibuja un viaje al pasado.

Ahora nos encontramos en Bogotá, el 6 de noviembre de 1985, en el costado norte de la Plaza Bolívar. Las cámaras de todos los canales de televisión, incluso las de los video-aficionados, ponen toda su atención en un Palacio de Justicia sitiado. Un edificio gubernamental que ha sido tomado por unas fuerzas armadas. Es la Operación Antonio Nariño por los Derechos del Hombre, que enfrentó a las tropas del Estado con el comando Iván Marino Ospina, y que se saldó con más de cien muertos. Álvarez-Mesa rememora aquel asalto combinando filmaciones televisivas y amateurs, noticia y verdad. Un tanque abre fuego contra las inmensas puertas de los juzgados de la capital colombiana. A pocos metros, un hombre se entretiene dando de comer a una bandada de palomas que acuden al banquete sin preocuparse por el caos circundante. Esta indiferencia ante la violencia revela una convivencia permanente con la misma.

De un modo similar al empleado por Luis López Carrasco en El año del descubrimiento, Bicentenario juega con la filmación añeja de un presente marcado por el pasado. Las tensiones de ayer marcan las imágenes de hoy, por obra y gracia de una historia oficial encallada que celebra, sin rubor alguno, una violencia que solo se condena de cara a la galería. La hipocresía satura una ecuación que no cuadra. Y en estas se encuentra la nación de Álvarez-Mesa, en una encrucijada de la que parece que solo se puede salir con recursos fantásticos, mágicos. Es el hechizo de la iconoclastia, que debe ayudarnos a superar el aletargamiento de la irreverencia. La voz sigue llamando a Simón Bolívar, pero a lo mejor no para convocarle, sino más bien para exorcizarlo.

En un proceso similar, aunque desde una óptica mucho más intimista, se enfrasca el londinense Morgan Quaintance en Surviving You, Always, cortometraje en el que una serie de imágenes estáticas adquieren un dinamismo inusitado. La cámara contempla durante unos minutos una instantánea, mientras unos subtítulos perfilan un contexto espacial, temporal y situacional. Al mismo tiempo, una voz en off se explaya acerca de los inescrutables caminos de la conciencia, las reacciones del cerebro ante el efecto de las drogas, los procesos químicos que dan forma a sentimientos y vínculos afectivos. Del mismo modo, la música clásica de Franz Schubert baila con el punk rock de los Saccharine Trust. El efecto resultante de esta superposición de discursos no dista demasiado del que nos hicieron experimentar Pendleton Ward y Duncan Trussell en The Midnight Gospel, serie de animación que creaba universos psicodélicos con los que “ilustrar”, con absoluta libertad, unas charlas en formato podcast. Aunque el tono humorístico de la serie de Netflix contrasta con la amarga meditación que propone Survivign You, Always acerca del desenfreno juvenil. Como ya hiciera Joanna Hogg en The Souvenir, Quaintance vuelve a ese pasado al que es difícil mirar a la cara, no solo por su agitación, sino más bien por las heridas que dejó abiertas. En este sentido, Surviving You, Always funciona a la manera de una terapia de shock.

La nostalgia que despierta esta película no llama a la añoranza, sino a la melancolía; al lamento de aquello que se quebró, de aquellos que se perdieron por el camino. Pero este dolor tiene que servir, en última instancia, para hacer las paces con el pasado. Con unos traumas que hay que abordar por los flancos, pues el choque frontal con ellos aún podría destruirnos. Y ahí están esos estímulos sensoriales que se mueven, cada uno, en la dirección que quiere, y que por ende invocan una dispersión en la formulación del relato (porque por mucho que los subtítulos y las voces digan que van por libre, en realidad se deben a la misma historia). Como si fuera imposible centrarse en un solo recuerdo, como si se tuviera que recurrir a otro, igualmente desgarrador, para seguir huyendo. Es el miedo que produce el reflejo de quienes éramos, una visión a veces tan insoportable que debe ser confrontada a través de rutas alternativas.