Hay un momento en Sollers Point donde se asegura que las acciones son un espejo del carácter. Consecuentemente, a lo largo de sus cien minutos de metraje, el director Matt Porterfield (Putty Hill, I Used to Be Darker), en un acto de generosidad, se concentra en observar las acciones de sus personajes en detrimento de un acercamiento basado en el enjuiciamiento de sus conductas. La película comienza con Keith (McCaul Lombardi), que ha pasado nueve meses en casa bajo arresto domiciliario. En una bella elipsis, Keith recupera su libertad, pero sus acciones a partir de ese instante reflejarán más un viaje de ida y vuelta que un escape. Uno de los grandes aciertos de Sollers Point es que, pese a poder salir de casa, nunca deja de estar presente la idea de que el protagonista sigue encerrado. Hay un deambular constante por la ciudad en el que visitamos el pasado de su protagonista, su presente e incluso sus posibilidades de futuro frustrado, pero pese a todos esos encuentros siempre da la sensación de que estamos asistiendo a una repetición de errores ya cometidos. Si antes Keith no podía salir de casa, ahora entendemos que tampoco puede escapar de un Baltimore que se ha acostumbrado a vivir sin él pero que, al mismo tiempo, no le permite el abandono. Endika Rey

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