En su trayectoria como cineasta de ficción y documentales, Werner Herzog siempre ha sentido una atracción por lo desconocido, como demuestran a la perfección películas como Aguirre, la cólera de Dios o La Soufrière. Obras que perfilaban odiseas que trascendían el ámbito de la propia ficción y se extendían a la propia (y en ocasiones tormentosa) realización del film. Hace una década, con The Wild Blue Yonder, el director de Grizzly Man demostró que le bastaban unas hipnóticas imágenes de archivo, un actor de primera clase y una imaginación desbordante para plantear una monumental fábula multiplanetaria. Cabe apuntar también que estamos ante una comedia posmoderna de altos vuelos, de aquellas que persiguen al asombro y el desconcierto más allá de la pura carcajada. Brad Dourif (Deadwood, El señor de los anillos) interpreta aquí a un alienígena gruñón y desconsolado que, desde su patético enclave en la Tierra, nos relata su viaje desde un planeta de la galaxia Andrómeda. Por su parte, Herzog, en plan flautista de Hamelín, embauca al espectador utilizando imágenes de paisajes subacuáticos de la Antártida –tomadas por la NASA– para llevarnos hasta el espacio exterior. Cerrando en cierto modo el círculo de toda la trayectoria cinematográfica de Herzog, The Wild Blue Yonder se erige en un ensayo sobre la conquista de lo desconocido: tierras lejanas, parajes imaginarios, exóticos cruces genéricos (comedia, ciencia ficción y drama crepuscular) y alucinantes propuestas audiovisuales.

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