Con una contención nórdica ya conocida, el noruego Joachim Trier aborda en Thelma el tortuoso camino de una joven de mismo nombre hacia la emancipación (o liberación, según se mire). Thelma (Eili Harboe) proviene de un hogar muy estricto y cerrado, un ambiente claustrofóbico que comparte con sus padres. Cuando ingrese en la Universidad en Oslo, el nuevo entorno se presentará como algo nuevo, vasto e inexplorado. Un lugar donde su propia personalidad, sus sentimientos y, en especial, su sexualidad, hasta entonces reprimidos, podrán salir a la luz. Pero tal sentimiento de libertad es rápidamente refrenado por una culpa inherente en ella desde ese trauma original que abre el film, y eso es detonante de unos arrebatos epilépticos con gran carga subconsciente, que desatan algo mucho mayor y más peligroso en el interior de la joven. La cinta da un giro en ese momento, pasando de un posible coming of age con tintes de drama a un film de terror sobrenatural de potente imaginario. La naturaleza de su argumento, desde la contención que mencionaba al principio hasta el propio entorno gélido que lo enmarca, la convierte en algo parecido a esa “Carrie bajo cero” con que muy elocuentemente subtitulaba el crítico Sergi Sánchez su comentario del film. No es baladí que en el Festival de Sitges de 2017 se hiciera con los Premios Especial del Jurado y a Mejor Guión. Júlia Gaitano

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