Alberto Richart (L’Alternativa)

Al comienzo, reina la oscuridad. Poco a poco, pequeñas chispas de luz van apareciendo en pantalla, escupidas desde un volcán que va ganando fuerza e intensidad. El negro da paso al rojo, al amarillo y al dorado candente de una lava destructora, en cuya condición también viene implícita su capacidad de cambiar el paisaje, renovarlo, crearlo desde cero. La última etapa del Festival de Cinema Independent de Barcelona (L’Alternativa) de este año ha quedado demarcada por el alumbramiento, literal y figurado, de una vida que puede llegar a ser poderosa, corrosiva, dolorosa o benefactora. Una vida que, a fin de cuentas, parece imponerse sobre el miedo a la muerte o el vacío en la imagen.

Entre la tragedia social y la fascinación por la espectacularidad del desastre natural, navega el documental Un volcán habitado, dirigido por los canarios Jose Víctor Fuentes y David Pantaleón, presentado en la Sección Oficial. Desde la quietud de su primera secuencia, ya se conectan conceptos de peligrosidad y espectáculo que podrían ser más próximos de lo que podríamos imaginar. Las imágenes, captadas in situ por ambos cineastas en 2021, cuando el volcán de la isla de La Palma se mantenía en activo durante casi tres meses, transmiten el impacto y la atracción que generó el fenómeno geológico en los ciudadanos de la zona. Si hay un extraño placer primitivo en la contemplación del fuego, también debió haberlo en la observación de la marabunta anaranjada que protagoniza esta crónica de un desastre dilatado en el tiempo.

Lo escabroso del espanto colectivo, marcado por el sepultamiento de casas, cosechas y otras formas de vida, reluce en el documental como una imposibilidad de escape. El sonido forma parte esencial del relato de Fuentes y Pantaleón, en cuanto que el ruido del volcán opera como una presencia espectral y permanente a lo largo de casi todo el metraje. Sobre ese ruido de fondo, unos mensajes de audio entre unos amigos que se comunican desde distintas zonas del territorio complementan la experiencia del horror, pero también dibujan una oda a la amistad fraternal. Así, Un volcán habitado se erige como un alucinante y calmado documento en primera persona, que contrarresta las apocalípticas imágenes, la negatividad y el amarillismo con el que los medios de comunicación cubrieron la noticia. El plano de un par de caballos pastando, ajenos a la explosión que acontece al fondo del paisaje, o la intervención de una anciana que teje apaciblemente en su casa, mientras el caos se levanta en una humareda desde su ventana, da buena cuenta de las incongruencias entre el relato periodístico y la experiencia humana.

Si Fuentes y Pantaleón se movilizaron al lugar de los hechos, la alcoyana Laura García Pérez hace lo propio en dirección al trauma. La joven se empeña en conducir rumbo al recuerdo de infancia, y no teme levantar asperezas personales en su película, Soc filla de ma mare, que es, a su vez, la estupenda reconstrucción de un diario de páginas arrancadas y una terapia personal sobre las grietas familiares. La ópera prima de García Pérez, que competía en la Sección Oficial del festival, surge de una necesidad imperiosa: la de reconstruir la identidad de su padre, a quien hace diez años que no ve, y cuya separación de su madre y consecuente abandono familiar todavía pesa sobre los hombros de las dos mujeres. Para ello, la directora hace uso del tránsito entre diferentes formatos, desde el material fotográfico y escrito que hereda del pasado, hasta vídeos analógicos y digitales que aluden al presente. Con su ejecución y su presencia en pantalla, García Pérez derrocha una emoción profunda y una intuición apabullante, proponiendo interesantes juegos semióticos en los que conceptos como memoria o imaginación se confunden por unos instantes.

En algún momento de esta original bitácora, se podría hablar incluso de una coautoría. García Pérez, anhelante de que su madre la filme como cuando lo hacía en el pasado, delega en ella su cámara para que grabe a su antojo. Las imágenes que firma la mujer consisten en zooms y planos cerrados sobre el rostro de la cineasta, como si no quisiera perder, una vez más en su vida, la fisicidad de la otra persona. Peca de lo mismo la hija, quien deja grabado para la posteridad todos los afectos que nunca desearía olvidar. Soc filla de ma mare también graba ese salto generacional entre madre e hija, pues habla de toda una nueva descendencia que no tiene miedo a encarar los problemas, traer la psicología a la primera línea del diálogo y devolverle la relevancia a la salud mental.

Los abrazos de García Pérez a su madre, o las secuencias de alumbramientos en Notre corps, la cinta internacional de Claire Simon ganadora de la Sección Oficial del festival, podrían atestiguar la idea de la epifanía fílmica. La posibilidad de presenciar el parto y los primeros minutos de vida de un bebé, tan crudos como reales, conducen Notre corps hacia un universo emocional muy puro. La infatigable cineasta francesa espía consentidamente las consultas de múltiples pacientes del área de ginecología en un hospital de París. Lo hace en un sentido ordenado y cronológico, según demarcaría las diferentes etapas vitales, de manera que primero presenta a personas recientemente inseminadas, para posteriormente conocer todo tipo de casos de transición de género, reproducción asistida, intervenciones quirúrgicas, menopausias y malformaciones.

Si por algo ha sido valorada la película de Simon es por volverse cada vez más personal (la propia cineasta se convierte en una de las pacientes), traspasando así con su relato una intimidad colectiva que cristaliza como política. Sin embargo, el corazón de la propuesta, que hace de la acumulación de historias anónimas su seña de identidad, radica en el reconocimiento de la labor médica, cargada de tecnicismos y duras decisiones sobre cuerpos ajenos. El documental de Simon respira con vida propia, mantiene el latido de un recién nacido, y muere en una reivindicación sincera de la sanidad pública y de la dignidad en el trato con el paciente.

De lo celular a la comunidad y del primer genoma a la formación de un ser humano, Simon trata de abarcar todos los espectros posibles para dar forma, escapando de la sensiblería fácil, a un retablo de la ciencia más conectada a la feminidad y la vida. Una de sus últimas secuencias, la de una anciana que escucha por primera vez cuál será su doloroso destino, termina por desgarrar al espectador. Su esperanzador epílogo, por el contrario, recuerda la importancia de volver a sentir que estamos vivos… y levantarse de la butaca después del fundido a negro.